Efectivamente, es mucho mejor no meterse donde no te llaman, pero yo no aprendo…

Llevaba varios años trabajando con mi compañera Sara, el mismo tiempo que llevaba soportando al gañán de su novio. El típico cuñado que sabe de todo más que nadie y que intenta dejar en ridículo a todos los que no saben tanto como él de mecánica, finanzas, carpintería, motociclismo, futbol, cocina… Lo que sea que se te ocurra, él sabe más y tu eres una pobre ingenua que va por la vida sin tener ni idea. 

 Un día Sara empezó a hablarme de Cristian, uno de nuestros clientes habituales que llevaba semanas poniéndole ojitos. Era muy educado, simpático y agradable; antes lo atendía yo y nos hicimos medio amigos, pero a Sara me pidió que la dejase a ella y, desde entonces el coqueteo fue en aumento. Nunca creí que pasase de ahí, como con otros clientes. Entendía que tenía la autoestima por los suelos por culpa del gañán y que buscaba sentirse mejor con los halagos de otros chicos sin importancia. Pero esta vez fue distinto, hablaba de Cristian todo el tiempo, lo amable que era, los mensajes por redes sociales que le enviaba por las noches llenos de admiración… ¡Se estaban enamorando! Y yo era la guardiana de ese amor, su cómplice. Todo esto mientras no reunía el valor para mandar a la mierda al gañán. Ella empezó a ponerme de excusa con su novio para irse con Cristian como una adolescente en su coche a frotarse como si quisieran encender un fuego. 

Un día Mr Gañán se había ido a pasar el día con su familia y ella le dijo que yo estaba enferma para quedarse en casa conmigo. Al fin Cristian y ella tuvieron ese momento de intimidad que buscaban. Me sorprendió que durmiese en casa con su novio en la misma cama esa noche. Parecía tan natural… Como si no le importase.

Al día siguiente, durante el turno, Cristian le mandaba mensajes calientes sobre lo que habían hecho el día anterior y ella prometía devolverle todos los “favores” que al parecer él le había hecho. En ese momento entra su novio por la puerta de la cafetería con el móvil en la mano, lo deja en el mostrador y se va. Allí estaba la conversación de los amantes, enterita, en directo. Ella salió corriendo detrás de él.

Yo sentí alivio en realidad. Al fin podría vivir su historia con Cristian de verdad, ya estaba todo al descubierto. Entonces volvió a entrar sonriente y con un enorme chupetón en el cuello. Yo la miré extrañada y ella, victoriosa, me contó mientras bloqueaba a Cristian de todas las redes que la había perdonado.

Parece que él se había dado cuenta de que no la estaba atendiendo suficiente, se había disculpado (¿¿¿¿PERDONA????) y la había magreado como hacía tiempo que no lo hacía. La única condición era que no volviese a hablar con él y que dejase de quedar conmigo. ¡¡¡CONMIGO!!! Que yo era una mala influencia y que la había incitado. Y con toda su jeta me dice que lo siente pero que es su amor de toda la vida y que no se iba a perder eso (señalando el chupetón que le había hecho para marcarla como si fuera una ternera) por nada del mundo. 

El pobre Cristian apareció hecho un despojo al día siguiente sabiendo que ella no estaría. Tenían planes de vivir juntos, él ya le había presentado a sus amigos y estaba muy enamorado. Entonces Clara, mi compañera del turno de tarde le dijo: “Créeme, ganas más de lo que pierdes. ¿Sabes cuantos clientes habituales hemos perdido este año por ella?”  Yo la miré espantada y ella se rio a carcajadas. “La única diferencia es que esta vez el gañán la pilló”. Ese día hice un par de horas extras para que me contase todas las veces que le había incluso prestado su casa para verse con el amor de su vida por el cual iba a dejar a su novio. El capataz de la obra de las oficinas de enfrente, cuando acabó la obra, el recepcionista de las oficinas… Y así cada dos o tres meses. 

Ahora tenía que lidiar con el desprecio de un tío que, aunque me caía realmente mal, ahora me daba pena y no podía evitar sentir lástima por él.

 

Escrito por Luna Purple basado en una historia real