Nunca descarté dar el pecho. Desde antes incluso de saber que iba a ser madre tenía claro que a la hora de alimentar a mi retoño al menos unos meses de leche materna debía darle. Dentro de mis posibilidades, dentro de que las circunstancias fuesen las que fuesen… Y para variar mis circunstancias fueron, digamos, complicadas.

Minchiña nació prematura, con muy bajo peso, necesitando cuidados intensivos durante varios días y por supuesto necesitándome a mí y a todo aquello que yo pudiera darle. Mi ansiedad porque todo saliese bien, y aún más porque Minchiña consiguiera ganar peso sana rápidamente, me hicieron convertirme en prácticamente adicta al sacaleches. Desperté tras la cesárea y a los pocos minutos estaba preguntando cuándo podría comenzar a extraerme. Las enfermeras me frenaron en más de una ocasión pidiéndome calma, aunque en aquel momento aquella palabra no figuraba en mi vocabulario.

leche materna

En cuanto me sentí con fuerzas para incorporarme en la cama conecté aquel aparato a uno de mis pechos y sin pensarlo dos veces insistí hasta que las primeras gotas empezaron a brotar. Era oro líquido, apenas unos mililitros que yo llevé entre mis manos a las enfermeras que en la UCI cuidaban de Minchiña. Y de ahí en adelante fui una constante productora de leche materna.

Ya no solo por mi obsesión por llenar un biberón tras otro, sino porque cuanto más extraía más líquido se acumulaba en mis tetas. Era como un globo a punto de explotar. Una auténtica locura que, para variar, no supe gestionar.

Una madrugada una vez más dormitaba mientras el sonido del sacaleches me acunaba. Brrrr – brrrrrr – brrrrrr… Un rato después observé el biberón casi rebosante, y de color rosa. Llevaba muchos días sintiendo un dolor horrible al extraerme, notando los pezones más endurecidos de lo normal. Pero cuando una tiene un objetivo es muy fácil olvidarse de todo lo demás, y yo me había olvidado por completo de cuidarme. Lo que había pasado aquella noche era la consecuencia de todo esto, unas grietas terribles en los pezones y sangre que se mezclaba con mi leche.

Terrible lo que sentí, terrible el dolor que me acompañó varios días… Al menos hasta que di con la solución. Fue una recomendación de varias mamis, todas ellas lactantes y conocedoras de lo que son unas grietas en los pezones. ‘Purelan de Medela’, una cremita que me dio la vida por aquel entonces.

purelan medela

Un bálsamo que calma y que ayuda a hidratar la zona para recuperar la normalidad. Su composición es 100% lanolina natural, una cera producida por algunos mamíferos. Una forma única para rehidratar la zona y conseguir que cualquier grieta desaparezca lo antes posible. Además, no existe ningún problema en que entre en contacto con la leche o directamente con la boca del bebé. Cuando os digo que me salvó de terminar con mi lactancia no miento en absoluto.

En pocos días mis pechos volvían a ser los que eran, las heridas en mis pezones se curaron y pude continuar mi rutina de extracción sin dolor ni sangre de por medio. Claro que en mi caso la lactancia diferida poco tiene que ver con la directa, pero todas aquellas mujeres que conozco y que han dado el pecho opinan lo mismo, esta crema no puede faltar nunca.

Además, no solo es genial para la zona de los pezones, sino que en labios rozados o cualquier zona con problemas de grietas actúa a las mil maravillas.

El tubo grande de 37 gramos dura una barbaridad de tiempo y su precio en comparación a su calidad no es para nada caro. En mi caso opté por contar con un bote grande en casa y uno pequeño de 7 gramos en el bolso. Un imprescindible y todo un descubrimiento que recomendaré siempre.

La puedes comprar en Promofarma de oferta

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada

 

Post NO patrocinado

Enlace de afiliado