LA ROPA DE OTOÑO ME TOCA EL COÑO

Creo que el título no deja lugar a dudas, pero por si acaso, os aclaro que estoy enfadada.

¿Con mi pareja? ¿Con mi jefe? ¿Con la subida de la luz? 

Sí a todo, pero sobre todo a lo último. Aunque no es de lo que tenía intención de hablar. Lo que me trae hasta aquí es el puto otoño. No el otoño en sí mismo, sino la ropa para esta gran estación, que ni es verano, ni es invierno, solo llueve y hay toneladas de hojas mojadas que resbalan más que el famoso bocadillo de aceite de Paco Roncero. 

(Permitidme que aquí haga un inciso, porque no puedo acordarme de este momentazo sin partirme el culo. Si no sabéis de qué hablo, os lo dejo abajo y si ya lo conocéis, ya estáis tardando en volver a vivirlo. Y retomo con el otoño, perdón)

YouTube video

Las tardes empiezan a refrescar y toca sacar la ropa de (música de suspense y voz en off con su eco y su tono grave de malo de película) EN-TRE-TI-EM-POOOOOOO. 

¡Cero dramas! ¿Qué mejor excusa para irse de compris?

Allí que me voy con toda la ilusión de ver las prendas nuevas que nos depara la temporada. Una chaquetita fina, una gabardina, una falda en tonos otoñales que combine con unos botines monísimos de la vida. Vamos, lo que viene siendo algo que no te llevarías al Caribe, pero tampoco a Noruega. Un ni frío ni calor. Un ahora me pongo ahora me quito.

El “Cero dramas” termina tan pronto como descubro la primera tienda (y la segunda, y la tercera). 

Miro a un lado: plumíferos hasta la rodilla más gordos que la vena que se me está hinchando en el cuello.

Miro al otro: crop tops de tirantes más cortos que mi paciencia.

Los percheros se van intercalando con prendas como pantalones de pana y tops/sujes de encaje. Jerseys de lana y cuello vuelto con minifaldas vaporosas. Y yo cada vez me acuerdo más del pastel de carne de Rachel y sus pisos. Muy ricos por separado, pero imposibles de tragar juntos.

Os digo una cosa. Vivo en el norte. Aquí el verano dura “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”. Así que pasamos de los tirantes a la gabardina a mediados de agosto. De hecho, creo que en toda casa bañada por el Cantábrico hay unas botas de agua y un “txubaskero” junto a las llaves. Y es que te lleva más tiempo guardarlas que el que vas a estar sin usarlas. 

Por mi parte estaría encantada de pasar del verano al invierno. Así, de golpe. Como quien se quita una tirita o se hace las cejas con cera (obviando el miedo a quedarse sin una de ellas con tal de que el sufrimiento sea momentáneo). Un día a la playa y al siguiente a la nieve. Pero no. Hasta para el tiempo tenemos que hacer una desescalada progresiva. 

Así que, hasta que mis deseos se hagan realidad y podamos tachar el otoño del calendario, ¡¿me puede alguien explicar qué coño hago yo con un crop top a las 7 de la mañana a 10º o con un pantalón de pana a las 2 de la tarde a 27º?! 

Es que es un sin sentido. ¿Desde cuándo la ropa de entretiempo es juntar ropa de verano con ropa de invierno? Si se trata de eso yo ya estoy servida, gracias. Ahora mismo me planto el trikini con una falda de borrego, sandalias con calcetines de lana, batamanta, pamela y orejeras. Porque si me tengo que hacer un Joey Tribbiani y comerme el dichoso pastel, lo hago a lo grande.

 

Marta Toledo