Dejé a mi novio a raíz de la crisis existencial de los treinta (y falta de madurez por su parte, para qué mentir)

Me vi sola, después de que se fuese de casa la persona con la que había compartido cuatro años de mi vida y con la que tenía planes de futuro.

Después del duelo correspondiente a ello, apareció un amigo de hace años. De estos que llamas “amigo” pero que es más conocido que amigo. Y digo amigo por no decir señor. Señor que me sacaba 24 años. Sugar Daddy le llamaremos. 

Apareció el Sugar Daddy… En ese exacto momento en el que yo necesitaba mimos y atención y además tenía la presunta madurez que le falta a mi exnovio.

Yo dolida y triste. Él con sus canas, atractivo, desprendiendo follabilidad… también arrastraba sus problemas de cincuentón divorciado. Además del divorcio, había tenido un episodio de supuestos “falsos malos tratos” hacia su exnovia. Y tenía una orden de alejamiento contra ella. Obviamente me creí todo lo que me dijo.

El caso, nos cuidábamos mutuamente. Nos entendíamos, nos escuchábamos. Y nos liamos.

Él me dejó claro que le iba a costar mucho rehacer su vida, que estaba en un punto de su vida muy egoísta en el que solo pensaba en él, en su trabajo y en sus hijos. Me pedía ir a un ritmo pausado para hacerse a la situación. Si me “prometen” que el fin es estar juntos y comer perdices, pues me hago a ese ritmo.

Empezó una dependencia de él hacía mí. Lo que empezó siendo una relación de dos amigos escuchándose terminó siendo una relación de estar cuidando de un niño de cincuenta y tantos. Ir a hacerle la compra. Llamar yo a los restaurantes para reservar. Elegir los muebles de su casa, hacer la comida a sus hijos, gestionar hasta el fontanero que tenía que ir a su casa.

La sensación de ser necesitada era casi adictiva, y más después de todo lo que había pasado.

Obviamente mientras tanto mis amigas diciéndome que qué coño estaba haciendo con mi vida. Me encontré siendo ama de casa y madre de un señor, que lo único que hacía era aprovechase de mi buena fe, ya que cuando yo sacaba el tema de seguir avanzando me decía que aún no estaba preparado. ¿Hola?

Ahí no quedó todo.

Me di cuenta de que con él no iba a ir a ningún lado, por lo que me fui separando de él.

Y empezaron los comentarios de mierda de “cómo vas así vestida”, “quién es el de la foto”, “he hecho capturas de pantalla para que veas que estás en línea y no me contestas”, “qué vergüenza, tu con tus amigas un sábado por la tarde tomando copas y yo solo en casa”, “quién es ese que te llama gordi”, los castigos con silencio, los victimismos, forzar situaciones… Cuanto más me alejaba yo, más tóxico se ponía el asunto. 

Llegando al punto de plantarse en la puerta de mi casa a gritar por la ventana si no le contestaba a los mensajes. Levantarme la voz delante de mis amigas… hubo muchas situaciones desagradables.

Me perdí por completo. Estuve un año con ansiedad, sintiendo miedo por si cada cosa que hacía le sentaba mal. Perdí mi esencia, perdí a mis amigas ese tiempo. No las contaba muchas cosas porque sabía que me regañarían.

Me recomendaron un libro sobre psicopatías y cada página que pasaba, era un retrato más exacto de él y de su personalidad. A raíz de leerme el libro conseguí dejarle. Vinieron los reproches de “justo ahora que yo lo iba a hacer oficial…”, “justo ahora que estoy en el peor momento personal…”, “me has hecho daño injustamente haciendo esto en este momento…”

Le dejé. Lloré. Le bloqueé de redes sociales. Ardió en cólera. Aún hay días que me levanto con treinta o cuarenta mensajes suyos con sus divagaciones nocturnas.

Y después de eso, pude verbalizar en voz alta que había sido maltratada. Nunca me pegó. Pero sí vi en alguna ocasión la vena del cuello hinchada cuando discutíamos. Sí tuve miedo a que me partiese la cara. Yo le llegué a mentir por miedo a su reacción. Tuve miedo muchas veces de llegar a casa y que estuviese esperándome. Me controlaba cada paso que daba, las horas de conexión, me pedía la ubicación cuando salía con mis amigas, fotos….

Mis amigas llegaron a quedar a mis espaldas para ver cómo me podían ayudar en esta situación y sacarme de ahí a rastras. Pero no pudieron hacer nada ya que sabían que yo estaba obnubilada.

Y me di cuenta de todo eso a posteriori. Cuando estás en ese bucle infernal no te das cuenta. Justificas cada reacción que tiene. Cuando hace cosas que no encajan le cubres, porque tu eres super empática y sabes perfectamente que no lo ha hecho a malas. Cuando le haces la compra a su madre, pero no es capaz de comprometerse contigo; le sigues justificando, cuando lo único que le define es que es un jeta. 

Doy gracias a mis amigas por no haberme soltado nunca de la mano, y gracias al libro que me puso los pies en la tierra muy rápido y por el cuál saqué fuerzas para salir de ahí.

Gracias a esta experiencia, ahora veo las famosas “red flags” (taritas, de toda la vida) a kilómetros de distancia.

Los de treinta no son muy maduros por lo general, pero un cincuentón con taras y lastres es otro nivel.

Altea.