Me gusta contar esta historia delante de esas personas que odian Tinder “porque ahí sólo hay gente rara” para callarles la boca y demostrarles que puedes encontrar a tíos turbios hasta en misa. De todos modos no es exactamente el caso, porque yo conocí a Miguel en un bar (la iglesia de los borrachos, al fin y al cabo).

Llevábamos tiempo viéndonos por la ciudad y siempre coincidíamos en el cine. Era como si el destino nos forzase a acabar juntos. Cada vez que iba a ver alguna peli, ahí estaba él. Con el tiempo nos mirábamos y sonreíamos, pero la cosa no iba a más, y hace un par de meses coincidimos en un bar y hablamos por primera vez. Comentamos nuestros encuentros casuales y nos reímos, y la conversación fluyó. Acabó la noche y nos intercambiamos los teléfonos.

Durante las dos semanas siguientes hablamos cada santo día y finalmente quedamos para ir al cine juntos, pero de verdad. Entre palomitas nos acabamos dando el lote. Ese día la cosa acabó en besos, pero el fin de semana siguiente quedamos en su casa. Los dos sabíamos lo que iba a pasar.

Debo confesar que estaba un poco muy nerviosa, porque llevaba bastantes meses sin hacer nada a nivel sexual. Lo había dejado con mi novio en octubre del año pasado y habíamos pasado una racha bastante mala en los últimos meses de relación, así que casi ni me acordaba de lo que era el sexo. Aun así, tenía ganas y estaba totalmente segura de que quería acostarme con Miguel.

Llegué a su casa y tras unos cuantos besos tontos empezamos a desnudarnos. Él recorrió con su lengua todo mi cuerpo y cuando acabó quise hacer lo mismo. Acerqué mi boca a su paquete y…

OLÍA A FUCKING REQUESÓN.

Me daba mucho palo decirle nada, pero os juro que no podía meterme eso en la boca. Finalmente se lo dije de la forma más sutil y delicada que supe.

“No te lo tomes a mal porque a lo mejor es cosa mía, que llevo tiempo sin hacer nada de esto, pero… ¿No te huele un poco fuerte? ¿Es normal?”

Él me dijo que sí, que los hombres huelen a hombre, y yo me sentí un pelín presionada e intenté comérsela. No pude, chicas. Le di un par de lametazos y paré.

“Tengo muchas ganas de follarte”, dije para no seguir comiendo ese chupachups pasado.

Follamos (obviamente con condón) y no estuvo mal, pero ni el mayor orgasmo del mundo compensaría lo que sufrí después. Me fui de su casa y la relación se enfrió. Le hablaba y estaba distante. Supongo que quería echar un polvo y lo consiguió.

Podría haber recordado a Miguel como el chico que me folló después de meses de sequía, pero en cambio se convirtió en el chico que me pegó una infección. Así es amigas. Olía a requesón por algo. ¿Y sabéis lo peor de todo? Que cuando se lo dije me contestó “pues te lo habrá pegado otro”. ¿Quién?, quiero saber yo.

Por eso amigas mías os traigo un consejo: un pene debe oler a pene igual que una vagina a vagina, pero hay una gran distancia entre el olor normal y el olor a podrido. Por eso si huele a requesón, no bajéis al pilón (ni tampoco acerquéis vuestro chichi ahí).

 

Anónimo

 

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