Bueno, ya podemos ir sin mascarilla al aire libre… parece que empezamos a ver la luz al final del túnel.

Qué bien, cuánto me alegro…

No, en serio, por supuesto que me alegro de que la cosa vaya mejorando. Demasiado despacio está sucediendo.

Sin embargo… tengo un problemilla porque, veréis, fui feliz en pandemia al no tener que socializar y ahora no sé por dónde empezar.

Soy una chica tímida a la que le cuesta socializar. Entiéndase por socializar cualquier interacción con otras personas salvo conocidos y familia. Incluso aunque sean familia, si hace mucho que no los veo, como mínimo me pondré roja al saludar y me llevará lo mío entablar una conversación en la que yo participe con algo más que monosílabos.

Lo paso mal cuando me toca un dependiente de los que dan charla mientras cortan el jamón york, me da vergüenza ir a sitios nuevos, se me da fatal pedir la cuenta en los restaurantes o cafeterías… Lo hago porque soy una mujer adulta, pero que lo haga no quiere decir que no lo lleve mal.

Ese es el nivel de mi tara.

No huyo de la gente, pero solo soy yo de verdad y solo disfruto con MI GENTE.

Si puede ser de pocos en pocos, mejor que mejor.

Me gusta ver a mi familia, estar con mis amigos, pero también me gusta estar sola. Un plan de comida de primos o una noche de chicas me pueden apetecer lo mismo que un vino y un libro en mi sofá con mi música favorita de fondo.

Miento. Para quedarme en casita leyendo o viendo la tele siempre tengo mejor disposición que para cualquier otra cosa.

En cuanto al trabajo, me gusta lo que hago. Pero puedo vivir perfectamente sin perder dos horas al día en el transporte público y sin tener que encerrarme en la enorme planta del enorme edificio de oficinas en el que curro. Igual que puedo prescindir de las peleas por la temperatura, de la cola para llegar a la máquina de café a ciertas horas y, lo que es peor, las charlas de ascensor con los compañeros que no entienden que a mí eso de tomarme el mío dándole al palique no me va.

Supongo que se entiende por qué fui tan feliz cuando se aprobó el estado de alarma y empezó el confinamiento.

De la noche a la mañana me vi trabajando en casa, con un moño hecho con un lápiz y en pijama. Qué maravilla, eso del teletrabajo había sido creado para mí y yo no tenía ni idea.

Adiós, madrugones para llegar en hora. Hola, café de verdad.

Adiós, conversaciones forzadas. Hola, descansitos para poner alguna chorrada en la tele o aprovechar para leer un poco.

No quiero ponerme pesada con esto que los pros del teletrabajo son de sobra conocidos. Diré solo que esta ha sido la etapa más feliz de toda mi vida laboral. Con diferencia.

En cuanto a las relaciones interpersonales, más de lo mismo.

Eché de menos el contacto, sí. Pero tampoco tanto.

Quiero decir, tuve días buenos y malos, como todo el mundo, y me hubiera venido bien el hombro de una amiga, o el abrazo de mi madre, por ejemplo, en muchos de ellos. Sin embargo, la mayor parte del tiempo estuve más que satisfecha con los whatsapps, las llamadas y las quedadas por zoom.

Realmente no era consciente del esfuerzo que me supone ponerme la coraza y salir del pequeño reino seguro que es mi casa para enfrentarme al mundo y a sus habitantes cada día. Hasta que llegó la pandemia y me di cuenta de lo bien que estaba yo en mi templo, haciendo la compra a domicilio, viendo a los míos en la pantalla del ordenador y trabajando en el salón.

Yo estaba encantada de la vida en mi burbuja.

Pero, afortunadamente, vamos saliendo de esta y mi burbuja ha hecho plop.

Excusándome en el maldito virus estoy alargando la desescalada todo lo que puedo, porque de veras que se me hace cuesta arriba quedar con otros seres humanos. No encuentro las ganas.

Pero el tiempo pasa, las restricciones van desapareciendo paulatinamente y yo sigo encerrada en mi esfera íntima, que con todo esto se ha venido arriba y ha engullido a la personal y a la social. Y como se me agotan las excusas y la peña ya no está por la labor de hacer videollamadas, si quiero seguir teniendo amigos y el cariño de mi familia, tengo que salir a verlos.

Debo obligarme, pues sé que después lo agradeceré. Creo.

Aunque seguiré diciendo que no puedo cuando propongan quedadas en pandilla. Que nunca me agradaron del todo porque cuando estoy con mucha gente me agobio enseguida, aun siendo todos conocidos míos. Ya si lo que han hecho es mezclar a otro grupo de amigos, muero del estrés y me voy a la menor oportunidad.

Por lo demás, no he pisado un supermercado ni una superficie comercial desde marzo de 2020, ni me he visto en una situación social que active mis protocolos más primarios en el último año y medio.

Me he dado de baja del gimnasio. Ahora tiro de Youtube, tanto para hacer un poco de cardio como una sesión de yoga (un gran descubrimiento pandémico).

Salgo a ver a mi familia con regularidad, pero ya no voy a comer los findes por decreto, sino que me dejo caer por allí cuando me apetece verlos. A veces dos días en la misma semana, otras veces después de tres semanas sin visitarlos.

Y así voy. Reinsertándome en la sociedad y la sociabilidad muy poco a poco.

Lo malo es que me han avisado que probablemente en septiembre volvamos a la modalidad de trabajo presencial y… Buff. Estoy acojonada, porque una cosa es salir de mi casa para ver a mi gente y, otra muy distinta, volver a verme en aglomeraciones y trabajando ocho horas rodeada de varias docenas de personas a las que me cuesta dirigirme hasta para lo más nimio.

Con lo happy que estoy yo en mi casita sin pisar la calle durante días… No sé cómo lo voy a superar.

Si alguien más por aquí me entiende y ha pasado por algo similar… ¡Ayuda!

 

Anónimo

 

 

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