Cuando mi amiga conoció a Miriam tardó muy poco en querer que conociese a su gato. Era un animal precioso con un pelo brillante que se veía siempre recién cepillado y unos ojos azules que llamaban la atención. Era el gato más cariñoso que había conocido y a ella le encanta visitar a Miriam en su casa para poder disfrutar del ronroneo constante de aquel felino tan dulce. Me cuenta que, el día que el minino se escapó, estuvieron una semana completa buscándolo desesperadas, hasta que volvió por su propio pie. 

Dos años después de aquello, Miriam y su novio decidieron empezar la convivencia, pero aquel piso era muy pequeño para ambos y buscaron algo más grande. Eligieron un piso precioso recién reformado donde no aceptaban mascotas (algo muy habitual, por desgracia). Mi amiga se sorprendió cuando Miriam, en la misma mudanza, sin ningún tipo de remordimiento, metió a su gato en un trasportín y lo mandó a casa de una tía suya, que buscaba un gato para soltar en su finca y que espantase a los ratones. Mi amiga le preguntaba si no había una alternativa, aquel gato estaba acostumbrado a vivir en un piso, al calor de la calefacción, con su pienso y sus latitas de comida húmeda, pero ella dijo que un gato es un gato y que si había ratones estaría entretenido y lo pasaría genial.

No había pasado mucho tiempo cuando Miriam dio la feliz noticia de su embarazo, tuvo una niña que, en cuanto aprendió a caminar, se convirtió en una duendecilla juguetona muy inquieta. En su segundo cumpleaños, su madre le regaló un conejito. No uno de peluche, no, uno de verdad. Con sus orejas adorables, sus bigotitos graciosos y sus millones de cacas que iba dejando por toda la casa. Mi amiga le preguntó cómo había hecho con su casero e Miriam le contó que realmente su casero sólo tenía problemas con los perros grandes porque el inquilino anterior tenía uno y le destrozó el parquet y algún mueble. Inevitablemente salió el tema del gato, cómo era que no había ido a buscar a su gran amigo «Misifú vive feliz ahora en aquella parcela, si lo traigo para aquí ahora se deprime, además con la niña… Él ahora es salvaje». Y así fue como aquella pequeña niña empezó su relación con su primera mascota, apretándole la barriga para abrazarlo sin que nadie le explicase que debía tener cuidado porque, claro, «es una niña, se tendrá que acostumbrar el pobre». Además, según Miriam, lo bueno del conejo es que las cacas no ensuciaban mucho y se podían recoger fácil. Dos semanas más tarde el conejo vivía en una jaula bastante pequeña. «La idea era que a la juala fuese solo a hacer sus cosas, pero es que me llena la casa de mierda y huele fatal, así que cuando la niña quiere jugar se lo dejo sacar un rato, pero después está ahí en su casita, que está muy a gusto, le pongo heno nuevecito todos los días y vive a cuerpo de rey».

Seis meses después les surgió la oportunidad de mudarse a una casa con jardín, era un sitio ideal para tener niños y no se lo pensaron. La jaula del conejo estaba en el porche porque, aunque hacía mucho frío, ese olor dentro de casa era insoportable y no tenían tiempo de cambiarle el heno todas las semanas. «Así respira aire fresco y vive lo más parecido a la naturaleza, además la niña le arranca el pelo jugando, en el fondo es lo mejor para él». Un día un vecino le preguntó por qué tenía al pobre animal allí y ella, muerta de la vergüenza, le dijo que había sido un regalo que le habían hecho a la niña, pero que ella era muy alérgica y no sabía qué hacer. Aquél vecino se apiadó del conejo y de aquélla pobre familia, que hacían lo que podían para cuidar de un animal que enfermaba a su hija, y se lo llevó para sus nietos, que amaban a los animales y siempre habían querido una mascota. El conejo desapareció de su casa y nadie más preguntó por él.

Después llegó el niño, un terremoto ya desde bien pequeño, ese típico bebé que, según empieza a caminar ya tiene que llevar puntos en la frente, que pone a prueba al adulto más responsable. Entonces Miriam decidió que, lo que mejor le vendría a aquel niño tan inquieto era un perro. Compraría un cachorro de raza, «porque los que se adoptan en las perreras son impredecibles, nunca sabes cuánto van a crecer, el carácter que tienen…» Así que eligió meticulosamente a aquél cachorro para sus hijos. Ahora que tenían una enorme finca tendría donde correr y jugar y su marido lo adiestraría, ya que el criador le advirtió que eran perros muy inquietos y que, sin una buena disciplina, no podrían vivir con él. Debían ser constantes y disciplinados.

Cuándo llegó el cachorro toda la familia se volcó con él. Todo eran mimos, juguetes, correas de colores y arneses originales para sacarlo de paseo. Pero aquél perro alcanzó los 35 kg antes de tener un año y nadie nunca le había enseñado a obedecer, así que Miriam no lo llevaba de paseo porque la tiraba al suelo y el marido le recordaba que él nunca quiso tener un perro, así que decidieron que con la finca para correr era suficiente para todas sus necesidades.

Cada vez que mi amiga pasaba la tarde con Miriam y sus hijos en aquélla preciosa casa tenía que limpiar bien sus zapatos, porque raro sería que se subirse al coche sin un par de buenas cacas pegadas en ellos. Los niños no jugaban fuera mucho porque el césped crecía y se tropezaban constantemente, y claro, el corta césped se atascaba con tanta mierda.

Cuando llegó el calor, el vecino volvió a hablar con ella. Al sol, aquella cantidad te caca daba un olor insoportable y, si el perro era grande, os imagináis el tamaño de sus deposiciones. Así qué e Miriam «habilitó» el garaje para tenerlo allí durante el día, así se obligaría a sacarlo a pasear y aprovechar para hacer ejercicio y el resto del tiempo el perro estaría resguardado de la lluvia y las temperaturas. Tendría su camita, sus juguetes… Pero aquel perro había vivido siempre libre, así que destrozó todo lo que pudo en aquel garaje y pasó meses llorando por salir. El marido de Miriam lo sacaba a pasear varías veces al día, pero no era suficiente para aquel perro tan inquieto.

Pasaron unos meses y, aquél matrimonio que siempre había sido bastante voluble, se separó definitivamente. Desde que su marido se fue de aquella casa, aquel perro no volvió a salir del garaje durante meses. Convivía con sus propios desecho, pero siempre tenía comida y agua que le rellenaba desde la puerta, sin entrar mucho, ya que el pobre animal de los nervios se le subía y le hacía daño.

Un día, mi amiga le preguntó qué podría regalarles a los niños ese año por navidad, a lo que Miriam le contestó «Te pido que no les compres nada, intento transmitirles unos valores a los niños y con tanto regalo material me lo están impidiendo. Su padre ahora compensa su huida con regalos caros y yo ya no sé cómo enseñarles lo que de verdad importa en la vida». Un rato más tarde, mi amiga abre sus redes sociales para enseñarle a Miriam al bebé de una amiga. Miriam critica al momento el hecho de que tenga fotos de un niño sin su consentimiento en una red social pero, al pasar… Mi amiga se percata de que la foto de aquel perro que compartía la asociación de animales de la zona era el perro de Miriam.

Era una difusión externa que decía «Este precioso perro busca una familia que lo quiera tanto como la que tiene ahora. Es un perro acostumbrado a vivir con niños y muy sociable, pero por circunstancias familiares deben buscarle otro hogar…» Mi amiga le recrimina, pues se da cuenta de que es su perro y no le había contado nada. Entonces Miriam dice que el perro había sido un capricho de su ex, que se había empeñado en tener un perro grande y ahora ella sola con él no era capaz de atenderlo. Que era muy bueno, pero que era muy bruto y le tenía miedo. Mi amiga enfureció y no pudo aguantar más. Le preguntó qué tantos valores les quiere transmitir a sus hijos abandonando a todas sus mascotas, usándolas mientras son pequeñas como juguetes y dejándolas malvivir cuando ya no le interesan. Tuvieron una fuerte discusión que terminó con su amistad.

Tiempo después supo, por una amiga en común, que aquel perro estaba en un refugio de animales después de haber atacado a su nuevo dueño. El pobre, acostumbrado a vivir encerrado y sin nadie que se acercase a él… Además le contó que a ella le había resultado muy extraño que, cuando le dijo a Miriam que estaba embarazada le preguntó cuántos años tenían sus gatos, y cuando esta le dijo que 4 y 5 ella dijo «qué lástima, aún les quedan años, es que con un bebé los gatos son un rollo, para ti sería más cómodo que fueran más mayores y murieran pronto». Está chica que amaba a sus gatos, obviamente no volvió a hablar con Miriam. Aunque supieron que, poco después de sacar al perro de casa les había comprado una cobaya a los niños, para que aprendiesen a tener responsabilidades.

Qué necesaria es en ocasiones la ley de protección animal…

 

 

Historia real de una seguidora escrita por Luna Purple.

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