Las peores experiencias con niños que he sufrido siendo organizadora de eventos

 

Ojo, me encantan los niños. No sería capaz de ejercer de maestra ni tampoco pediatra, pero tengo una hija y muchos sobrinos (¡he perdido la cuenta!). Con esto quiero decir que no me molestan y, aunque estoy soltera, soy capaz de ir a un hotel familiar sin que me salga urticaria. Pero me dedico a la organización de eventos, y ha sido en mi trabajo donde he podido descubrir la peor cara de la infancia.

No sé si en las anécdotas que te voy a compartir hay un motivo educacional, genético o qué; soy relaciones públicas, no psicóloga. Eso sí, te puedo garantizar que estas experiencias laborales se han convertido en el mejor anticonceptivo que he tenido nunca.

Los hijos del demonio

Una boda de ensueño. Aunque eran las segundas nupcias del novio, esta pareja quiso tirar la casa por la ventana y organizar una celebración digna de cuento de hadas. No faltaba detalle, ni en decoración ni entretenimiento. Además, tuvieron en cuenta las edades de todos los invitados; niños, incluidos. Había pintacaras, cuentacuentos, discoteca infantil… Y es que el novio tenía dos niños, gemelos de 5 años, por lo que era importante para él que sus críos viviesen un día inolvidable.

El día inolvidable fue un rato. Tras un despiste de la pintacaras, los pequeños robaron sus maquillajes y se colocaron bajo la mesa presencial para pintarrajear el vestido de la novia. Ella, que tenía un sentido del humor envidiable, se lo tomó bien; pero no todo quedó ahí.

Durante el banquete, iniciaron una batalla campal de comida; en el baile, irrumpieron en mitad de la canción, con su coreografía de Fortnite y chillando improperios. Poco a poco la alegría de la novia se fue desvaneciendo mientras aumentaba los grados de alcohol. Jugando al pilla-pilla, al escondite o a Dios sabe qué, tiraron al suelo a una persona mayor y terminaron por destruir la mesa de chuches con un fatídico efecto dominó. Aún me duelen los tímpanos de los chillidos que metió aquella pobre mujer desesperada. No la culpo.

La reparte ‘hostias’ de su comunión

La niña tenía 12 años y llegó al restaurante en una limusina blanca. A lo largo del convite, tuvo la oportunidad de cambiarse varias veces de ropa. Tenía cerca de 200 invitados, a los que trataba con un desprecio vergonzoso. Entre los multitudinarios comentarios que pronunció, uno consiguió herirme incluso a mí: en un momento dado, una señora que parecía tratarse de su abuela, se le acercó para darle su sobre con dinero. La cría lo abrió con desdén y, tras resoplar, dijo: “¿Solo? Y luego te preguntas por qué no te visito”.

Si hablaba así a una anciana pensionista, ya puedes imaginarte cómo trataba al servicio: “Eh, tú, tráeme lo-que-sea. YA, ¿no escuchas o qué?”.

Sus padres habían contratado la actuación de un mago que, por motivos personales y justificados, se retrasó en la llegada al evento. La pequeña tirana llegó a recriminar a sus padres el contratar a mediocres y estropeó el show del mago, desvelándole todos sus trucos. ¡Una joyita!

El hermano mayor que también quería bautizarse

Según sus padres, este niño de 4 años no había aceptado el nacimiento de su hermana pequeña. En una de las entrevistas previas al bautismo de la menor, la madre nos había advertido de su regresión: su primogénito había vuelto a usar pañales, chupete, biberón y a requerir una atención constante que se hacía cuesta arriba para una familia que luchaba por organizarse con un recién nacido en casa.

En el bautismo, tal y como esperaban, su hijo se convirtió en el centro de atención. Si bien no estuvimos en la ceremonia de la iglesia, los invitados no paraban de hablar de la terrible pataleta que sufrió y que impidió que el padre estuviese presente en la misa. En el cóctel, llegó la guinda del pastel: sin pañal, se bajó los pantalones e hizo sus necesidades en mitad del jardín. Además, si su hermana pequeña dormía, él se encargaba de despertarla a gritos. Estaba obsesionado por amargarle la existencia al bebé.

Bonus Extra: la estrategia de hacer responsable al líder

Con más de 20 años en el sector, una va generando sus propias estrategias. En aquellos eventos que cuentan con amplia participación infantil, suelo identificar a los cabecillas. Al/la líder del grupo. Doy con él/ella/ellxs y les otorgo algún tipo de responsabilidad: “Tenéis que cuidar la mesa de chuches, que nadie se acerque”, por ejemplo. A menudo, me funciona. Dotarles del poder de decidir quién se acerca a las golosinas o no, hace que las trastadas se reduzcan considerablemente. De nada.

 Anónimo