Lee aquí la parte 1

 

Hoy es domingo y me he quedado en casa para poder adelantar trabajo relativo a mis estudios. No me importa renunciar de vez en cuando a un poquito de vida social si es pensando en mi futuro y en liberar un poco de tareas durante la semana, que estoy casi siempre sola con mis peques, la casa, los estudios y las mil citas a las que nos está tocando acudir últimamente. Todo lo que sea retirar estrés, es un buen plan. Además, la expectativa del próximo fin de semana hace que este pasase igualmente sin pena ni gloria.

Cuando os hablé de aquella amiga tan especial y de cómo, por factores externos a nosotras, nos habíamos dejado de hablar durante años acabábamos de retomar contacto vía mensaje. Todavía no nos habíamos visto, ni siquiera escuchado la voz por teléfono. Ambas estábamos en un momento muy peculiar a nivel emocional. Fueron tres años de rabia, rozando el odio por una persona a la que echábamos de menos. Aunque ahora ambas sabemos que todo lo que pasó en medio fue una manipulación más de una persona que sospecho que está enferma (pues todo lo que dice siempre es mentira o una verdad deformada a sus intereses), eso no nos quita la desconfianza generada en el momento de nuestro enfado y reforzado durante estos años de silencio. Aquella persona me había convencido de que mi amiga estaba harta de mí, que no soportaba mis llamadas y mensajes, que le contaba constantemente que no sabía qué hacer para que la dejase en paz, que debía dejar su vida en segundo plano por mis constantes intrusiones y que le resultaba pesada. A ella, en cambio, le dijo que yo estaba dejando de llamarla porque me parecía mal casi todo lo que decía, su forma de tratarme a mí y a mi familia y que pasaba el día hablando de la mala baba que tenía, lo egoísta que era y el rencor que le guardaba. Nada de esto tenía sentido, pero era una persona tan cercana y parecía tan inocente… Además, lo hizo tan despacio, tan poco a poco que no nos dimos cuenta de cómo la desconfianza y la tensión iba creciendo entre nosotras y que todas las medidas que tomábamos para intentar solucionar lo que aquella persona nos decía, lo que hacía era confirmar a la otra de que todo era cierto. Yo dejaba de llamar, ella me hablaba con tanto cuidado de no ofenderme que yo lo identificaba con paternalismo condescendiente… En fin, que no merece la pena ya darle más vueltas, y es que llevo ya muchas semanas dedicándome en mi tiempo libre a recomponer una situación que no debió romperse jamás.

Buscar una explicación lógica solamente puede llevarnos al odio y la frustración, y yo estoy cansada ya de dedicarle mi tiempo a esa cucaracha. Ahora solamente aprovechamos los momentos libres para llamarnos y ponernos al día. Un poquito de nuestro día a día actual y un poquito de lo que nos perdimos estos tres años. Y es que nuestras vidas han cambiado tanto…

Fue tan bonito ver a mis hijos abalanzarse a sus brazos como si no hubiera pasado el tiempo… Ellos la añoraban en silencio. Durante nuestra amistad ella se había convertido en una figura de apego importante para ellos y la recordaban siempre. Ahora anhelan poder reencontrarse con su hijo, que es ya un adolescente en toda regla. Después mi hija, a la que no conocía, se acercó a ella como si supiera que ella había deseado su llegada casi tanto como nosotros. Pero el momento más especial fue en el que mi marido la abrazó y juntos lloraron por todo lo vivido, por la distancia, por todos los momentos irrepetibles que no pasamos juntos y por todo lo que ahora parece irrecuperable. Semanas antes de esto, ella y yo nos encontramos por primera vez solas, en un lugar público, a la luz del día, esperando al vernos que ambas supiéramos de verdad a qué estábamos dispuestas: a aclarar embrollos y una despedida digna, a abrir la puerta a una amistad esporádica o a volver a formar parte la una en la vida de la otra. Y es que solamente ver su cara, verla a ella de cerca después de tanto tiempo… El alivio de mi alma fue tan fuerte que pasé varios días con dolor en el cuerpo, como cuando liberas mucha tensión. Era ella, la misma, con la misma conexión, la misma forma de hablar y de empatizar conmigo, preocupaciones similares y… Un montón de cariño guardado para mi familia.

Por circunstancias logísticas no podemos vernos mucho, pero de vez en cuando hay un mensaje en mi teléfono que me recuerda que sigue ahí, una llamada de horas que me acompaña en los procesos difíciles de la vida y que me distraen con sus anécdotas totalmente nuevas para mí.

Todavía hay mucho que recuperar, el próximo domingo su hijo, ese niño tan especial para mí, volverá a pisar mi casa y sé que mis hijos desbordarán alegría al fin, pero también nosotros, los adultos, por verlos juntos de nuevo.

Todavía no será una alegría completa, pues aun hay una parte implicada que no está preparada para hablar de esto y sigue poniendo distancia, y es que la mejor autoprotección es fingir que nada te importa. Pero mientras el tiempo trascurre en las dos casas, saber que ella, mi marido, los niños y yo podemos volver a escribir nuevas aventuras en nuestro libro vital, juntos de nuevo, es una alegría que no contaba sentir jamás.

Espero que nuestra amistad sea, como debió haber sido, para siempre, ya que ahora somos a veces tan claras hablando que no hay rincón donde pueda esconderse un malentendido, y de haberlo, sin intermediarias rastreras, podremos solucionarlo con una simple llamada, como cualquier persona. Jamás debimos dudar de nosotras, pues realmente éramos para la otra exactamente lo que necesitaba.

Me alegro mucho de haber recuperado una amistad tan sana, de poder ahora valorar tanto mi espacio personal, aunque fuera una lección dolorosa, y de sentir el orgullo que siento por haber podido enviar aquel mensaje de disculpa con humildad y sin pretensiones.

Amiga, gracias, estoy aquí para ti.