Hubo un tiempo en que los gimnasios eran sólo para deportistas. Deportistas de verdad, digo. En que, si querías activarte, ibas a hacer footing (forma viejuna de decir running) con alguna amiga sólo por la excusa de tomar unas cañas después. Un tiempo en el que levantar pesas era lo más aburrido que se te podía ocurrir y cosa de culturistas.

Ese tiempo, queridxs, se extinguió hace mucho, y me temo que no volverá. Desde aquí, alzo la voz contra la dictadura del fitness, el entrenamiento funcional, los boxes y todas las cadenas de gimnasios que están dinamitando la relación con mis amigas. Y a ellas les digo: chicas, se os está yendo de las manos.

¿Desde cuándo es más importante hacer cincuenta sentadillas búlgaras que pasar un rato de risas con las amigas?

amigas gimnasio

Estoy cansada de mendigar, de insistir una y otra vez para que las que se supone que son mis amigas de toda la vida quieran verme después de tres, cuatro, cinco semanas sin apenas hablar. “Ay, tía, es que he reservado una clase de body build a las 6 y si no voy me penalizan”. Ajá.

Entiendo que todas tenemos nuestras pasiones y que, para mejorar, tengamos que renunciar de vez en cuando a ciertos acontecimientos sociales. Lo que no entiendo es que, si vas al gimnasio cinco días a la semana, no puedas saltarte uno para estar con tu amiga la que lo acaba de dejar con su novio, ha perdido su trabajo, o le huelen los pies.

Ni siquiera es que mis amigas sean Lidia Valentín. Ni siquiera es que se dediquen a las mudanzas y tengan que subir a pulso cómodas de madera maciza del siglo XIX a séptimos pisos sin ascensor. Simplemente hacen lo que nos dictan. Tomar ensaladas y batidos de colores vomitivos, pincharnos ácido hialurónico, darnos mechas balayage en verano y hacer crossfit para poder levantar cien kilos con los cuádriceps.

Así que la culpa no es de mis amigas, es de esta mierda de sociedad llena de culos más duros que canicas y mucho Prozac.

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Y debo decir, aunque lo odie, que en muchas ocasiones esta obsesión repentina surge al echarnos un novio adicto a la TRX y las pesas rusas. A mí misma me pasó. Pensaba que, si no me unía a su secta proteínica, no me querría igual. Que tenía que construir una afición en común.

Pero oh, sorpresa: resultó que mi novio siguió siendo igual de gilipollas y aquello sólo valió para que yo acabara con las transaminasas disparadas por el sobreesfuerzo muscular.

Así que hablo con conocimiento de causa y digo: olé por aquellas que se sienten mejor yendo a clase de tenis, a yoga, a natación, a lo que sea. Pero, por favor, no dejéis de lado lo que importa de verdad. Si no, os vais a quedar sin amigas a las que enseñar vuestros bíceps estilo Reina Letizia.