Culpa.

Fue lo primero que sentí cuando a mis 38 semanas cogí finalmente mi merecida baja. Sentía que fallaba a esa empresa que me había querido aún estando embarazada. Sentí que le fallaba a mi equipo, por tener que desaparecer unos meses y dejar caos tras mi marcha.

Pero afortunadamente mi retoño no se retrasó y me dejó sólo una semana para sobre pensar, y a su llegada se llevó con el tiempo que me sobraba para pensar en algo más allá que nosotros dos. Al nacer mi cabeza se vio envuelta en esa nube donde sólo existían sus cuidados, una especie de mundo donde sólo entraba él y él. No había nada de mi vida anterior, no podía pensar en el trabajo. Hasta que mi pérdida de la vida anterior, hasta que empecé a echar un poco en falta la libertad que tenía antes. Y en esa vida entraba también el volver a trabajar.

Alrededor de los dos meses de mi hijo empecé a necesitar sentirme útil de nuevo, sentir que hacía algo más que dar pecho y cambiar pañales. Necesitaba espacio, recuperarme. Y no fue hasta los cinco meses de vida de mi bebé que no volví a mi puesto, agotada, nerviosa y con parte de ilusión y pena.

Recuerdo aquel primer día con sentimientos encontrados, con rabia, con ganas y pechos doloridos. Fui llorando porque no me había separado antes así de mi bebé, pero también sentí respiro por volver a recuperar parte de mi misma.

Y el agotamiento, la cabeza ida, hacer mitad de las cosas bien y la otra mitad fatal. Ir a trabajar con noches y noches sin dormir a mis espaldas, saber que mis compañeros no entendían lo duro e imposible que se me estaba haciendo conciliar mi nueva vida con mi trabajo. Y también la impotencia, sentirme inútil y frustrarme. Broncas, querer rendirme y abandonar. Pero no poder, porque mi hijo me necesitaba a su lado en aquel momento, pero también necesitaba a una madre que le llevase dinero a casa en un futuro. Y en ese momento también.

A días me sentía genial en mis horas “para mí”, sentía que podía con todo. Me sentía bien, me sentía contenta de lo que hacía. Las madres necesitamos desconectar de nuestros bebés, pero con cierta medida. Creo que al inicio debería ser más progresivo, más poco a poco. 

Yo volví con una depresión posparto, con una falta de sueño rozando lo enfermizo y con mi hijo enfermo. Me tocó un tres en uno. Y aún así se pretende que volvamos y seamos las mismas personas que cuando nos fuimos, cuando hemos pasado por algo tan bestia como un parto, una recuperación posparto y una maternidad (que cada cual la vive a su modo y como puede).

Yo hice lo que pude, yo disfruté a ratos y sobreviví otros tantos. El tiempo pasa y te adaptas, tu hijo se “acostumbra” aunque pasaran los meses y seguirá llorando cada vez que salgas por la puerta o le dejes en la escuela infantil. Es que es lo que hay que hacer, o eso se supone…

Pero es que la vida sigue, y la conciliación… son los abuelos.

 

Whirlwind