Hace poco vi en Netflix el documental “Embrace”, que ya pasé a mis coleguis de Weloversize para que lo recomendaran por aquí. Uno de los datos que llamó poderosamente mi atención en ese documental fue que aproximadamente el 86% de intervenciones de cirugía estética en el mundo se las realizan mujeres, cifra que en España alcanza hasta el 87,7%.

Vaya por delante que una servidora no tiene nada en contra de la cirugía estética y no creo que nadie tenga que justificarse si se somete a cualquier intervención, porque es su cuerpo y su decisión. No obstante, me alarman las motivaciones que llevan a tantas mujeres hasta el quirófano.

No es nada sorprendente que el 28% de las operaciones de estética en nuestro país correspondan precisamente al aumento de pecho. ¿Quién no tiene al menos una amiga que lo haya hecho, o varias a las que les encantaría hacerlo?

Pero, ¿por qué? ¿Para qué sirve un pecho más grande? Lo más habitual es escuchar que quienes se someten a esta operación sufren un gran complejo por tener el pecho pequeño. Esto nos lleva a plantearnos: ¿por qué ese complejo? ¿Nos impide el pecho pequeño realizar alguna actividad? ¿Es acaso una vergüenza tenerlo así?

Resulta que desde aquella exuberante Pamela Anderson enfundada en bañador rojo, no hemos dejado de ver estos pechos grandes, redondos y firmes en revistas, publicidad, televisión… Un pecho muy concreto que ha venido a llamarse “perfecto” e identificado como símbolo de lo que es ser sexy y, normalmente, ligando esa característica al éxito y la satisfacción.

Sin embargo, esto no ha sido así siempre. No hace falta mirar siglos atrás para encontrarnos con las flappers de los años 20, entre las que la tendencia era tener un pecho pequeño. Lo que hoy en día hace que veamos ese pecho supuestamente perfecto por doquier es el ansia por vendernos cremas reafirmantes, sujetadores con push-up y, por supuesto, operaciones de aumento de pecho, entre otras cosas.

Estando en Weloversize no creo que haga falta recordaros la presión que vivimos por estar delgados. La segunda intervención más realizada es la liposucción (¡oh, sorpresa!). Al fin y al cabo, buena parte de las operaciones de estética responden a complejos creados artificialmente por una presión social que busca que nos creamos imperfectos para vender más y más.

Ah, esperad. Hasta ahora podríamos aplicar la teoría consumista a ambos sexos, ¿no? Pero resulta que son las mujeres las que se someten a un 87% de las operaciones. ¿Será que somos seres débiles, coquetos y presumidos incapaces de resistirnos a estar cada día más guapas? Podría ser. O podría ser que además de vivir en una sociedad consumista, sigamos viviendo en una sociedad que todavía conserva importantes tintes de machismo.

Este machismo tiene en la presión estética sobre la mujer uno de sus principales mecanismos de dominación. A través de esta presión se fabrican unos complejos que nos hacen sentir indefensas y, por lo tanto, nos vuelven más sumisas. La competición por ser la más guapa, la más perfecta en esta sociedad, crea enemistad entre las mujeres y, como la unión hace la fuerza, el caso opuesto nos vuelve más débiles en conjunto. Por eso está tan mal criticar a una gorda como decir “mira la operada esa”.

Además, esta presión estética refuerza la idea de feminidad creada culturalmente, la que no nace de nuestras diferencias biológicas, sino que se adquiere culturalmente: la mujer debe ser bonita y dulce para ser femenina, o de lo contrario es un “machote”, algo socialmente indeseable.

Por todo esto, al saber que las mujeres representan el 86% de las operaciones de cirugía estética me recorre una pequeña tristeza. Estamos cayendo en sus redes, asumiendo el rol que nos han impuesto por el cuál debemos alcanzar un tipo concreto de belleza.

Hay demasiadas empresas creadas en torno a la presión estética que no pueden permitirse que las mujeres dejemos de querer ser perfectas: cirugía estética, productos dietéticos, cremas anticelulíticas… La lista podría ser eterna. Para sostenerlas, en las últimas décadas se ha ido desarrollando también un culto al cuerpo masculino que va ganando terreno paulatinamente, aunque todavía no alcanza las dimensiones de la presión estética femenina, ni sustenta un sistema tan instaurado como el machismo en nuestra sociedad, pero al final es igualmente dañino para los individuos.

Todo esto me lleva a pensar en un problema común entre quienes no reflexionan demasiado sobre la igualdad de género: pensar que si se hace lo mismo con hombres que con mujeres, supone indisolublemente un logro para esa igualdad.

Yo pienso que esto no es así. Si cometemos el mismo error por duplicado (la misma cagada que hacíamos solo con las mujeres la hacemos extensible a ambos géneros), no estamos avanzando nada como sociedad.

¿Quién nos dice que es importante tener grandes músculos (ellos) y grandes tetas (nosotras)? ¿Nos beneficia en algo como personas? Permitidme que me muestre reticente a creer que vamos a mejorar por cumplir un ideal de belleza que, además, como todo canon estético, es siempre efímero.

Como me dijo una amiga, nos están haciendo creer que el enemigo está dentro cuando, en realidad, está fuera. Hemos interiorizado que nuestra lucha es contra los michelines, contra los granos, contra cualquier punto de nuestro cuerpo imperfecto y, sin embargo, deberíamos centrarnos en luchar contra lo que nos hace sentir que algo tan normal y humano es imperfecto e indeseable.

Si quieres tener un pecho más grande, la nariz de Paris Hilton o un ano más blanco, ¡adelante! La idea de este artículo no es huir de la cirugía estética, sino que reflexionemos sobre las motivaciones que nos llevan hasta una clínica por motivos puramente estéticos y que, sobre todo, tomemos conciencia de que no pasa nada si no somos estéticamente perfectos.

Autor: Carmen Porcel.