Iba a Bilbao por la buena comida y el fresquito… pues pasó esto

Un viaje siempre apetece, aunque luego, nunca se sabe. Algunos salen bien, otros no tanto. Unos cumplen nuestras expectativas, otros no las cumplen en absoluto. Y eso me pasó en aquel viaje a Bilbao que hice en julio de 2019.

Cuando la asociación a la que pertenezco mandó correo de que se abría plazo para apuntarse a aquel viaje, volaron guantazos por una plaza.  Es que chicas, hablamos de Bilbao. Norte, fresco, comida de diez, arte, paisajes que te mueres… ¿Qué más se puede pedir? 

Lo malo de las expectativas altas es que el golpetazo que te puedes pegar es fino. Y justo eso nos pasó. Empecemos por la comida. Éramos 45 personas que nos frotábamos las manos y nos teníamos que limpiar la baba pensando en esos pintxos que nos íbamos a meter entre pecho y espalda. Que vale, la mayoría de comidas y cenas iban a ser en el albergue, pero oye, en Bilbao saben de cocina, seguro que está rica hasta la comida del albergue. Mis ovarios, 33.

Nenas, si veis que vais a un albergue, un hotel… Y la peña se está comprando la comida de fuera para calentarla en un microondas, por algo es. En algún documento debemos constar como los únicos 45 imbéciles de la historia y a nivel mundial que comieron mal en Euskadi. Porque claro, quizá otra persona se va a un supermercado, se compra algo y va que chuta. Pero nosotros éramos un grupo que veníamos con una asociación. Con necesidades alimentarias especiales. Con alergias a tutiplén. Pues venga bazofia para desayuno, comida y cena durante 10 días.

Que podéis pensar “bueno, seguro que no fue para tanto, exagerada”. Bien, os voy a ilustrar. El año anterior fuimos a Barna. Para un día de excursión, pedimos bocadillos a la cocina del albergue (lo hacemos así porque en los albergues saben nuestras necesidades y adaptan también los bocadillos). Un compañero llevaba algo verde en el bocadillo que no llevábamos el resto. ¿Era lechuga? ¿Eran espinacas? Era moho, caris, era moho. Pues en nuestro Top Desastres Bilbao sigue encabezando la lista porque lo del bocadillo de Barna fue un día, pero lo de Bilbao era demencial cada día.

Os podéis imaginar lo que fue poder dedicar un día a comer pintxos por el centro de la ciudad. Lágrimas como puños lloramos de la emoción. Palabrita.

Vamos ahora con el tema climático. Una se va al norte para que le pegue el aire durante el verano. Para ponerse manga larga en julio, aunque sea por las noches. ¿Alguien me dice cómo pude acabar el último día encerrada en mi habitación EN PELOTAS?

Nenas, que soy valenciana. Que soy un 103% sudor cuando llega verano. Que el pueblo valenciano es una raza preparada para deshidratarse por la sobaquera por encima de sus posibilidades cuando llega julio. Que hay sequía porque la gente de la “terreta” no nos hemos puesto a trabajar en la potabilización de nuestro sudor, que si lo hacemos se acaba la tontería rapidito.

Ni una capa de ropa toleraba ese día sobre mi cuerpo, os lo juro. Me viene ese día un negacionista del cambio climático y como bien dice una viñeta de Mafalda sobre la comunicación humana, le rompo el alma.

Pero no todo fue malo. Bilbao sigue siendo uno de los mejores destinos de este país. Su ambiente industrial es una locura. Los grafittis que te encuentras por la calle, una pasada. Las exposiciones que vimos en el Guggenheim me encantaron. Y como persona acostumbrada al bullicio de una gran ciudad, encontrar tanta paz me petó la cabeza.

Eso sí, si vais, tirad bien de pintxos. Y llevad todo tipo de mangas y capas en la maleta, por si tal.

Mia Shekmet