Cualquiera que me conozca sabe que la repostería es mi pasión. Si por algún casual dejase mi profesión, abriría una tienda de pastelitos y postres clásicos.
He hecho decenas de bizcochos cambiando las cantidades y los ingredientes, pero hasta que no me quedé sin levadura no probé la mejor receta de mi vida. Hoy me he animado a compartirla porque está para chuparse los dedos.
Ingredientes
- 8 huevos L
- 140 gramos de azúcar
- Un par de cucharadas de esencia de vainilla
- 100 ml de leche
- 100 ml de aceite de girasol (si no tenéis, podéis usar de oliva suave)
- 130 gramos de harina
Cómo preparar el bizcocho
- Precalentamos el horno a 180º.
- Separamos las yemas de las claras. Es importante currarnos este paso, porque si las claras tienen yema no van a montarse.
- Montamos las claras a punto de nieve. ¿Cómo? Yo lo hago con una batidora eléctrica de barillas a máxima potencia. Cuando empiezan a espumar echo la mitad del azúcar. Cuando cogen consistencia, echo el resto. Sabréis que las claras están montadas cuando parecen nata montada.
- En otro bol mezclamos las 8 yemas con la leche, con la esencia de vainilla, con el aceite de girasol, y después con la harina. Cuando pongáis la harina, no os paséis batiéndolo porque si no la masa queda dura. Lo justo para que la harina se integre.
- Id añadiendo poco a poco las claras montadas haciendo movimientos envolventes para que quede esponjoso.
- Untad un molde con mantequilla o con spray antiadherente, y verted la mezcla.
- Horneamos el bizcocho a 180º durante entre 20-40 minutos.
Tened en cuenta que el bizcocho sube MUCHÍSIMO. Usad un molde alto o muy grandecito porque de lo contrario se desparramará todo.