Nutricionistas tecleando “y la obesidad también” en 3, 2, 1

Que os jodan, chapas.

Sí, has leído bien, la gordofobia aumenta el riesgo de morir. No es un titular alarmante, no es una ida de pinza de las gordas de WeLoversize y tampoco es una nueva campaña de marketing de las personas con sobrepeso para camuflar sus ansias de comer donuts. Como hemos intentado explicar por activa y por pasiva el daño que hace la discriminación con palabras bonitas y, aun con esas, todavía hay gente que no lo entiende del todo bien he pensado que a lo mejor os lo tomaríais un poquito más en serio si os lo dice un estudio científico.

Una investigación publicada por Psychological Science ha demostrado que la discriminación que sufren las personas con sobrepeso y obesidad aumenta su mortalidad más de un 60 por ciento. Ves, no me lo estaba inventando, la gordofobia mata. Las risitas, los “ahí va la gorda”, las miradas de asco y los “te lo digo por salud”, entre otras burlas, aumentan la probabilidad de que las personas con sobrepeso lleven a cabo actividades que mantienen o empeoran su condición física, tales como no realizar ejercicio físico o comer de forma poco saludable.

Igual tú, que eres un poquito toca-cojones, sigues en tus trece y estás pensando “¿por qué voy a tener yo la culpa de que el gordo de mi vecino no se apunte al gimnasio?”. Pues sigue leyendo que te lo explico, o mejor aún, te lo explica Angelina Sutin, investigadora de la Escuela de Medicina de la Universidad Estatal de Florida y una de las directoras de este estudio: “Pese a que algunos pueden pensar que si alguien se siente herido debido a la discriminación, se verá motivado a perder peso y buscar un estilo de vida más saludable esto no es cierto. Nuestro estudio ha demostrado que este enfoque no es correcto, pues la discriminación por razón de peso provoca problemas psicológicos serios en la persona que lo sufre.”

Tu cabeza está colapsando, lo noto, pero sigues incrédulo. ¿Necesitas datos? Pues toma datos. Seguramente piensas que en este estudio han participado las cuatro señoras gordibuenas del gimnasio Curves de Florida, pero para tu desgracia la muestra es de más de 18.000 personas. Por si fuera poco, para dar más validez a la investigación, la metodología utilizada fue longitudinal. ¿Qué quiere decir esto? Pues que hicieron un seguimiento a lo largo de los años a esas 18.000 personas para comprobar los efectos de aguantar a gilipollas gordofóbicos.

Los factores que se tuvieron en cuenta en la investigación fueron el IMC (sí, ese numerito que tanto os gusta), el nivel de salud subjetiva, los síntomas depresivos, la carga que suponía la enfermedad, los antecedentes de tabaquismo y el nivel de actividad física.

Los datos del estudio revelaron que las personas discriminadas por su peso tienen una probabilidad mucho mayor de mantenerse físicamente inactivas y de adquirir o mantener hábitos poco saludables, aumentando en un 60 por ciento el riesgo de muerte. ¿La causa? Les da miedo hacer ejercicio en público porque temen ser juzgados y criticados. Escuchan tantas veces que son “vagos”, “glotones” y “asquerosos” que se lo acaban creyendo. Sienten tanta ansiedad por el rechazo y la discriminación de la sociedad que acaban encontrando refugio en la comida. ¿La solución? Crear un clima de apoyo y comprensión. Tan fácil como eso.

Por otro lado, se encontró que el riesgo de mortalidad no depende del IMC, es decir, que lo que mata no es tener 20 kilos de más, sino la gente gilipollas que se cree que hace un favor diciendo “le hace falta un buen cocido a ese saco de huesos” o “sacad los arpones que hay una ballena”. La discriminación, sea del tipo que sea, da pie a consecuencias tan peligrosas como un incremento en el riesgo de mortalidad, un aumento en los niveles de depresión y ansiedad, el desarrollo de problemas de salud crónicos, y un nivel de satisfacción vital mucho menor.

Pa’ los haters.

Resulta que el sobrepeso ya no es solo un factor de riesgo para la salud física, sino que te expone a ser víctima de trastornos de la conducta alimentaria, del estado de ánimo y de ansiedad. Eso sí, todos coinciden en que la obesidad es una enfermedad, pero se trata a quienes la sufren como asesinos armados de grasas trans. No se estudian las causas que se esconden tras la adicción a la comida, nadie se pregunta el porqué de los atracones, y pesa más –nunca mejor dicho– el aspecto físico que el lastre psicológico. Te dan una dieta hipocalórica estándar con el eslogan de “si estás gordo deja de comer” y te mandan para casa. No te recomiendan visitar a un psicólogo ni tampoco te hacen un seguimiento personalizado, pero como vuelvas a la consulta sin haber adelgazado prepárate para escuchar un discurso sobre tu falta de autocontrol.

Es evidente que culpar a las personas con obesidad no funciona. A las pruebas me remito, cada vez hay más casos de sobrepeso. Tal vez el enfoque es erróneo. Tal vez machacar no sea la solución. Tal vez deberíamos entender cuáles son las causas que llevan a algunas personas a refugiarse en la comida. Tal vez deberíamos mejorar los sistemas de diagnóstico para no confundir los problemas hormonales con “glotonería”. Tal vez deberíamos escuchar más a los pacientes y menos a nuestros estereotipos. Tal vez deberíamos dejar de señalar con el dedo y empezar a tender la mano.