A veces hago el ejercicio de mirar a la gente, en el metro, por la calle.

Pienso en los complejos que probablemente tienen. En esa chica morena tan bonita que probablemente piense que tiene los muslos demasiado anchos. En ese chico con sonrisa tan amplia y encantadora que probablemente piense que es demasiado bajito.

Demasiado, demasiado… esa palabra tan aterradora. Ser demasiado, qué miedo da.

En esa mujer mayor que se nota que ya ha dejado de intentar quererse, por la forma en la que se sienta, por la forma en la que se mira compulsivamente los brazos y los muslos. Con tristeza, con melancolía. Con derrota.

Esa chica aparentemente perfecta, de portada de revista, que probablemente tenga sus propios complejos que los demás ni siquiera entiendan. Porque la sociedad no te deja en paz ni aunque cumplas los estereotipos.

Esa adolescente que se aparta instintivamente cuando su amigo le toca el brazo, como si no quisiera que lo notara de verdad. Esa chica forzándose a sentarse completamente recta para que no se le marque la barriga.

Veo esas cadenas invisibles que todos llevamos colgados al cuello. Esa necesidad constante de mejorar, pero no por ti mismo, sino porque es lo que parece que tienes que hacer.

Ir al gimnasio todos los días, depilarte todos los días, cuidar que tus manos y tus pies estén perfectos (y esa lucha que yo veo en mis amigas por encontrar citas de manicura/pedicura, que yo no voy a esos sitios, pero parece que tienen la agenda más apretada que un ministro), aparatos dentales, cremas anticelulíticas, cremas de noche, cremas, cremas y más cremas.

Y luego, haciendo un barrido por los asientos del metro, toda esa belleza. Esa belleza que sólo somos capaces de encontrar y de apreciar en otros. Esa belleza que en nosotros mismos, se nos escapa.

“Madre mía, qué sonrisa tiene esa chica. Cómo le mira su chico. Normal.”

“Ese chico tiene un brillo en la mirada que ilumina”.

“A esa chica dan ganas de achucharla”.

Muchas veces, si no quedara de loca completamente, y si no supiera que hay gente que se toma su espacio personal muy en serio (cosa que respeto completamente) me dan ganas de decir esos pensamientos. Esos “qué chica más guapa”, esos “tienes una sonrisa muy bonita”, esos “qué estilazo que tienes”. Porque tengo miedo de que no se lo diga nadie. Porque además lo más difícil todavía es que esa persona se lo diga a sí misma.

Porque las cadenas no nos dejan. Las cadenas nos ahogan. Y el día que te ves bien en el espejo, ese momento en el que te ves divina y fabulosa, puede durar lo que tardas en verte reflejada en un escaparate de la calle. En ese momento notas el tirón de la cadena, y te quedas sin respiración. Y piensas “¿cómo he podido verme bien antes?”.

Se trata de que este mundo, estos estereotipos, este Photoshop constante que tenemos incluso en los pensamientos, nos distorsiona la mente y los sentimientos. Transforma alegría en angustia.

Yo misma a veces me doy cuenta de cómo me mira mi chico y pienso “ojalá yo me viera como tú me ves”. Y hay destellos, hay pequeños momentos en los que me miro al espejo, sin querer o sin quererlo mucho, y lo veo. Y me veo de verdad. Y me quiero y me quiero mucho. Hasta que se vuelven a cerrar las cadenas.

Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos. Probablemente. El hecho de que todo el mundo esté igual tranquiliza, qué queréis que os diga, pero también denota el grave problema que tiene la sociedad y que esta página intenta visibilizar.

Alzar la bandera, gritarlo a los cuatro vientos: No es normal que todos tengamos estas cadenas. Si es un problema que tenemos todos, es un problema de la sociedad entera, y es la sociedad en conjunto la que tiene que actuar, mano con mano.

Para poder mirarse al espejo y sonreír, todos los días. Para creerse los cumplidos. Para luchar por estar sana por salud y no por cómo te vean los demás.

Para mí, eso es Weloversize. Una porción de la sociedad que hemos decidido darnos la mano para intentar liberarnos. Para caminar juntos hacia una visión de los cuerpos que nos permita ser felices. Para mirarnos al espejo, en los reflejos de los escaparates, sin cadenas.

Cris Prieto Solano