Antes de empezar a rajar os diré que soy gorda y barrigona de toda la vida. Todo lo que como se me va al mondongo, y aunque tengo la cara y las piernas finas, tengo una barriga estupenda y mullidita que hace tiempo ya no me acompleja.

He tenido varias parejas pero todos han sido siempre normales tirando a delgaditos, y ninguno de ellos tenía barriga, ni tan siquiera cervecera. Y os cuento todo esto para poneros en antecedentes y que entendáis ciertas cosas…

Después de una relación tormentosa me lancé a ligar (y follar) por Internet como una loca. Quedé con varios tíos, y Jacinto (vamos a llamarle así) fue el cuarto. Yo ya había cogido carrerilla y cero vergüenzas en nuestra primera cita. Tomamos unas cañas y pensé: ‘pues mira que gordibueno tan saleroso, a ver si me echa un polvo hermoso’.

Se ve que él pensó que yo tampoco estaba mal, que a la cuarta caña me metió boca y allí mismo nos liamos.

Con un calentón y un pedo considerable decidimos ir a su casa a rematar la faena. Nos despelotamos casi a oscuras, así que tampoco me fijé demasiado en los detalles. Con poco preliminar, Jacinto se me puso encima y empezó a empujar. O a frotarse, según se mire. Tardé en darme cuenta de que estaba intentando metérmela, pero que se estaba equivocando de agujero.

Entre todas nuestras lorcitas se ve que se confundió, y en vez de por el chichi estaba metiéndomela en el pliegue de la ingle. Muy normal vaya. Pero es que el muchacho gemía y todo. Hasta que me dio la risa, y el pobre paró en seco y se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se puso más rojo que un tomate y se le bajó el asunto en lo que canta un gallo.

Traté de animarle sacando hierro al asunto, pero mi amigo Jacinto no estaba para bromas, me dijo que le había empezado a doler la cabeza y sutilmente me invitó a irme.

Vamos, que además de follarme la ingle me mandó a casa. ¡Así es el Tinder, amigos, así es el Tinder!

Gordibuena burgalesa

 

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