Antes de empezar, cabe decir que siempre he sido una amante de los animales nivel cada vez que veía un gato por la calle me quedaba media hora intentando acariciarle mientras él pasaba de mi culo. Por desgracia esto cambió cuando conocí a Ernesto (nombre inventado).

Me apunté a una asociación de fans de Warhammer que, para quién no lo sepa, son unas miniaturas de un juego de estrategia de guerra (es decir, una frikada de la leche que me vuelve loca), y allí le conocí. Estaba pintando figuritas de árboles con cara de concentración y yo empecé a preguntarme si pondría esa cara de esmero al comerme el chochet. Amor a primera vista.

Yo – Qué pasada.

Él – Ay, muchas gracias. ¿Eres nueva?

Yo – Sí, es la primera vez que vengo. Me llamo Irene.

Él – Yo Ernesto, encantado.

Y así empezó todo.

Todos los viernes aprovechaba la excusa de los Warhammer para ver a Ernesto, porque a mi me molaban las miniaturas un montón, pero por lo que yo iba semana sí y semana también era por él.

Por aquel entonces yo estaba superando una ruptura un poco chunga y estaba viviendo un despertar sexual, así que probablemente tuve delante de mis narices cientos de señales que indicaban que Ernesto era un poco turbio, pero no las quise ver. Sea como sea, empezamos a hablar cada vez más y cada vez más, hasta que un día me armé de valor y le propuse quedar fuera de la asociación. Él aceptó.

Quedamos para tomar algo y entre cañas y cañas acabamos enrollándonos. Yo tenía la parrusa más mojada que la casa de Bob Esponja y llevaba un pedo terrible que parecía los de las fiestas pobres del Titanic. Ese es el caldo de cultivo para acabar arrimando cebolleta. Y cuando le iba a meter mano en medio del bar, él me propuso ir a su casa y yo acepté sin pensármelo.

Llegamos al portal y la primera señal de alarma sonó con fuerza:

Ernesto – Oye, que vivo con mis padres, pero que no están en casa este finde porque están en la casa del pueblo. Lo digo por si ves un montón de fotos suyas o el crucifijo del salón, para que sepas que es de ellos.

“Bueno, no pasa nada. No conozco las circunstancias del muchacho así que a lo mejor hay algún motivo por el que sigue en casa de sus padres con 30 años a pesar de tener un trabajo bastante bueno. No soy nadie para juzgarle.”, pensé yo.

RING RING RING. Segunda señal de alarma.

Ernesto – Pero no vamos a estar solos porque está Florita en casa.

“Bueno, a ver si este muchacho va a estar como Norman Bates en Psicosis…”.

Yo – ¿Florita?

Erenesto – Síiii, mi gata.

“Aaaaah bueno, todo ok. Así si el polvo va mal por lo menos tengo algo con lo que entretenerme después.”

Entramos en su casa y me presentó a Florita, una gata persa gris preciosa y super cariñosa. Siendo sincera, la gata me la sudaba bastante porque yo lo que quería era que Ernesto me rellenara como un pavo. Le agarré de la mano y le pedí que me enseñase su habitación, y una vez allí empezamos a darle el tema.

Besos, caricias y lametazos, y cuando yo ya estaba a puntito de meter su nabo en mi huerto noté que algo peludo me tocaba el pie.

Ernesto – Uy Florita, ¿qué haces aquí? Venga baja bobita, que estamos los mayores haciendo cosas.

“¿Esto es en serio?”

Besé a Ernesto y empujé cariñosamente a la gata con mi pie para poder seguir dándole al tema sin distracciones felinas. Ernesto me la metió mientras su persistente gata bordeaba la cama para volverse a subir.

Ernesto – Me parece a mí que Florita quiere mimos…

“ESTO ES DE COÑA. ¿ESTÁ HABLANDO A LA GATA MIENTRAS TIENE SU RABO DENTRO DE MÍ?”

Yo no sabía si huir, maullar o llorar, así que intenté seguir follando a Ernesto. El problema es que la gata empezó a restregar su cabecita contra él.

Ernesto – Oye, ¿te importa si la acaricio? Es que se pone muy celosa cuando vienen desconocidos.

Yo – Mira, casi que ponte tu encima.

Ernesto se giró y la gata se bajó de la cama. “Bien”, pensé yo. Entonces empezó a empotrarme como si yo fuese un cajón que no cierra.

Miaaaau.

“No me jodas que la puta gata se ha subido otra vez a la cama”.

Cariñosamente aparté a Florita para poder seguir dándole al tema. BUENO, BUENO, BUENO. Sacrilegio.

Ernesto – ¿Qué cojones haces?

Yo – ¿Qué?

Ernesto – ¿Qué quién te crees que eres para echar a Florita de la cama?

Yo – ¿Eh?

Ernesto – Florita ven princesa, ven aquí otra vez.

Ernesto se levantó y fue a buscar a la gata. Pasaron 5 minutos y ni rastro de Ernesto ni de Florita en la habitación.

Yo – ¿Hoolaa?

No me respondió ni el Cristo del salón, así que me vestí, cogí mi bolso y salí de la habitación. Ernesto estaba en el salón con Florita en brazos.

Yo – Bueno, creo que me voy a ir marchando.

No contestó.

La gran putada de esta historia es que no pude volver a la asociación de Warhammer, pero aprendí a valorar a los gatos callejeros que no se dejan tocar.

Moraleja: entre gatos y humanos, no metas la mano.

Autora: la hater de los gatos