Supongo que si estás leyendo esto es porque también sois omnipotentes y habéis superado una comida (o lo que es peor: una cena) con un bebé a cuestas. Si es que no agarra bien la silla que vienen curvas.

Se puede reconocer a la persona con su primer hijo/a recién nacido/a por la cantidad de cosas que lleva encima. Cuanto más lleve, más probabilidades de serlo. El primer día que salimos nosotros a comer a casa de mi madre parecía nos fuéramos a ir de acampada una semana: Con la cesta del carro a rebosar (que ni cerraba al meterlo en el maletero) y la mochila con pañales, toallitas, la crema, el jabón, una toalla pequeña y otra grande, la ropa de recambio, la ropa de recambio de la ropa de recambio, la mochila porteadora, la camita portátil por si se duerme, una muselina, una manta más gruesa, la chaqueta, el gorro, los guantes, un gorro y unos guantes de recambio, los biberones esterilizados y la leche en polvo, agua embotellada y lo más importante: Los juguetes. Que dices… ¿Para qué, no? ¡Si son bebés y no hacen nada! Fácil:

Por si acaso. Todo es por si acaso. No vaya a ser que allí donde vas no haya civilización, ni tiendas ni farmacias donde poder comprar algo como emergencia.

Esa lista en un día normal. Imagínate el día que decides ir a comer fuera con tus amigas y tu bebé por primera vez, que a todo lo anterior se le suma una chaqueta bien gorda (no vaya a refrescar en algún momento de la tarde), más juguetes de todo tipo, más comida o algo para entretener al crío mientras tú intentas comer y tener una conversación de adultos a la vez… Quien sabe, las opciones son infinitas.

¿Recordáis de jóvenes cuando nos quejábamos de esas familias que los dejan corretear por los restaurantes y lo tocan todo sin permiso o de los que arman tremendo jaleo en la mesa chillando y llorando? Pues ahora esa familia resulta que eres tú.

Yo acabé sentada en la mesa despeinada y con un tic en el ojo de los nervios porque mi hijo quería estar en brazos y de pie (conmigo). Obviamente, todo el repertorio de “por si acasos” que había traído quedó olvidado encima de la mesa. Al final intenté comer algo y tranquilizar al bebé al mismo tiempo y cuando ya todos iban por la tercera copa desistí y me fui a casa.

Las siguientes veces que ya vas más mentalizada de lo que puede llegar a suceder te esfuerzas un poco más en llegar al postre y al café. Puedes tener suerte y que se duerma o todo lo contrario: Empiezas por enseñarle los juguetes, intentar que se duerma, darle algo de la comida que le habías preparado, dar vueltas en bucle a la mesa por si le calma, tenerlo en brazos, ponerlo en la mochila porteadora, darle el pecho… Y que no, cojones, que no. Que nada funciona. Y tú cada vez más nerviosa, más tensa y más frustrada…

Entonces se ponen de acuerdo todos los dioses y pasa algo que sabes que no debería hacer, pero el niño/a se entretiene. Y le dejas. ¿Quieres comerte una servilleta de tela? Adelante. ¿Las cucharas se han convertido en algo MUY apetitoso? A la boca. ¿Mi comida sí pero la tuya no? Toda tuya. ¿Se anima a ir con esa amiga a dar una vuelta? Que se lo lleve POR DIOS. ¿Un vídeo o música en el móvil? Mira, un día es un día. Ya veremos las consecuencias después.

¿Con todo esto que quiero decir? Que salir de la rutina con un bebé es TAN difícil que estaría bien plantearnos no juzgar a la primera a esa familia que le da el móvil a sus hijos o les deja jugar en el suelo aunque esté sucio, o con un juego de mesa a media comida. ¿Puede que lo haga siempre? A lo mejor si, no lo sabemos. ¿Puede que sea ese día y ya? También puede ser.

Cuando les veo y les sonrío, como si mandara una señal de «Ánimo, nos lo hemos ganado» porque me gusta pensar que quizá de vez en cuando es necesario un pequeño descanso.

 

Moreiona