Me dijeron que no tenía culo para llevar tanga a la playa y ¿qué hice? PONERME EL MÁS PEQUEÑO QUE ENCONTRÉ

 

¿Sabéis esos niños a los que les dices que no salgan de ahí y, por llevar la contraria, sacan un pie fuera?

¿Los que les dices ‘no te metas eso en la boca’ y antes de llegar a ‘eso’ ya lo tienen entre los dientes?

Pues así soy yo, pero en persona adulta.

Si me dicen que tal serie no merece el hype que tiene, yo la veo esa misma noche.

Me dicen que no vaya a tal sitio, que no es para mí; me falta el tiempo para ir.

Si me recomiendan un libro y me advierten que no lea la sinopsis porque hace un spoiler importante; yo voy y me leo la sinopsis, el resumen detallado de la Wikipedia y me como todos los fanarts de Pinterest que encuentre.

Llamadme chunga, loca, espíritu de la contradicción o lo que queráis. Vine así de fábrica y no puedo cambiarlo.

Pero, a ver, que me estoy liando, lo que yo quería con todo este rollo es poneros un poquito en contexto para contaros la movida de la que venía a hablar.

Resulta que allá por el año 2018, cuando éramos libres y no lo sabíamos, se formó un grupo con alumnos de mi curso para organizar un viaje de fin de carrera.

A mí, de buenas a primeras, me la soplaba bastante el tema, porque el rollito ese universitario me sobraba bastante. No estaba yo muy por la labor de integrarme y tal, la verdad.

Lo malo fue que me vino a explicar de qué iba la movida una amiga que me entró diciendo algo como: ‘ya sé que no te interesa una mierda y que vas a pasar, pero por si acaso…’

Claro, no pude pasar, ya sabéis.

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Total, que entro a formar parte de la pandilla viaje de fin de curso con todo lo que conlleva. Acumulación de folletos, reuniones para compartir las ideas, discusiones acaloradas, partidas de mus y muchos botellones improvisados en pisos compartidos.

La historia que nos ocupa comenzó en uno de esos últimos botellones espontáneos antes del viaje.

Quedábamos media docena de universitarios, a tope de refresco de cola y vino de cartón de marca ACME, tirados sobre la moqueta infecta del piso de sabe dios quién, cuando uno de los chavales propuso hacer un descuento a las chicas que se comprometieran por escrito a ir en tanga a la playa (sin comentarios sobre esto del descuento y el tanga y que fuese solo a las chicas… Taluego).

 

Me dijeron que no tenía culo para llevar tanga a la playa y ¿qué hice? PONERME EL MÁS PEQUEÑO QUE ENCONTRÉ

 

Mi amigui levanta la mano toda contenta (y toda contentilla), grita que se apunta y pregunta si le hacen descuento también por hacer topless. Con la misma, yo, que del pedo que llevo apenas si tengo un par de neuronas de servicio, levanto la mano también y exijo que me apliquen la rebaja.

Entonces, el lumbreras de la oferta promocional me mira con cara de haber chupado un limón y me suelta: ‘no me parece a mí que tú seas de las que pueden lucir tanga’. Y va el colega que tiene al lado, asiente varias veces y me dice muy serio: tía, tu culo no vale para tangas.

¿Excuse me? ¿Por qué cojones mi culo no vale? Es un culo, con sus cachas y con su raja. No necesita más para ponerse un tanga, hostia.

Todo esto no lo dije en el momento porque me levanté muy encendida para defender el honor y el derecho a ponerse lo que le de la gana de mi culo, se me cayó el vaso encima de mi amiga, quise secarla con la sudadera del lumbreras y, bueno, con el lío me olvidé.

¿Pero veis ahora a dónde quería ir a parar con la introducción?

A que me dijeron que no tenía culo para llevar tanga a la playa y ¿qué hice? Ponerme el más pequeño que encontré.

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Si es que era ínfimo, tipo hilo dental. Un triangulito de nada cubriendo el pubis y las tiritas casi invisibles para tener algo en lo que colar las piernas. Podría ponerme un triángulo de tela pegado con cinta de doble cara en el chumi y el efecto sería casi el mismo.

Qué incómodo era el cabrón. O los cabrones, porque me compré dos iguales en distinto color, que no se diga.

Incómodo o no, allí que me planté con él en la playa a la que nos fuimos todos corriendo en cuanto nos dieron las habitaciones. Menudo revuelo, chiqui. Que si pensaban que no me iba a atrever, que si qué valiente… Y yo pensando ‘¿Qué os pasa a todos? ¡Solo es un culo, amigos!

Cierto que mi culo no era el más turgente ni el más redondito ni el más vistoso del grupo. De hecho, ocupaba probablemente uno de los puestos más bajos. Pero ¿sabéis qué? Fue el único que no tuvo reparos en ponerse un tanga mínimo. Hasta mi amiga se había bajado de la coñita al final. Porque tenía unas posaderas ‘aptas’ dentro de la escala de los tíos que habían promovido la iniciativa, pero le daba vergüenza ponerse en tanga delante de los compañeros.

 

Me dijeron que no tenía culo para llevar tanga a la playa y ¿qué hice? PONERME EL MÁS PEQUEÑO QUE ENCONTRÉ

 

Sin embargo, ni mi mejorable culillo ni yo nos cortamos en hacer lo que queremos cuando queremos. Mucho menos cuando alguien sin ningún derecho a hacerlo, pretende impedírnoslo.

Así que me pasé cinco días luciendo mi trasero y mis nuevos tangas casi invisibles en la playa, la piscina y hasta en un concurrido mirador en el que una ráfaga de aire juguetona y un vestido demasiado vaporoso se aliaron para dejarme literalmente con el culo al aire.

Y me volví a mi casa feliz después de haberlo pasado mil veces mejor de lo que había planeado cuando me metí en aquel grupo, con el pandero más bronceado que nunca y con un tanga en la maleta para el recuerdo.

El otro tanga no sobrevivió al viaje… ¿Sabéis quién me lo arrancó con los dientes una noche de pasión? El bocachancla del lumbreras.

 

Anónimo

 

 

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