Me enamoré en ‘Alcohólicos Anónimos’ y fue lo peor que me pudo pasar

 

Tengo 50 años y lo único que he hecho en mi vida es trabajar. Trabajar y trabajar, de lunes a domingo sin horario cerrado. No tengo familia ni tampoco he disfrutado de unas vacaciones en condiciones desde que salí de la universidad. Creí que trabajar me realizaba, pero un buen día… peté.

En principio, parecía que nada había cambiado. Todo era exactamente igual que hace 20 años, por lo que no tenía sentido que mi alma se rompiese en mil pedazos. Más tarde, comprendí que esa carencia de evolución fue el motivo. Lo comprendí después de aficionarme a beber día tras día.

La bebida se convirtió en mi gran amiga y en mi principal problema. Cuando aparecí, sin saber cómo, en la mitad de una rotonda medio desnudo, supe que necesitaba pedir ayuda.

Ingresé en un centro de desintoxicación y, una vez superado el primer escollo, continúe mi terapia en “Alcohólicos Anónimos”. Allí la conocí a ella, otra desgracia con el alma quebrada que quise proteger y apadrinar desde el primero momento en el que la vi llorar.

Era un ángel sin alas. Un pez en un árbol. Mi rayo de sol en plena tormenta. Con una infancia dura y una adultez todavía peor, me conquistó con su tímida sonrisa. Un gesto que luchaba por esbozarse en su semblante, a pesar de todo el dolor que escondía.

Me enamoré de ella. De su pasado y presente, deseando formar parte de su futuro. Una personalidad única. Un físico, aunque demacrado, bellísimo. Estuve meses (sí, meses) callado, admirándola en silencio. Siendo ese mejor amigo que tanto le hacía falta. Un pañuelo de lágrimas, un hombro.

Creí que al confesarle mis sentimientos, tirará por tierra nuestra preciosa amistad. Dudé mucho sobre su declararme o no. Soy un “chapado” a la antigua, de los que regalan flores, abre la puerta del coche e invita a cenar antes de pedir permiso para besarla. Aceptó. Y nos besamos. Lo que creí que sería el inicio de mi sueño, ha terminado por convertirse en mi mayor pesadilla.

Los chantajistas, el maltratador y la adicción

Conocía su historia, pero a los protagonistas que formaban parte del guion. Sabía de qué iba la película, pero de repente pasé a ser parte del elenco. La familia de ella era mil veces peor de lo que ella contaba. Si ella era un ángel sin alas, los hermanos eran un par de demonios ascendidos desde el mismísimo infierno. Con rabo y tridente. Trataban a su hermana pequeña como un títere, creyéndose los dueños de sus cuerdas y movimientos.

No eran los únicos. El exmarido se convirtió en mi sombra. Un policía que usaba su poder constantemente para amenazarme.

En una ocasión, quedé con ella para ir al cine. Él la trajo, él se la llevó. Y él se quedó tres filas más atrás a vigilarnos. “Casualmente”, nuestros restaurantes favoritos también eran los suyos y tenía los mismos planes, aunque implicasen largos kilómetros y parajes desolados. Nos perseguía y acosaba a cada paso que diésemos, y agregaba frasecitas de mafioso: “No te pierdo de vista, amigo”. Es verdad. He llegado a tropezármelo “patrullando” a las afueras de la residencia donde está mi madre.

Los hermanos la presionaban más a ella. De organizar una preciosa velada a partir de las 19:00 horas y, tras 20 minutos de retraso, ella me llamara para informarme de que no la han dejado salir. De imponerle horarios y castigos como si tuviese 10 años. “Envíame mensaje, manda una foto”, le pedían cada segundo. Me tacharon de mala influencia y lo único que hacía era cuidarla. Ni siquiera la había tocado más allá de los labios.

Podía pasarme semanas sin verla porque no la dejaban ni ir a terapia. Si le escribía, cualquiera de ellos me contestaba de malas maneras. Ella me pidió ayuda, que la sacara de allí, pero… no supe qué más hacer y a mí la impotencia me hizo recaer con alguna copa que no debería haber pedido. Ella también sucumbió a los grados de alcohol, retrocediendo lo avanzado. Los dos perdimos nuestras recompensas, nos perdimos a nosotros.

Me alejé de ella y de su tóxico ambiente. Dejé de buscarla. Volví a la senda de la rehabilitación, a mis recompensas, a mis avances y a encontrarme a mí mismo, aunque con el corazón roto. De ella nunca más he vuelto a saber.

Los chantajistas, el maltratador y nuestra adicción nos vencieron.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.