Qué agobio los libros de autoayuda.

Es que es pasar por esa zona en alguna librería y ya me pica todo y me salta un problema nuevo en mi lista.

Será que me los tomo en serio y no debería, que me da por pensar de más y al darle esa vuelta de tuerca se me atrancan. O que me hacen sacar toda la autodestrucción que llevo dentro de la manera más autocrítica, pero no me viene nada bien.

Recuerdo el primero que me dejó tocada,  el título era era algo de siete cosas, y se refería a tener metas en la vida, rollo como ir pasando pantallas y superándote y bobadas de esas para impresionar y convencer. Total que un día me pilló una amiga leyendo el libro a punto de llorar, le confesé que estaba agobiada y deprimida porque con veinte pocos años, no tenía metas en la vida. Ella tan resuelta me contestó que lo importante no era tener metas sino tetas y que de eso iba bien servida, me quitó el libro de las manos y nos fuimos de cañas.

 

Con El poder del ahora, que lo leí en inglés para poder culpar al idioma de mis post traumas, me pasó algo curioso, era capaz de rebatir mentalmente mientras leía, todos y cada uno de los argumentos del libro. Siempre pensé que debería haber escrito el anti poder del ahora. Yo llevaba sus soluciones a mis problemas y no me cuadraba ni uno.

Cada libro de esos que caía en mis manos, me hacía replantearme mi vida sí, pero de forma negativa y oye que una no es la más perfecta del mundo, pero tampoco es como para que me tenga que replantear mi existencia entera porque un gurú de la felicidad me diga que mi receta no es correcta. 

La rabia que me produce ver a la gente a la que estos libros les funcionan con los berrinches que me he pegado yo cada vez que lo he intentado. Porque me enfado conmigo, con quien haya escrito el libro, con los que logran ser felices con estas cosas y con el cosmos en general por no ser capaz de tragarme esas historias tan maravillosas.

Los seis sombreros de pensar, con ese tuve dolores de cabeza,  yo que era de gorras deportivas y gorros de punto tejidos por mi madre, pues me tocó darle un giro a todo aquello para intentar amoldarme a lo que se supone que es normal, y nada tampoco funcionó más allá de volver locas a mis amigas.

Con las técnicas de relajación me pasa un poco lo mismo, yo me ilusiono, me vengo arriba y me involucro a mil, pero eso de dejar la mente en blanco, sinceramente, será para los que la tienen con mucho espacio libre y les cuesta poco hacer el hueco para lo blanco. Porque yo no puedo, basta que intente no pensar en nada para que me venga a la cabeza la lista de la compra, que recuerde que tengo que llamar a un amigo, comprar pilas pequeñas y lo que sea que me parezca más importante que lo blanco, en ese momento..

Si me obceco en lo blanco, me deslumbro de tanta luz, si focalizo lo no blanco en maravillosos paisajes, me pongo a planear un viaje y me hiperactivo porque me doy cuenta que necesito unas vacaciones y que el planning mental me está quedando niquelado.

Probé también con el Taichí, que relaja mucho, decían, y yo que vengo del mundo de la danza en el que todo va medido y cuadrado con tiempos, acabé de los nervios de no saber cuándo terminaba un movimiento y empezaba el siguiente. Cuando el monitor me dijo que debía sentirlo yo y dejar que fluyera, sentí algo sí, la necesidad de salir de esa clase y meterme a una de dar patadas y puñetazos a destajo.

Me da miedo ir a un psicólogo, porque pienso que es mi última bala en la recámara y si no acierto y me llevo un disgusto, ya sí que estoy perdida para siempre y no quiero perderme de forma oficial, con andar medio trastocada voy servidita..

Conclusión, no a todos nos sirve lo mismo, no os dejéis engañar. Si os relaja cocinar, a los fuegos, si os va el terror, Stephen King y si sois de ópera pues a toda caña. Porque esos libros milagrosos puede que no lo sean tanto, si no, de qué iban a existir las farmacéuticas y los psiquiatras

Anónimo