Cuando se van cumpliendo años, hay momentos en los que irremediablemente te preguntas si te has convertido en la clase de persona que se espera de ti que tú esperabas. Yo, que llevo tiempo pensando en ello, empiezo a pensar que “madurar” es un concepto algo distinto a lo que normalmente se indica. Ser maduro no consiste en conseguir el famoso combo hipoteca – matrimonio – hijos, al menos para mí, porque ¡cuántos llegan a tener las tres cosas sin haber crecido lo suficiente por dentro!

Madurar es darse cuenta de la importancia que tiene el divertirse. Que el tiempo libre es para descansar, sí, pero que la vitalidad que te aporta pasar tiempo haciendo algo que te hace feliz es un chute de energía. Lo llaman fluir: estar tan concentrados disfrutando haciendo algo que nos encanta, que perdemos la noción del tiempo. Podemos conseguir esta sensación tan maravillosa de muchas formas, cada cual tiene la suya, pero cuando lo experimentas, sin duda lo aprecias.

 

 

Madurar es despegar los conceptos “amistad” y “cercanía”, que parecían unidos irremediablemente cuando compartías con todos tus iguales el patio del colegio. Creces, y te vas de tu ciudad, o se van otros, o conoces por azar o trabajo gente que vive lejos de ti. Pero conectas, de una forma tan profunda que la distancia no supone un problema. Porque sabes que tienes amigos de verdad cuando se saben tu día a día aunque no lo compartan, porque a pesar de la diferencia de horario (y de huso horario, en ocasiones) una llamada suya contiene la conversación que vienes necesitando. Y no importa lo poco que os veis físicamente, porque siempre les tienes presentes.

Madurar es comprender que tu trabajo no sólo supone tu medio de subsistencia. Nos han inculcado que se ha de tener un buen puesto, un buen sueldo, para poder acumular trastos que no nos van a dar la felicidad. Se puede ser feliz en el trabajo, y esto nos lo han dicho poco. Se puede conseguir dedicarte a lo que te apasiona, y no necesariamente tiene por qué entenderlo la gente a tu alrededor. La manida frase “estudia algo que tenga muchas salidas laborales” es una trampa de la que siempre estamos a tiempo de huir.

 

 

Porque también reinventarse es madurar. Vamos tomando decisiones de forma más o menos consciente, pero si vemos que nos han llevado a recorrer un camino que no sentimos como nuestro, es de sabios rectificar y retomar tu vida desde el punto en el que a ti te apetezca. Porque maduras cuando aprendes.

Quizá madurar sea dar prioridad a “lo importante” por encima de “lo urgente”. O admitir que es más lo que ignoramos que lo que sabemos, y tener la curiosidad de conocerlo. O quizás, madurar sea simplemente abrir los ojos a la variedad de formas de vivir que podemos elegir, y elegir la nuestra libremente.

 

Las Lunas de Venus