La gotera que separó a mi familia

 

No me había adentrado en el maravilloso mundo de las reuniones de vecinos hasta que me emancipé. No soy propietaria, pero vivo en una casa que es de mis padres y, claro, intento evitarles cualquier tipo de marrón con tal de mantener un alquiler irrisorio en estos tiempos. Sobre todo, porque el mayor marrón lo tenemos en la familia…

La primera convocatoria a la que asistí fue de risa. Toda la reunión la orquestó una vecina tocapelotas, muy, pero muy tocapelotas, que, casualmente, es mi tía. No paró de dar por saco con una goterita que hay en su plaza de garaje. No sería un problema si no fuera porque lo que hay encima de la gotera es mi terraza (una preciosa y enorme terraza con su pérgola, su césped artificial, su cenador y sus plantas). Esa gotera lleva media vida, pero ahora se empeñan en que se debe al césped que instalamos al llegar. No sé a vosotras, pero a mí me da la sensación de que hay mucha gente amargada y que lo paga con la felicidad de los demás.

Así que el resto de los vecinos se dedicaron a apoyarla y decir que la culpa era del césped. Hay que aclarar que nadie entra en razón cuando la comunidad está formada por nonagenarios al borde del colapso y marujas viudas sin vida. Así que, tras decir que eso ya estaba ahí, se quedó en que vendría un especialista a determinar las causas de la goterita de los huevos. 

Segunda convocatoria: mi primo, con el que hace años que no hablo, diciendo que su flamante cochazo nuevo estaba jorobándose por la goterita. El pobre no tiene muchas luces, la ESO se la regalaron y trabaja enchufado por su madre (true story). Sólo gritaba y juraba y perjuraba que su coche estaba estropeándose. A ver, vivo en un pueblo de Madrid y llover, pues llueve, pero no diluvia y con el cambio climático la gotera se limita a lo justo y, como digo, ya estaba ahí. Pero bueno, erre que erre y los demás vecinos azuzando a la bestia. A estas alturas yo ya pasaba de ir sola, así que vino mi novio que es muy calmado y la persona más conciliadora que conozco. Como no había llegado la especialista recomendada por la administradora, quedaron en que vendría. Mi chico calmó los ánimos, pero no por mucho tiempo…

Viene la especialista: una arquitecto que tiene una empresa de decoración. No sé qué tiene que ver la decoración con las filtraciones, pero, claro, la administradora tiene montado su choco a costa de una comunidad en la que no hay estatutos, el presidente no se mueve de su puesto ni a patadas y los vecinos se lo pasan pipa a costa de las miserias familiares entre mi madre y mi tía.

Total, que la determinación de la especialista es que, tras su detallado análisis y sus amplios conocimientos sobre humedades (nótese la ironía), hay que levantar el césped y hacer una obra. A eso, hay que sumarle los honorarios por duro trabajo. Todos los vecinos al grito espartano de ¡aú, aú, aú! deseando que eso lo pagasen mis padres. Mis padres explicando que la terraza es la cubierta plana de parte del edificio. Los vecinos que no entienden qué coño es una cubierta, porque lo plano es su encefalograma. Resultado: mi madre cagándose en todo el mundo (tiene un genio de aúpa) y la muy z…. de mi tía diciendo que si su hermana, a la que tiene que querer con locura, tiene que pagar, que pague. ¡Olé al amor filial!

Y así siguen ocho años después. Yo, ya hasta los huevos, dejé de hablar a mi tía. La razón es que por una gotera ponga a su hermana en esas tesituras en lugar de apoyarla o llegar a un acuerdo para que su hijo aparque su flamante coche en nuestra plaza y al mío, que es un cascajo, le caiga la gotera (que me la suda bastante) me parece de ser mala. Tampoco le hablo por otras miserias familiares que darían para otros cuantos posts. Así que, con mucho ahorro gracias al alquiler bajo, hemos logrado comprarnos una casa y me mudo. ¡Me mudo a una unifamiliar sin vecinos! 

 

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