Llevamos unos días de cuarentena y he relegado mi AppleWatch al fondo de un cajón. No lo quiero ver más. Al menos hasta que esto acabe, luego, quizás, vuelva a cogerle algo de cariño.

Sus mensajes motivadores , esos que con anterioridad funcionaban, hoy me han desquiciado. Y a lo grande.

Puede ser que la culpa hay sido mía por elegirlo a él y volver a ponerlo en mi muñeca esta mañana en vez de al reloj de toda la vida, ese que no es inteligente y que solo te da la hora.

Y es que tan sólo había pasado unos minutos desde que me lo ajuste cuando se iluminó la pantalla con el primer mensaje:

-«La semana pasada solo alcanzaste tu objetivo de moverte 5 días» 

-Sí señor reloj, porque desde que salí del trabajo el viernes empece mi cuarentena por aquello de cuidarme y cuidarnos.

Fijé el objetivo a cumplir de esta tirando a la baja como me proponía la pantalla, sabiendo que no lo iba a cumplir porque os confieso que recorrer mi pasillo millones de veces no entra en mis planes.

Bastaron un par de horas más para el siguiente aviso:

-A estas horas normalmente tienes tus círculos más avanzados»

-Claro, porque a esta hora otros días ya he ido a trabajar, he salido y me he ido a hacer la ruta del colesterol oficial de mi ciudad.

En este momento, empezó mi rabia interior y quizás debería haber sido lista y haberme quitado el dichoso aparato, pero no, continue mi día en casa con él. Debo contaros que durante esta jornada de cuarentena mi actividad principal fue meterme la nueva temporada de Élite en vena sin descanso, así que podéis haceros una idea del volumen de mi actividad física. Mi visionado de capítulos fue interrumpido cuando no había avanzado demasiado por un nuevo mensaje.

-¡Toca levantarse!

-Mira no. No toca levantarse porque estoy aquí enganchada a  las miradas de Samuel y la marquesa de una manera bestial.

A los pocos minutos otra vez la pantalla iluminada:

-¡Es hora de beber otro vaso de agua!

-Mira no. Tampoco. Como mucho me levanto y cojo una cerveza que es lo que toca a estas horas, aunque hasta dentro de un tiempo no me la tire el camarero majo del bar de abajo. 

En ese momento, yo ya había parado la serie y estaba maldiciendo en alto el maldito aparato inteligente y la hora en la que me lo regalaron. Los mensajes se sucedieron durante todo el día porque oye, otra cosa no, pero insistente nos has salido el tío. Y yo no podía más, me apetecía abrir la ventana y arrojarlo pero justo eran las 8, la hora de los aplausos y no iba a quedar bien que el segundo día de cuarentena la vecina del quinto arrojará el reloj por la ventana en pleno homenaje a los sanitarios.

Los mensajes continuaron llegando a la pantalla y mi ansiedad crecía a un ritmo no proporcional. El señor consorte se reía del poder de una maquinita sobre la mente y yo no sabía si reír, si dejar salir las lágrimas que se me agolpaban dentro o intentar ignorar a ese dolor en el centro del pecho que se había instalado sin pedir permiso. Y entonces otro mensaje.

-¡Respira!

Llamadme exagerada pero ese aparato que se había convertido en mi mejor amigo los días de sol al aire libre era ahora mi mayor enemigo.

Así que no tuve alternativa, y al siguiente «mensaje motivador» que llegó a la pantalla apague el maldito reloj y lo he enviado al fondo del cajón. Volveremos a entendernos, estoy segura pero de momento, yo la cuarentena la paso con Flik & Flak que son dos en un reloj.