Follodrama: El de la varita mágica del amor

 

Andaba yo recién soltera en mi segundo año de universidad cuando conocí a un señor. Llamémosle Houdini porque vais a descubrir que era “mago”. Tenía diez años más que yo, y tiene, porque imagino que no ha muerto. Pero teníamos tan buen rollo que todos mis compañeros de facultad estaban convencidos de que había algo entre nosotros. Pues había algo, sí, pero a día de hoy todavía no sé cómo calificarlo. A ver, tonteábamos y pasé varias noches en su casa. Pero no me quedaba allí porque hubiera perspectivas de follisqueo, sino porque me negaba en rotundo a emprender el camino de vuelta andando sola, en invierno, a las mil de la noche. Y nos daban las diez y las once, las doce la una, las dos y las tres porque el único rato que podíamos sacar para quedar en nuestros apretados horarios de estudiantes universitarios, era la hora de la cena.   

Sin embargo, me quedaba en su casa estrictamente a dormir, sin más. ¿Por qué? Pues porque él debía considerar su miembro como una especie de varita mágica que, según su teoría, si se introducía en algún orificio, enamoraba locamente a su partenaire sexual. Los tocamientos estaban permitidos, el sexo oral descartado porque al señor le daba asco (y si no me van a devolver el placer, yo paso de comerme nada) y la penetración era impensable porque le parecía arriesgarse demasiado a que yo acabase agendando nuestra boda para el día siguiente. 

Por más que tratase de explicarle que mis expectativas con él llegaban, como mucho, a un par de alegrías pal cuerpo sin compromiso, no había quien consiguiera nada.

Y yo puedo ser una persona muy sexual, pero no tengo el cuerpo pa mendigar amores, como diría Mr. Kilombo. 

A lo mejor pensáis que dormirse con el calentón podía ser lo peor del asunto. Pues no, amigas, si algo puede empeorar, empeorará. Ahí estaba yo una noche que me dormí resignada a no conseguir un orgasmo, cuando me despierta de madrugada. Y no, no fue por un ronquido o movimiento mientras soñaba. ¡Es que me agarró una mano y la dirigió hacia su miembro viril erecto! Aluciné.

A ver si me entero: ¿se supone que no podemos tener relaciones con penetración para que yo no me enamore, pero si te entra el calentón después de haberme dicho que no haríamos nada, eres capaz de despertarme en plena fase REM? Me niego. Salí de esa cama y poco tardé en dejar de quedar con él. Al final sí hizo magia: me hizo desaparecer.   

Lady Ósea