Él me maltrató, y nadie me creyó…

Es curioso como la vida nunca resulta de la manera en que esperamos, queremos dedicarnos a una cosa, y terminamos estudiando y trabajando en otra, esperamos conocer al amor de nuestra vida y ser felices para siempre, y la vida nos da un empujón que nos tumba de culo al piso… Y eso fue justamente lo que me sucedió a mí. 

Conocí a Fernando hace más de un año cuando me vendió el latte más cremoso que había tomado en mi vida, y enamorada de sus habilidades, lo llené de halagos, que él no dudó en tomarse a personal, aunque eran para sus habilidades de barista. Comenzamos a tontear y entre que el chico era guapo y los cafés groseramente buenos, me encontré visitando esa cafetería casi a diario, y no tardamos en iniciar una relación. 

Resultó que él era el encargado, y el negocio era de su familia.  Muy rápido esa cafetería se volvió mi santuario, y él, el amor de mi vida. Estaba en esa etapa en la que sentía que caminaba sobre nubes, que la vida no podía ser más perfecta, y entonces sucedió, y me convertí en una estadística… 

La primera vez que el hombre que para mí era el más dulce del mundo me empujó, caí en una especie de estado de shock, ahora entiendo que fue eso lo que sucedió y la razón por la que en su momento no reaccioné como debía. Recuerdo haberme sentido triste, confundida, y él no tardó en convencerme de que estaba equivocada, y que cuando me empujó en aquel club mientras le explicaba a un desconocido donde estaba el baño, en realidad había querido empujarlo a él.  Le creí, que había sido un error, y que no volvería a pasar.  Ningún conocido vio, yo estaba tomada, y estaba oscuro, así que nunca pasó. 

maltrató

Y la mañana siguiente cuando volvió a ser el chico amable y atento de mis sueños, no me quedó duda de que había malinterpretado los hechos. Volvimos a vivir en las nubes, hasta que sucedió otra vez. 

Un ex con quien mantenía buena relación me llamó para que le recordara la dirección de un lugar que habíamos visitado una vez, muy casualmente se la dije y como para mí el hombre a mi lado era un príncipe, cuando después de colgar me preguntó con quién había hablado, le conté. Era un martes por la noche, nunca lo voy a olvidar, estábamos haciendo espagueti para la cena, yo lavaba los platos donde íbamos a servir, y de la nada sentí el ardor del agua hirviendo en mis manos y muñecas.

Lloré de dolor, de impotencia, y después de tristeza. Me juró que había sido sin querer, que solo intentaba escurrir la pasta y distraído, no se había percatado de que el agua caería en mis manos, pero me fue imposible creerle. Estaba muy enamorada, pero no era estúpida, y una vez es un accidente, pero dos, ya no más… 

Lo dejé y según él exageré, según él nunca lo quise y por eso desistí tan rápido de lo nuestro, pero sí que lo quería, solo que sé lo suficiente, y una vez que un hombre te hace daño, y lo permites, no hay vuelta atrás.

Cuando me preguntaban por qué lo habíamos dejado, y me limitaba a decir que había visto actitudes agresivas que me asustaron, nadie me creía, ni su familia, ni la mía, ni nuestros amigos. Él hacía pastelería, los lattes más cremosos del mundo, era excelente con los niños y animales, y el 99.99% de nuestra relación me trató como una princesa. «Seguro exageras», «No era para tanto», «¿A que no lo querías?» fueron algunas de las cosas que tuve que escuchar. 

Yo tenía toda la razón, y un par de meses después me enteré de que tenía problemas legales tras darle una golpiza a la chica con la que salía. Nunca admitió nada, nunca se disculpó, él me maltrató y las únicas disculpas que escuché fueron de las personas que habían dudado de mi palabra.

Creo que el problema es que cuando pensamos en la palabra “maltrato” nuestra mente va directamente a golpes, puñetazos en la cara, moretones, y no es así. El maltrato puede estar escondido en acciones disfrazadas, y no debería ser necesario un hematoma en un ojo para que tanto la victima como el resto del mundo lo considere abuso físico, pero tristemente, hasta el momento de mi experiencia, lo era. 

 

Supongo que es cierto eso de que ojos que no ven, corazón que no siente. 

 

Anónimo