Los sueños que tienes cuando te acuestas son una faena muy gorda. Pueden ser un reflejo de lo que te preocupa o una auténtica revelación de lo que necesitas pero no te atreves a reconocer. Desconectar del día a día es algo muy difícil porque siempre hay algún problema, por pequeñito que sea, que te da la lata hasta dormida. Y, si cuando despiertas, te acuerdas perfectamente de lo que has vivido en el país de las maravillas, la cosa se pone aún peor.

Tipos de sueños:

Los que alimentan tus sueños reales, es decir, aquellos en los que te animas a hacer cosas que en el fondo quieres hacer pero no te atreves. Por ejemplo, ese viaje que te apetece muchísimo, hablar con esa persona que te gusta pero que no te atreves por vergüenza, en el que te compras eso con lo que fantaseas a todas horas del día, en el que por fin le dices a alguien lo que piensas y, milagrosamente, sabes cómo hacerlo.

Los que despiertan tus miedos. Le tienes miedo a algo y lo intentas evitar a toda costa, pero cuando duermes, ese pensamiento profundo de incomodidad vuelve haciéndote descansar muy mal. Te despiertas con una sensación extraña en el cuerpo y sientes malestar. Esos pueden ser los más puñeteros.

-Los sueños reveladores. Cuando crees que has olvidado situaciones o personas que en algún momento formaron parte de tu vida, reaparecen echando por tierra todo el trabajo que has logrado hacer. Muchas veces, te muestran una verdad que tratas de negar bajo cualquier circunstancia pero que está ahí y te hace reflexionar. De repente, puedes llegar a ver todo mucho más claro. No es más que nuestra propia conciencia llamando la atención.

Los sueños son una parte más de nuestra vida. Es un mundo o un limbo en el que todo parece posible y, de hecho, lo es. Te enseñan a reflexionar y a darte cuenta de que hay algo que quizás no vaya bien o a reafirmarte que vas por el camino correcto para tu bienestar. ¿Dan coraje? Muchísimo. ¿Los puedes evitar? No. Lo único que puedes hacer es tenerlos en cuenta  a la hora de valorar ciertos aspectos de tu vida.