Llegan las fiestas navideñas, y la agenda se llena de compromisos: la cena de empresa, la quedada anual con los amigos, las comilonas familiares…

Pero este año notas que no te valen los planes de siempre. O que si los tienes, serás tú la que haya cambiado y lo vivas todo de otra manera.

Hace años, la cena de navidad con tus compañeras de clase era, a menudo, el colofón tras acabar el titánico esfuerzo que habíais hecho para la temporada de exámenes. Celebrabais los aprobados o ahogabais en alcohol la desesperación por los suspensos. El plan era el mismo de cada fin de semana (cena en el chino o en el burguer, y bailar hasta el amanecer en el local que tuviera las copas más baratas), solo que vestidas con algo más de brillibrilli. La ocasión se prestaba a atuendos mucho más atrevidos que de costumbre.

 

 

Quien os ha visto y quién os ve. Ahora, cuando os reunís, disfrutas de una comida en un restaurante innovador con una carta de vino decente, mientras intercambiáis novedades en una larguísima sobremesa. La ropa de fiesta se ha convertido en ropa premamá para algunas de tus amigas, y ves correr versiones en miniatura de otras por el local. Paladeas esos instantes, porque ya no os veis a diario. Afortunadamente en diciembre la cita es ineludible. Cuánto las echas de menos.

 

Las cenas de empresa, cuando eras más joven, podían ser una interesante novedad. Quizás la ocasión perfecta para sentarte al lado del compañero que te gustaba y saber algo más de él, o reírte a carcajadas viendo cómo tu jefe se soltaba la melena por una noche. Si él no tenía medida bebiendo, tu tampoco: demostrabas que eras la que más aguante tenías, y volvías a casa al amanecer, como era tu costumbre. Pero en 2019, la perspectiva es otra. Con algunos de tus compañeros pasas más tiempo que con miembros de tu familia, y se han convertido poco menos que en eso, porque saben de tus desventuras cotidianas mejor que nadie. Incluso puede que seas tú la que tengas un equipo a tu cargo, y todo tu interés sea en que se limen esas pequeñas asperezas acumuladas a lo largo de las semanas. Relajar el ambiente y hacer piña. Sentir que se forma parte de lo mismo y conseguir que el comienzo de año en la oficina sea más distendido.

 

Las nocheviejas hace años eran un evento al que prestar especial atención. Tus amigas y tú pasabais horas debatiendo acerca de a qué macrofiesta ir, tratando de convencer a las demás para acudir a aquella donde fuera el chico que os gustaba. Cada año, peregrinabais por las tiendas tratando de conseguir el vestido más espectacular, aquel que os hiciera sentir que estabais en uno de aquellos videoclips que tanto os gustaban. Cotillón, barra libre y un montón de expectativas acerca de lo que os depararía la noche, ¿qué podía salir mal?

 

Tu yo actual huye de aquellos fiestones organizados en los que las horas se te escapan entre la cola del ropero, la de la barra y la del baño. Sabe que juntarse en casa con amigos y hacer una maratón de juegos de mesa gracias al cual poder seguir creando recuerdos es mucho mejor plan, la mejor manera de empezar el año, sin duda.

 

Y cuando hablamos de las cenas y comidas que el calendario marca como estrictamente familiares, ahora comienzas a verlas de otra manera. De adolescente creías que aquella mesa iba a permanecer inalterable pasaran los años que pasaran, incluso tenías prisa por que aquellos festines acabaran para salir a festejar con tu pandilla. Sin embargo, ahora observas los cambios y te sale una sonrisa agridulce, por la ausencia de unos, y la presencia de nuevos seres a los que quieres con locura. Ya has madurado lo suficiente como para saber que cada navidad es única y que esas noches donde os sentáis todos alrededor de la mesa no son una imposición, sino un regalo. La alegría de compartir tiempo con tu familia es mayor cada año.

 

 

En definitiva, las navidades son, las pases como las pases, el momento de prestar atención a lo importante: la compañía.

 

Las Lunas de Venus