Admitiré que no fueron mi primera opción…

Hace años conocí a una chica en el trabajo que se encontraba metida en una relación horrorosa de la que salía cada poco y volvía a entrar de cabeza en cuanto se sentía un poco sola. Durante un tiempo fuimos bastante amigas y cuando ella me dijo estar liberada y que quería salir a conocer gente, yo le presenté en momentos diferentes a dos chicos, uno de ellos es actualmente mi marido (pero eso es otro tema que ya os contaré otro día), y el otro era un chico al que yo tenía mucho mucho cariño. Era muy guapo, divertido y bailaba de escándalo. Debo admitir que cuando lo conocí me llamó la atención más de lo que hoy reconocería. El caso es que él estaba pasando un momento de su vida bastante pasota y no le hizo ni caso a esta chica. Realmente menos mal, porque poco después supe que no era tan maja como me parecía.

Unos años después, en mi grupo de amigas del trabajo, había una chica con la que no tenía mucho en común, pero nos paramos a hablar un día y… Un año después éramos como hermanas. Yo sentía mucha rabia porque el amor romántico no la había tratado bien, aunque siempre estuvo rodeada de personas que la querían muchísimo.

Al poco de nacer mi hijo mayor decidí sacar de nuevo mi papel de Celestina, ahora que sabía que ella si se merecía encontrar a alguien bueno, yo tenía algún amigo de mi pasado que podría hacerla todo lo feliz que se merecía. Entonces le presenté al chico que creí que sería perfecto para ella. Que estuvieran juntos sería maravilloso para mí, ya que eran dos personas a las que quería mucho. Los dos eran alegres, dicharacheros, con un corazón enorme y un humor absurdo capaz de hacerte desternillar. Los presenté y me senté a ver cómo surgía la magia, cómo el brillo de sus ojos me agradecía la idea… Pero no, era nuevamente el que hoy en día es mi marido. Seguimos todos dando las gracias al universo porque eso no cuajara, si no, vaya liada.

La dejé tranquila un tiempo, pero entonces, mi otro amigo empezó a comentar en mis redes sociales todas las publicaciones que yo hacía sobre una serie de televisión que estaba viendo. En esos comentarios se entrelazaban sus ansias de hacerme spoilers con las súplicas de mi amiga porque no pusiera nada más, ya que ella iba aun por detrás. Y así surgieron varias conversaciones absurdas sobre qué serie era mejor y cual era nuestro amorío preferido.

Cansada de que nuestras conversaciones fueran públicas, creé un grupo con ellos dos y allí estuvimos durante semanas hablando a diario sobre cualquier cosa. Y a mi la bombilla del amor volvía a encendérseme, pero esta vez con una razón lógica. Al poco de nacer mi segundo hijo organicé en mi casa una cena. Por mucho que hablasen todos los días, nunca se habían visto y sin ver el brillo de la mirada del otro no se podían enamorar… Así que preparé a saber qué plato semielaborado para que tuvieran que charlar mientras yo ultimaba mi receta y… Pues parecía que la cosa cuajaba. Salieron de mi casa con un recuerdo muy bonito del día en que se conocieron y la promesa de verse a solas en la siguiente noche libre. Fue muy bonito ver cómo ella, con resaca y un chupetón, me contaba al día siguiente que mi amigo era un chico estupendo.

Todo fueron risas, nerviosismo y confusión unos meses, como casi todas las relaciones. Miedo, ilusión, incertidumbre, vergüenza… Pero desde que dijeron la palabra “novios” por primera vez hasta que él, que no quería tener nada serio, hincó la rodilla ante unos fuegos artificiales y mi amiga, había pasado un año escaso.

Fue un placer poder encargarme de la ceremonia de su boda, participar en aquel enlace de la misma manera que lo había hecho cuando se conocieron, pero esta vez peinada de peluquería y no con un moño de andar por casa.

Hoy celebran sus bodas de madera, sus primeros cinco años, junto a su pequeño, el niño que vino a hacerme crecer el corazón todavía más cuando creía que sería imposible. Han cumplido un millón de sueños juntos, han sufrido mil desgracias y las superan día a día con su amor y sus enormes sonrisas; y yo no puedo ser más feliz por ellos porque es imposible. Son dos ángeles en la tierra y ojalá la vida les devuelva todo lo bueno que han hecho siempre.

PD: Si, finalmente me casé con mi marido porque me cansé de presentarle a chicas con las que no cuajaba… No, es broma, pero podría ser cierto.