Lo que aprendí de la vida haciendo obras caritativas

 

Cuando me mudé a Barcelona, hice de todo. Literal. Volé del nido, dejé a mi novio de años y decidí empezar de cero a miles de kilómetros de mi casa. Mucho se habla de Madrid, pero a mí la Ciudad Condal me ayudó a crecer como mujer. Lo mismo iba a clase que al trabajo o me iba de fiesta que de caritativa. De extremo en extremo. 

Los viernes, después de una densa jornada de estudios, me marchaba con unos compañeros a repartir bocadillos a la Plaça de Joan Coromines del Raval. Allí echábamos unos partidos de fútbol con las personas sin techo y escuchábamos sus historias, cómo acabaron en la calle. Emigrantes, negocios fracasados, depresiones… Os aseguro que cada una de sus experiencias da para saga literaria. 

Los sábados, antes de salir al Sutton con mis amigas, me pasaba la tarde cocinando para los enfermos ingresados en el hospital de las Hermanas Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre. Sin ser yo creyente ni nada de eso, ¿eh? Allí aprovechábamos las sobras, aquello que tú tirarías en casa. Con fruta que iría directa a la basura, nosotras hacíamos purés. Era (¿es?) el rincón de Barna para los excluidos sociales, desde ancianos a niños, pasando por adultos con todo tipo de discapacidades. Los medios, limitados. Un ambiente durísimo. Cocina de aprovechamiento sin alternativa porque quizá aquella sopa de pescado que estabas cocinando iba a ser el único plato caliente que se llevarían a la boca en varios días. 

Ambas experiencias fueron durísimas, pero enriquecedoras. 

¿Qué aprendí? 

Una de las primeras cosas que aprendí es que todos tenemos la capacidad de hacer una diferencia positiva en el mundo. A menudo, las personas pueden sentirse abrumadas por los problemas globales y creer que no tienen el poder para cambiar nada; pero al trabajar en una obra caritativa, vemos de primera mano cómo las pequeñas acciones pueden tener un impacto enorme en la vida de los demás. 

Otra lección que aprendí fue la importancia del trabajo en equipo y la colaboración. Al trabajar en una obra caritativa, es necesario estar codo a codo con terceras personas, ya sea para planificar y organizar la actividad o para llevarla a cabo. Quizá es gente con la que jamás hubieses cruzado una palabra, de ideologías o creencias totalmente opuestas a las tuyas, otras razas, condiciones sociales. “Tiene demasiados tattoos” o “Parece una pijales de Sant Cugat”. Lo que sea que os separe, desaparece cuando se tiene el objetivo de ayudar. Te das cuenta de que una de nosotras tiene habilidades y fortalezas únicas que pueden contribuir al bien de otros. En otras palabras: saca lo mejor de nosotras mismas. 

También descubrí la relevancia de la empatía y la compasión. Al interactuar con personas que están pasando por dificultades, adquieres el don de ponerte en su lugar. Pasar de cambiar de acera cuando te tropiezas con un indigente, a sentarte a hablar con él para conocerle. Te mueves con respeto y comprensión. 

Por último, detecté que el servicio a los demás puede ser una fuente de felicidad y realización personal. A menudo, nos enfocamos en nuestras propias necesidades y deseos, pero al ayudar a otros podemos encontrar un propósito más profundo y satisfactorio en la vida. La felicidad que se siente al ver las sonrisas y las expresiones de gratitud de las personas que hemos ayudado es incomparable.

 

Te animo, sin duda, a probarlo. No solo mejoras la vida de las personas de tu comunidad, sino que además te va a servir para tu propio desarrollo personal.