En enero de 2019 me enteré de que iba a ser tita por primera vez. Mi hermano y mi cuñada nos daban la noticia que recibiríamos entre lágrimas de ilusión. Los meses antes de que llegara contábamos los días que quedaban para por fin conocerlo. Era el primer bebé en nuestra familia y la ilusión crecía por momentos. Hasta que en julio después de un día muy largo y horas en la sala de espera llegó. Cuánta felicidad y amor trajo.

A los meses empezaron a hablar del bautizo y de quiénes serían los padrinos. Antes de que yo supiera que estaban buscando un hijo, les daba por saco a mi hermano y cuñada con que sería la madrina. Teníamos confianza y me gustaba picar a mi cuñada con eso, siempre entre bromas, ilusionándome con la idea de tener un sobrino algún día y pensando en que era un futuro muy lejano. No volví a hacer esa broma desde que supe que estaban buscando un hijo. Mi cuñada no tiene hermanos, pero tiene una muy buena relación con sus primos y con los hijos de unos amigos de sus padres. El padrino estaba claro, sería el hijo de estos amigos. El problema era la madrina. Mi cuñada quería que fuera su prima y mi hermano, teniendo en cuenta que el padrino iba a ser el amigo de mi cuñada, se empeñó en que fuera yo. A mí me daba exactamente igual, al final es un nombre y la relación con mi sobrino iba a ser la misma fuera mi ahijado o no.

Como no se ponían de acuerdo, hicieron un sorteo y salí yo. Me alegré mucho, sobre todo por mi hermano. Entendía que quisiera que alguien “de su parte” también tuviera ese papel en la vida de su hijo, pero no sabía dónde me estaba metiendo. Cuando me dieron la noticia en casa de mis padres, mi cuñada ni siquiera me miró. Le dí un abrazo a mi hermano y ella se puso a llamar a alguien y pasó de todo. Yo sabía lo del sorteo y supuse que estaría enfadada pero que sería cosa del momento, porque nosotras siempre habíamos tenido muy buena relación. A partir de ahí todo cambió.

Yo no tenía mucha experiencia con bebés, pero es que absolutamente todo lo hacía mal según ella: que si tápalo mejor, que si no le des esos besos que nos vas a dejar sordos a todos, que si no le toques la cara aunque te hayas lavado las manos porque a saber, que mejor no le cambiase el pañal porque aparte de lenta lo hacía mal… no me dejaba casi cogerlo porque según ella el crío quería estar con su madre. Le decía “en broma” que yo era mala y que le iba a quitar sus juguetes. El día del bautizo por supuesto fue el padrino quién lo cogió para echarle el agua y para todas las fotos.

Me sentía como si yo le hubiese hecho algo a ella, cuando simplemente la madrina de su hijo no iba a ser prima. Qué más da, solo era un nombre. Y ese nombre estaba haciendo que no pudiera disfrutar con mi sobrino cuando ella estaba delante porque todo me lo criticaba.

Llegó un día que me harté y hablé con ella. Reconoció que entre la dificultad de la maternidad y la confianza que teníamos había estado descargándose conmigo y que lo sentía mucho, que le salía en automático. Menos mal que hablamos porque dejó de hacer muchos de esos comentarios, nuestra relación mejoró y pude disfrutar de mi sobrino sin presiones, pero durante los dos primeros años deseé no haber ganado yo aquel maldito sorteo.

 

Daniella