Qué pena llegar tarde al cambio.  

Ver como se empieza a dar visibilidad al acné y cada día en más revistas, perfiles, series y películas salen  granos. Ver como en los catálogos de moda aparecen chicas fuera de la 36, con sus estrías, su celulitis,  su lo que todo el mundo tiene, vamos. No me canso de ver tripas de todo tipo al aire, piernas, pelos,  canas,rojeces, cicatrices, y pienso lo fácil que hubiera sido todo si el cambio hubiese llegado antes. 

He crecido en un mundo en el que los granos había que taparlos porque quedaban mal, y si tenías que  ponerte una capa tras otra de correctores y bases, se ponía. Y si tenías tripa, mejor no mostrarla, lo  mismo con las estrías que llegaron con la adolescencia y la celulitis con la madurez. Ojeras, bolsas,  rosácea, cicatrices. Hay un remedio para todo, y durante años se nos ha bombardeado para que  compremos y compremos productos que nos prometían mejorar todo aquello. Y por supuesto, las  grandes marcas se han enriquecido gracias a nuestras inseguridades y estigmas.  

¡Qué pena llegar tarde al cambio dónde bigotes, axilas, piernas y demás partes bajas visten con pelo o  pelusilla! Cuánto daño habríamos ahorrado a pequeñas que con apenas 11 años se ven sometidas a las  burlas por tener pelo. Porque al final, esas burlas duelen más que un golpe seco de cera caliente, y lo  sabemos todas. ¡Y qué pelo va a tener además una cría! Cuántas comeduras de tarro habríamos  ahorrado a casi todas las féminas porque qué necesario era aclarar a gritos que un chocho, huele a  chocho, el sudor huele a sudor, y el pelo sucio a pelo sucio. Por no hablar de que llevar el pelo corto  podría ser considerado como ser de “bollera” o “marimacho” o las canas, símbolo de vejez. Qué lástima  el daño que una sociedad puede causar, sobre todo con aquellas cosas que son parte del camino de la  vida. O puta vida para muchas, que siguen luchando por cumplir los cánones establecidos. 

Todavía me acuerdo de cómo muchas revistas de mujeres, o revistas de playa como yo las llamo, tenían  una sección que sacaba a relucir con fotografías las vergüenzas de las estrellas. Menos mal que ahora se  es más crítico con esas actitudes que con lo que hasta hace poco, se consideraban defectos. ¿Por qué el  miedo a la imperfección, en un mundo en el que nadie es perfecto, ni siquiera a golpe de bisturí? ¿Por qué ha tardado tanto en llegar esta revolución de dentaduras imperfectas, kilos de más o de menos,  axilas pobladas y cicatrices en forma de agujerito en la cara? Ahora la cana es bella, la arruga es historia  y bagaje, las estrías son líneas de la vida, el pelo rapado es reivindicativo y la celulitis es pan nuestro de  cada día. Amén. Se habla abiertamente de la regla, la menopausia, los abortos, de los cambios en el  cuerpo. Se despenaliza la libertad de pensamiento y de hacer con nuestros cuerpos lo que nos venga en  real gana.  

Cuántas cadenas se están rompiendo, cuántas ideas retrógradas están ardiendo en hogueras  interminables. Cuánta frescura que llega con estos nuevos aires, cuánta variedad de libertades.  

Y sin darnos cuenta, muchas de nosotras tenemos que desaprender de repente, tenemos que descifrar  cuál es nuestra mejor manera de gestionar los cambios, de despojarnos de los mitos inculcados desde la  infancia y hacernos una pregunta: El taparnos, el depilarnos, el cubrir las imperfecciones, ¿es hacia para  con nosotras, o hacia los demás? Si has elegido la segunda opción, bienvenida, estamos en el mismo  viaje, y apuesto a que será revelador.

Paula May