Cuando conocí a Mario sabía que tenía pareja, pero era raro el fin de semana que saliéramos en grupo en que no apareciese comiéndose la boca con alguna chica. Cuando cogí confianza con él, me atreví a decirle algo. Charlando entre copas y con amigos le dije que no entendía por qué hacía aquello, que si no quería ser fiel, era mejor no tener pareja o buscar una relación con una persona que estuviera de acuerdo con aquello. Él aquel día empezó a filosofar sobre el amor y las relaciones de pareja, me dijo que estaba enamorado de lo que ella había sido, pero que ahora no se sentía completo con ella y por eso, en cuanto perdía un poco el control, acababa con otras, pero que tenía mucho empeño en intentar salvar aquella relación que había empezado con tanto amor. A mí me pareció todo un discurso bastante falso y le rebatí lo hipócrita de su actitud.

Poco después de aquella conversación supimos que Mario y su novia habían roto. Ya no buscaban lo mismo, ya no eran los mismo que se habían enamorado tanto y ahora cada uno hacía más su vida por separado y aquello no tenía sentido.

Me sorprendió que, ahora que estaba oficialmente disponible, ya no ligaba tanto. Estaba como más centrado, no bebía tanto, bailaba mucho, pero entre nuestro grupo, sin ir buscando nada. Cada vez hablábamos más, nos reíamos más y… Una noche, de vuelta a casa, él me acompañó al portal para que no fuera sola y me besó. Yo le correspondí, extrañándome de mí misma en el momento, y admito que lo disfruté.

No hablamos en toda la semana pero, al llegar el viernes de nuevo, me recibió con una sonrisa tan grande que podría haberme deslumbrado de no estar en una zona tan oscura. Esa noche no se despegó de mí. Bailó conmigo, me pasaba el brazo por la cintura cuando tenía ocasión y me acariciaba la mejilla con el dedo de una forma muy sexy.

Esa noche dormimos juntos. En un par de semanas me empecé a agobiar, pues notaba que me estaba pillando y parecía que él también, pero no me fiaba pues había visto con mis propios ojos cómo era en pareja.

Él me confesó que su ex lo hacía sentir inseguro, que siempre le sacaba todos los defectos y que lo amenazaba constantemente con que llegaría un día a casa y ella se habría ido con otro. Me dijo que estaba tan mal en el fondo que había empezado a beber más de la cuenta cuando salía y que en el momento, liarse con chicas a las que no conocía le parecía un escape a su vida de mierda.

Después de dos o tres chapas, me enamoré perdidamente y, al principio, no me hizo ni puta gracia, pues recordaba con demasiado detalle cómo besaba a desconocidas delante de ella mientras su novia dormía en casa. Pero él me convenció de que aquello tenía un motivo, que a mí jamás me haría algo así. Me dijo que desde que había empezado a sentirse más cerca de mí se sentía más responsable, con menos ganas de beber y enloquecer y más de disfrutar y vivir el momento.

Pues bien, 8 mese llevábamos de relación. Él me había propuesto ir a vivir juntos hacía dos semanas y yo le había dicho que me diera tiempo para pensar. Ese día, de camino al trabajo había decidido decirle que sí, que me iba con él encantada y que estaba preparada par ir dando pasos, pues a partir de cierta edad, si cuentas con tener descendencia no te puedes dormir en los laureles.

Al salir de trabajar, compré dos llaveros de esos que van unidos con forma cada uno de media casa con un corazón en el medio y que está partido por la mitad, que cada uno es una pieza y juntas hacen una imagen cuqui. Pasé por casa, me puse un vestido de flores y me fui a buscarlo a la salida del trabajo. Allí lo vi salir entre sus compañeros, riendo de forma distendida. Entonces sonrió de una forma peculiar, como esa sonrisa que me dedicaba a mí cuando decía algo que le gustaba, pero no me había visto… Entonces vi que sujetaba a otra chica por la cintura. La acercó contra sí mismo mientras le besaba la frente con cariño.

Ella le había un gesto cómplice y le besaba los labios. No era un rollete de un día. Él, en ese momento, me miró y el color de su rostro desapareció en su totalidad. Estaba pálido y el sudor empezó a brotar de su frente antes de dirigirse hacia mí directamente. Su “lo que fuera” lo miró extrañada al ver la brusquedad con la que la soltaba. Yo me mantuve de pie, mirándolo, esperando una excusa para poder sacar aquel llavero de mi bolsillo y hacérselo tragar. Pero entonces vino una sorpresa aun mayor. No venía  a dar explicaciones, no venía a pedir disculpas, venía a pedirme que no hiciese una escena, pues aquella muchacha era la hija del director.

Y yo, obediente y sumisa (pero a mis principios), me acerqué a aquella mujer con educación, le pregunté si llevaban mucho juntos a lo que ella, algo incómoda por las preguntas personales en medio de un lugar público, contestó que dos o tres meses. Yo saqué mi teléfono en el que tenía fotos de su declaración de amor de hacía dos semanas. Le conté lo que necesitaba, cómo fue nuestra relación, las veces que lo había descubierto con otras en su anterior relación… Ella me dijo algo muy sabio “Yo no sabía de la existencia de nadie más, pero tu… Amor, cómo te dejas engañar por alguien como él. SI se lo hizo a otra, a ti te lo hará también.”

Se acercó a Mario, le dio una sonora bofetada y se fue. A los 15 segundos un señor muy trajeado se asomaba al rellano de la escalera y le pedía de forma brusca que pasase a hablar con él.

Espero que las consecuencias fueran las que se merece, pero no me molesté en comprobarlo porque no quise que nadie me dijese más sobre él. No voy a decir que me diera igual, porque es mentira, pero si que soy consciente de que gané mucho más de lo que perdí con aquella ruptura.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

 (La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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