Esta afirmación crucial y categórica la ha hecho hoy mi hija de cinco años. 

Nótese: A las tres y veinte de la mañana.

ESTÁ -que no es lo mismo que estamos- con el proyecto Animales de África en el cole. 

Yo ESTOY en mi trabajo con el proyecto “sobrevivir”. 

Hago este paréntesis por la manía que tenemos ahora los padres de expresar todo en términos mayestáticos. “Tenemos examen de inglés”, “estamos con la tabla de multiplicar y con los afluentes del Nilo”.

Que digo yo que está muy bien eso de acompañar, pero es que «estamos” hasta en la sopa en la vida de nuestros hijos y nos echamos al hombro, además de la mochila física, la académica, olvidándonos a veces de la más importante: la emocional.

Cierro paréntesis.

 

Al tema, que está con el proyecto Animales Africanos y esta noche tuvo una pesadilla que me hizo saltar de la cama con sus alaridos.

Después de encender la luz, buscar monstruos y beber agua -¿por qué los niños por la noche necesitan beber como Indiana Jones en el desierto?-, de repente abre mucho los ojos y me suelta: “mamá, las jirafas no tienen manchas en las patas”. Me quedo ojiplática, pongo mi mano en su frente y… ni rastro de fiebre. 

Me digo que una revelación como esa y con la vehemencia con la que ha sido expresada, se merece una escucha activa. Que es lo que debemos hacer los padres con nuestros hijos. No esa escucha de seres desactivados y derrotados cuando llegamos a las ocho a casa y empezamos con la serie «baño ya, te callas ya, cena,  pis, dientes a dormir». 

Total, que me pongo a practicar la escucha activa de mi hija y me siento la supermadre (soy la hostia de madrugada).

Me explica todo lo que sabe de estos animales y me señala, con cabeceo reprobador y enarcamiento de cejas (heredado de su padre),  el disfraz de jirafa que cuelga detrás de la puerta. Ahí está preparado para mañana y bien colmado de motas marrones por todas partes, incluidas las piernas. Digo patas. 

Ese disfraz, comprado last minute en Internet y que me ha salvado de coser o inventar una jirafa con pantalones de chándal para el carnaval de este año, es absolutamente un sacrilegio desde el punto de vista de la fauna y la flora.

Desastre de madre. 

Pero centrémonos en lo importante. Lo mejor, entre pesadilla y conversaciones sobre África incluidas, es que nos hemos quedado dormidas.

Lo segundo mejor es que esta noche, según llegue a casa, mi marido sin papeles me dirá, “anda a la cama, que ya me ocupo yo”. 

Porque aquí, en la jungla de mi casa se comparte todo, pesadillas y corresponsabilidad. Y ya le tocó a él la noche anterior no pegar ojo. 

Así que ahora, café cargado y rímel en mano, acaricio feliz la idea de llegar a casa y espanzurrarme cual jirafa patas arriba.

@SolangeVernon