Ha vuelto a ocurrir.

Netflix ha estrenado la nueva temporada de Élite y nos hemos vuelto a enganchar. ¿Cómo? Ni idea. ¿Por qué? Tampoco lo sé.

Hace unos meses, cuando disfrutamos de la segunda temporada, yo os escribí esto porque de aquella no entendía como podíamos engancharnos de esa manera tan brutal a una serie de adolescentes, y mala, a nuestra edad pero volvemos al punto de partida y aquí estamos, tragándonos capítulo tras capítulo de esa season 3.

Y mira que los guionistas nos lo ponen fácil para que no volvamos a necesitar ver capítulo tras capítulo sin descanso: repiten tramas, nos rompen las parejas que shipeábamos, introducen personajes odiables…

No complican las tramas más allá de lo realizado en las temporadas anteriores, se repiten situaciones en los que sólo cambian los personajes que las protagonizan y, de vez en cuando, aparece un abrazo no esperado.

Seguimos odiando a Lu, aunque puede que un poquito menos, continuamos sonriendo a este lado de la pantalla cuando Guzmán y Nadia se juntan en plano y las cejas de Omar nos siguen pareciendo lo más pero él nos mola un poco menos, al menos a ratos. Continuamos asistiendo a esas mismas expresiones en las caras cuando están de fiesta, que por cierto, hubiera matado por asistir a esos fiestones cuando era adolescente, que cuando están declarando ante esa inspectora que no sé a que espera para pedir el traslado de la sede de homicidios a Las Encinas porque lo de ese instituto no es normal.

Porque otra cosa no, pero esa juventud está tan acostumbrada a las agresiones y a los asesinatos que ya ni se sorprenden. Y es que cada situación que viven, es más surrealista  que la anterior pero seguimos pegados a la pantalla. Podemos echarle la culpa a la cuarentena pero en realidad sabemos que no, que estaríamos igual de enganchados aunque no estuviéramos en estado de alerta. Esto es así y hay que admitirlo.

Soy la primera en admitir que no es una serie buena, ni de culto, ni de esas que llenan las listas de series imprescindibles para ver pero también tenemos que admitir que hemos llorado con ella, incluso más que algunos de sus personajes porque, todo hay que decirlo, menuda sangre fría que me gastan los chiquillos. Nos hemos reído de las situaciones esperpénticas que plantean y hasta hemos aplaudido cuando esos dos jovenzuelos se besaban. Tenemos que admitirlo. A todas nos parece una serie mala pero todas la vemos. Y los que están detrás de ella lo saben. Tienen que saberlo.

En esta temporada, si hay un giro de guión que no me esperaba y me ha sorprendido para bien. No os contaré nada para no spoilear pero solo os digo que larga vida a la sororidad y al apoyo entre mujeres, aunque el mundo quiera enfrentarnos.

¿Por qué unos llevan la chaqueta del uniforme azul y otro gris? ¿Por qué algunos llevan una mochila a rebosar y otros que van a la misma clase llevan solo una carpeta? ¿Por qué ninguno de esos chavales tienen unos padres que se preocupan por lo que hacen al salir de clase? Que por cierto, esta si que era una buena serie…. Y es que son muchas las preguntas tontas que surgen con cada capítulo.

Dicen por ahí que la próxima temporada, vendrá cargada de novedades en lo relativo a los personajes, que no a las tramas y yo me niego.  No quiero nuevos personajes.

Quiero a Nadia & Guzmán juntos y felices, quiero a Omar & Ander comiéndose la vida igual que se comen entre ellos, no quiero ver ni rastro de esos dos nuevos personajes odiosos  a los cuales no nombro para no hacer spoilers, y quiero, aunque hace unos meses era inimaginable, que Samuel y la Marquesa compartan muchos, pero muchos, macarrones.

Me da igual que la trama se repita continuamente, mientras sigan estrenando temporadas tendrán mi culo sentado en el sofá viéndolas.

Si algo está claro, es que Élite es una droga. De las buenas.