Después de leer muchas de vuestras historias en el foro y por la web me he decidido a contar mi historia estrella, la que siempre cuento cuando mis amigas y yo nos ponemos pedo bebiendo verdejo en casa como señoras de bien.

Así que aquí va: Me enamoré del repartidor de Amazon e intenté conquistarle.

Spoiler: SALIÓ MAL.

 

Resulta que llevo cinco años trabajando de auxiliar administrativa en una empresa de hostelería y como todas las medianas empresas, pues necesitamos mil movidas que por comodidad, acabamos pillando por Amazon, ya sabéis, eso del envío al día siguiente pues a una servidora le gana.

La cosa es que habíamos pedido un par de cosas de oficina para mi despacho y como siempre, salí yo a recibir el paquete. Pues amiga, casi se me cae la caja al suelo cuando veo a semejante Dios nórdico sujetando con aquellas manazas dignas de empuñar – mis bragas- el martillo de Thor.

repartidor
Mi cerebro en aquel momento

–  Perdona, ¿me firmas aquí?

– Sí quiero.

– Que si me firmas aquí digo.

-Ay, sí,  sí perdona.

Aquel hombre se merecía un cuadro en el muso del Prado. Y una plaza fija en mi cama porque vaya pedazo de maromo. Medía más de un metro ochenta seguro, rubio con barba, pero no de esa clase de barba que está más cuidada que tus cejas, no. Una barba salvaje, indómita, de las que se pone perdida cada vez que bajan la cabeza, no sé si me entendéis… y unos ojazos azules que quitaban el hipo.

Yo ya me estaba recreando en el tamaño de sus manos – porque no es por nada, pero si tiene grande la mano, el resto va en proporción- cuando el chico empieza a mirarme con cara rara y yo entro en pánico. ¿Cuánto tiempo llevo mirándolo? ¿Ha pasado un segundo o han sido horas? ¿Se pensará que soy rarita? Se viene el drama.

 

Después de aquel fugaz pero intenso momento con el que cien por cien iba a ser el padre de mis hijos o al menos el amor de mi vida de los próximos seis meses, mis bragas tomaron el control y allí no había albaranes ni facturación que valiese. Me pasé toda la tarde cachonda imaginando su barba haciéndome cosquillas en las piernas y aquellas manazas de gigante agarrándome el culo y tirándome del pelo en el despacho de mi curro.

Como no volvíamos a necesitar pedir nada por Amazon, empecé a tirar cosas de mi oficina sin querer. De pronto, necesitábamos paquetes de folios, bombillas para la sala, un dispensador de gel para el baño. HUBIERA COMPRADO HASTA MI MADRE con tal de volver a ver a mi Dios del norte.

Pero no había manera. Por allí pasaban repartidores de todo tipo menos mi futuro marido. Yo estaba apunto de sobornar a alguno con tal de que apareciese cuando mi jefe empezó a quejarse de que vaciábamos la línea de crédito de la tarjeta demasiado pronto y claro, me habían cortado el grifo – económico y del amor- así que empecé a pedir cosas con mi tarjeta.

ME COMPRÉ UNA BATIDORA.

Y una cafetera.

Y un juego de cortinas monísimo en azul eléctrico para el cuarto de invitados.

Y un set de pintauñas semipermanentes.

Y un árbol de navidad porque ya sabéis que diciembre está a la vuelta de la esquina.

Allí estaba yo, pidiendo cosas como una descosida, sin un puto duro en la cuenta del banco y sin rastro de mi amor. Al final el destino quiso que volviese a entregarme un paquete- me pedí una espirilizadora de verduras porque al menos si me gasto mis ahorros, que sea invirtiendo en mi salud– y que yo hiciese acopio de voluntad y le invitase a un café.

Pues me rechazó, como oís.

Yo fundiéndome mis ahorros de mileurista y va y me rechaza.

ADEMÁS TENÍA NOVIA. MI THOR TENÍA NOVIA Y ENCIMA ERAN FELICES.

Al final me quedé mucho más pobre, sin Dios nórdico, pero con la casa monísima.