Últimamente me he topado con varias personas que utilizan el término señora en tono despectivo, como sinónimo de una vejez mal llevada o de cerrazón mental o de pérdida de la alegría y buen humor. Estoy radicalmente en desacuerdo con el uso de señora como algo negativo. Me niego y me niego porque me he criado rodeada de señoras estupendas y aspiro a convertirme en una no tardando mucho.

Para mí las señoras son esas mujeres que están de vuelta ya de muchas cosas y que llenaron mi infancia de cosas positivas. Esas tías y amigas de la familia que te saludaban siempre con un “Pero que guapa y que mayor y que lista es esta niña”. Esas que se reunían en cualquier circunstancia y con cualquier excusa y se apoyaban incondicionalmente entre ellas hablando de crianza, enfermedades, desgracias varias y trucos vitales.

De las que aprendiste que las permanentes recién hechas no se mojan, que a los hermanos hay que quererlos mucho aunque sean un poco petardos,  a hacerte un moño perfecto, que la familia está para molestar y que molesten y que los sujetadores tienen que ser cómodos y de tu talla cueste lo que cueste encontrarlos.

De esas que metían la cabeza en el probador en tu adolescencia mientras experimentabas con ropa de mayor para decirte que qué maravilla de cuerpo tienes y que hay que ver lo mal que hacen la ropa ahora si no le queda bien a una belleza como tú. De las que increpan a las dependientas del Zara para explicarles que una camisa sin pinzas no le puede quedar bien a nadie, que a ver donde meten ellas en eso los pechos.

De las que te guiñan el ojo y te guardan el secreto de ese primer noviete con el que te vieron darte cuatro besos en un portal. De esas que dan besos en ráfaga, muy ruidosos y muy seguiditos, de las que aprendiste que podías ser profe, médica, ingeniera, comerciante y lo que te diese la gana porque “Tú nena con lo listísima que eres, que no vas a poder hacer tú!” y porque ellas lo eran.

De las que celebraban los éxitos de los hijos e hijas de sus amigas como si fuesen propios, brindaron por ti cuando conseguiste tu primer trabajo y te bordaron cositas para tu bebé. De las que te abrazaban discretamente y te llevaban a un sitio retirado para que no te diesen más personas el pésame en los entierros de tus abuelos y abuelas.

De esas que te enseñaron con el ejemplo que no había celulitis, ni lorza, ni cicatriz que debiera impedirte disfrutar de la playa y de la piscina. Que “Un cáncer es un problema, y el resto son tonterías”. Que cuando te van a sacar una foto hay que apretarse para salir todos y sonreír, no meter barriga.

De las que hoy en día quieren a tus hijos como si sus nietos fuesen, y te sacan de su fondo de armario un bolso de fiesta para ir perfecta a esa celebración que tienes. Que te compran cosas en las rebajas porque ellas tienen tiempo de verlo todo y tú con tanto trabajo como te vas a parar.

¿Cómo va a ser señora un término despectivo? Ojalá yo tenga la madurez y sabiduría necesaria para ser esa señora cálida, divertida, profesional e inteligente que sepa querer así a la generación que viene. Eso si: de entrada lo de los besos en ráfaga me sale fenomenal.

Carme Casado