Un ligue de verano me invitó a pasar un fin de semana a su casa en Murcia para tostarnos al sol y meternos un par de revolcones. Yo acepté encantada porque tenía el parrús que no se creía ni las caras de orgasmo de las de los anuncios de Herbal Essences. Estaba con el proyecto de fin de carrera y mi rutina consistía en llorar. Tocarme. Llorar. Escribir algo. Tocarme. Comer. Historias de Instagram. Llorar. Escribir algo. Tocarme. Llorar. Llorar. Comer. Volver a comer. Así las 24h.

Nos coincidió además que estábamos los dos sin blanca, yo me fui con lo justo para el billete de bus y él tenía que currar ese finde de camarero para sacarse un extra. Pero mientras él trabajaba yo tenía tiempo para ponerme morena en su terraza y cocinar algo para cuando llegase de trabajar.

Así que me pongo el bikini a tomar el sol en la tumbona con Gloria Trevi de fondo cuando al rato se apaga la música. Me había quedado sin batería. Así que me disponía a entrar adentro cuando me doy de bruces contra la puerta.

Estaba cerrada. ¿Y por qué estaba cerrada? Porque se podía abrir desde dentro pero no desde fuera. What?????? Os pongo en situación: Agosto, Murcia, una terraza en un tercer piso y eran las 11 de la mañana y el chico no venía hasta las 9 de la noche. A ver qué coño hacía 10 horas encerrada en 2 metros cuadrados sin ningún tipo de comunicación. Pues nada, a echarme una siesta y tomar el sol.

Pero tras 4 horas estaba sudando como un pollo y tras 5 la piel ya comenzaba a picarme . No podía aguantar 5 horas más en aquel infierno ni harta de droga dura sin agua que beber o en la que mojarme. Que no eran 5 horas con Mario. No. Eran 5 horas más en un balcón de Murcia con 40 grados acuchillando mi piel. Tras 6 horas la hipocondría empezó a llegar a mí en forma de inminente enfermedad. ¿Y si me moría por deshidratación? ¿Y si se me caía la piel a cachos? ¿Estaba empezando con alucinaciones? Me puse la toalla por encima a modo de virgen María y empecé a pedir ayuda.

¿¿¿¿¿Holaaaaaa?????? Ayudaaaaaa.

Y una chica en la calle miró para arriba

– ¿Estás bien?
– Es que estoy en casa de mi novio y me he quedado encerrada en el balcón y llevo aquí ya 6 horas y creo que me va a dar una lipotimia.
– ¿Pero no puedes entrar adentro?
– No, la puerta sólo se abre desde dentro.
– ¿Quieres que llame a un cerrajero?
– Ummm… ¿cuánto cuesta eso?
– Pues no sé, pero imagino que 100 € por lo menos.

100 € decía… Creo que llevaba 4 en la cartera. Ser pobre era una puta mierda. Condenada a la insolación por paupérrima.

– Uf no, es que estoy mal de dinero ahora mismo.
– Bueno, pues dime el número de teléfono de tu novio y le llamo y le digo que venga a abrirte.
– Emm. Es que tengo el teléfono sin batería y no me sé su número.
– ¿No te sabes el teléfono de tu novio?
– Bueno, es que no es tampoco novio novio, es un amigo.

Y todo esto cuando ya había un grupo de personas mirando la situación. A lo que salta una señora.

– Claro, luego pasa lo que pasa. Esta juventud, así vais.

¿¿¿¿Perdona???? Osea, encima de pobre, condenada a las llamas del sol y ahora ramera a los ojos de Murcia. La otra chica siguió hablando cortando a la señora.

– Bueno, dime en qué piso estás y le timbro a los de al lado a ver si tienen llave o algo.

Dios. Claro. Qué buena idea. El sol me estaba matando las neuronas. Pero no había nadie. NADIE. Así que le dije a la gente que se fuera que ya vigilaría yo si venía algún vecino al portal para pedirle ayuda. Pero pasó otra hora y allí no llegaba ni el tato.

Y yo ya no sabía qué hacer. Me ponía de lado, de frente, acostada, y el sol me estaba matando. Intenté pensar en canciones de reguetón, en Sonia y Selena porque cuando llega el calor los chicos se enamoran, en el polvo de después pero sólo pensaba en que había ido a Murcia a morir a un balcón. Desde ya declaro a Murcia territorio inhóspito. Osea, ¿qué es este calor? Las llamas del infierno eran la Antártida a su lado. Que os den un premio ya por sobrevivir al verano.

Y entonces lo vi. No me había percatado en ese momento pero allí estaba medio escondido. Había un cubo con agua. Concretamente el cubo de la fregona. Con agua sucia. Y con la fregona. No, olvídate. Eso es un ascazo, sabe dios lo que tenía ese agua. ¿Y si tenía lejía? Pero el agua me miraba incitando a mi piel. Si tan solo me echase un poquito, sólo un poco, para aliviar la rojez. Y lo hice amigas. Sin pudor. Como quien va segura a enfrentarse a la muerte. Al principio fue mojar un dedo, luego la mano entera y luego empecé a echarme agua por el cuello, por los brazos, por la espalda, por la cara. Bendita agua de mierda. Eso sí que era placer y no el champú de Herbal Essences.

Al rato oí voces. Voces que venían del apartamento de la izquierda. Y empecé a gritar y aporrear la barandilla pidiendo ayuda hasta que salió un matrimonio a su respectiva terraza.

– Dios, muchísimas gracias. Llevo aquí 6 horas y me estoy muriendo.

Yo estaba envuelta en una toalla, roja como un camarón y oliendo a agua sucia de fregona. A lo que le dice la mujer al marido.

– Cuidado Antonio. Que parece que está drogada.
– No por dios. Que me he quedado encerrada en la terraza. Esta es la casa de mi novio, yo no soy de aquí y no se puede abrir la puerta por fuera.
– Si le hemos dicho mil veces a Josefa que arreglase la puerta que un día se iba a quedar encerrada.
– ¿No tendréis por casualidad una copia de la llave de casa para abrirme o el teléfono de mi novio para avisarle?

La señora llamó a la madre de Paco, que a su vez le llamó a Paco recriminándole desde cuándo tenía novia y por qué estábamos en la casa del pueblo sin haberles preguntado. También le preguntó si yo me drogaba porque parecía una loca. Paco salió antes del trabajo y cuando me vio no salía de su asombro.

– Pero nena, te dejo un rato sola y cuando vuelvo estás llorando, quemada y oliendo a mierda. Si te dejé una nota diciendo que tuvieras cuidado con la puerta que no se abría desde fuera.

Tras eso a la noche intentamos jugar un poco pero a mí el mero roce de una caricia me dolía como un bofetón. Así que nada, me quedé sin follar y con la piel como la hija de Stannis Baratheon.

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