Cuando mi hijo mayor tenía tres años salimos de nuestra primera consulta de neuropediatría con una alta sospecha de autismo escrita en un papel y cero idea de qué debíamos hacer con aquello.

Nos os voy a decir que la noticia no nos encogiera un poquito por dentro pero, como he leído últimamente que le pasa a muchas personas a las que les llega el diagnóstico de adultas, fue un alivio saber lo que había y saber que, aunque no tuviésemos idea del tema en aquel momento, alguien sabría decirnos qué hacer para ayudarle en los momentos de frustración y cómo entendernos mejor entre todos.

Mi primera reacción, tras hablar con la familia cercana y digerir unas horas la poca información que teníamos, recordé que la neuróloga me recomendó buscar una logopeda y, cuando la barrera del lenguaje fuera más tenue, plantearnos contactar con una psicóloga especialista en pedagogía para ayudarle a él en sus dificultades.

Fue entonces como, por la recomendación de alguien cercano, dimos con Sandra.

Sandra estaba empezando a trabajar en un gabinete de psicología y logopedia que abriría una psicóloga que conocíamos en nuestra ciudad. Nosotros nos plantamos en su nuevo despacho llenos de dudas y ella nos recibió con tanta alegría y tanta positividad que la mitad del miedo que yo llevaba se esfumó a los cinco minutos.

Estuvimos allí casi una hora. Ella alucinaba con toda la información que le dábamos y nos ayudó a relativizar todo lo que nos había llegado desde la sospecha de diagnóstico. “Nadie os puede decir lo que va a pasar, nadie os puede asegurar cómo serán las cosas de aquí a un tiempo, solo tenéis que saber lo que él necesita y buscar las herramientas necesarias para él y para vosotros.”

Si me dieran un euro por cada vez que yo he dicho algo similar cuando alguna madre me ha pedido ayuda… Realmente fue un viaje increíble, pues gracias a su ayuda, su apoyo y su positividad, simplemente nos pusimos manos a la obra en indagar todo lo que podíamos hacer para colaborar en el desarrollo de nuestro hijo y disfrutar de un proceso muy enriquecedor para todos.

Cuando llegó la primera sospecha de diagnóstico de nuestro segundo hijo no me lo tomé tan bien. Me parecía demasiado para una sola familia. Una doctora lo descartó sin verlo y seguimos nuestra vida con una pequeña dificultad en el desarrollo del lenguaje, pero Sandra estaba a nuestro lado y con todos sus mimos y su eterna sonrisa, acogió a mi pequeño que, tras un par de meses comenzó a hablar con una dicción casi perfecta.

Sandra siempre fue un amor con nosotros, y sé que tenemos algo especial para ella, pues fuimos los primeros en llamar a su puerta y mi niño mayor, tan cariñoso y achuchable, fue su primer niño.

Cuando nació mi pequeña pronto detecté que algo no iba como debería y le consulté. Ella me pedía tiempo, pues era muy pequeña, pero sabía que yo no soy de ver fantasmas… Y así fue. El diagnóstico de mi hija llegó justo cuando Sandra nos dejaba para emprender en solitario en otra ciudad su propio gabinete.

A lo largo de los años hemos tenido que cambiar a las profesionales de referencia del niño por circunstancias laborales de ellas, pero Sandra era su persona de referencia (y la mía). Por eso, cuando se fue, decidimos seguir con ella de forma telemática, pues mi niño ya es mayor y puede defenderse.

Él sigue sus sesiones con Sandra feliz, pero echa mucho de menos poder verla y abrazarla. Es por eso que este verano decidimos llevarlo de sorpresa a una sesión presencial. Una sesión que acabó siendo grupal, pues allí se quedaron mis tres hijos disfrutando de una hora completa con una profesional de esas que va más allá del deber.

Le dijimos a nuestro pequeño que tendría su sesión a través del teléfono en vez del ordenador, pues ese día habíamos ido de compras a otra ciudad y, al llegar la hora, mientras hablaba con ella por Skype, le dije que buscase un lugar con mejor conexión, hasta que lo llevé sin que se diera cuenta a un lugar que tenía un enorme cartel: “Sandra Mata, Logopeda”.

En cualquier otra ocasión s hubiera dado cuenta, pero iba tan centrado en su conversación con Sandra que no supo que lo estaba llevando a un bajo comercial.

Cuando Sandra abrió la puerta… Su expresión neutra, su gesto serio y su nula reacción expresaba para nosotras la gran emoción e ilusión que a veces no sabe gestionar. Tardó unos minutos en ser consciente de lo que había pasado y se alegró tanto de verla… Como yo.

Allí estuvimos un rato los cinco (los niños, la niña, papá y yo) y después se quedaron con ella un buen rato. Fue una experiencia preciosa que espero repetir en las siguientes vacaciones que podamos.

Mi hija tiene a su nueva logopeda y yo una fe absoluta en ella, pues Sandra me la recomendó. Pero quiero compartir la importancia de dar con unas buenas profesionales que te ayuden también a ti a dar los pasos necesarios con seguridad, que te guíen y te acompañen y que te alucinen con lo que son capaces de conseguir con sus niños y niñas.

Gracias por todo, Sandra. Siempre vas a ser una parte imprescindible de la historia de esta alocada familia.

Luna Purple.