Llevo casi 10 años viviendo en Madrid, pero cuando me preguntan que de dónde soy, yo siempre digo: ‘extremeña, de un pueblecito del norte de Cáceres’. ‘Bua, pero después de tanto tiempo, ya casi eres madrileña’, me suelen contestar. No, no y no, YO SOY DE PUEBLO.  Y es que amigos míos, por mucho que la gente se empeñe en ser urbanita, ser de pueblo mola mogollón. ¿Por qué? Aquí te lo cuento:

Puede que escuches los ronquidos de tu vecina cuando te acuestes, pero ni rastro de pitidos, ni coches, ni fogonazos en tu ventana en mitad de la noche; y para todo ello no hace falta vivir en un sexto interior. Ventanas abiertas de par en par, amichis, que corra el aire fresco. Además, ¿sabéis una cosa?, tenemos estrellas; son como unos puntitos blancos que por la noche brillan en el cielo. Cielo que por lo general durante el día suele ser azul, ni rastro del grisáceo tristón que veo desde las ventanas de mi trabajo debido a la contaminación.

En mi pueblo las cañas y los cafés son a 1,20. No digo na y lo digo tó. Y si por algún casual no te llega, te fían; total nos conocemos todos y probablemente mañana vuelvas por allí. Además, puedes disfrutar tranquilamente de estos manjares al aire libre sin tener que agarrarte al bolso cual Golum con su tesoro. La gente, por lo general, no roba.

Solemos ser puntuales (excepto mi amiga Sonia que siempre le pasa algo) porque ‘aquí al lado’ significa literalmente AQUÍ AL LADO; y no, Argüelles no está al lado de Gran Vía por mucho que los madrileños os empeñéis. Si implica recorrer una distancia de más de 200 metros, como mucho está cerca, pero JAMÁS, aquí al lado.

Además, puedes hacer como la Espe y aparcar en doble fila un momentito en la calle principal, porque literalmente será un momentito. Ni atascos, ni colas en el cajero, ni guardias municipales en cada esquina. En el caso de que se alargue la cosa, siempre habrá alguien alrededor dispuesto a echarte un cable: ‘Espera Manuel, que es el coche de la de la farmacia, que ha ido un momentino a sacar dinero‘ y la de la farmacia vuelve pasados dos minutos (literales), saluda a Manuel, da las gracias al del bar por el capote y fin de la discusión. La de la farmacia se va a su casa feliz y contenta, sin prisas, ni agobios; no sin antes pasar otro momentito por el colegio y recoger a sus hijos en hora punta. ¿Cuánto ha tardado en estas dos gestiones? 10 minutos; porque no, tampoco tenemos atascos, ni semáforos, ni calles cortadas por manifestaciones.

Además, salir de fiesta es mucho más divertido. Sabes cuándo sales pero nunca cuándo vas a volver. Probablemente, en los 5 mintuos que tardas en llegar a tu casa desde el punto más lejano, te encuentres con 453 personas que conoces y que hace mucho tiempo que no ves; y claro, habrá que ponerse al día con un cañita (de las de 1,20) por medio. Y todo esto, sin ningún tipo de presión, ya que no vas a perder el último metro, ni el último autobús.

Tenemos fiestas, de las guays, de las de reencontrarse con gente, de las de beber en la calle hasta que amanece y sin peligro de multas y de las de acabar comiendo churros sentado en cualquier portal. Y si por algún casual te saben a poco, tienes todo el verano para recorrerte las fiestas de los pueblos vecinos.

Puede que estas razones no signifiquen mucho para ti, urbanita; pero estoy segura de que los que se han criado cazando saltamontes o jugando al ‘tocaculos‘ en cualquier plaza, sabrán valorarlas como yo.

Y a todo esto, este finde, me bajo al pueblo. Invitados estáis.