[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]

 

A padres y madres nos aterra la perspectiva de que nuestros hijos sufran acoso escolar, sobre todo, cuando se acerca la entrada al instituto. Somos muy conscientes de esas cualidades “especiales” que creemos que los pueden poner en la diana, como las gafas, los kilitos de más o la timidez. Nos ponemos siempre en ese lado, incluso con anticipación: en el de las víctimas.

Empatizamos con los casos, compartimos el dolor de la familia y activamos el instinto de protección con los nuestros. Pero, ¿qué pasa cuando tu hijo está en el otro lado y es el acosador? Ya te lo adelanto: es horrible. Y lo quiero contar por si a alguien le sirve el testimonio, porque una cosa debemos tener muy clara: si casi 4 de cada 10 niños/as españoles/as han sufrido algún episodio de acoso, es porque hay detrás otros/as que lo perpetran. Generalmente, varios. Y tu hijo o tu hija puede estar en ese otro lado.

Las señales

Mi hijo tenía 13 años, cursaba 2º de la ESO y, aparentemente, era un chico normal. De hecho, la primera lección que extraje de todo esto es que no hay perfiles definidos de acosador/acosado, y a cualquiera le puede tocar: saque mejores o peores notas, sea más o menos atractivo, pertenezca a una familia con más o menos recursos… Mi Daniel no era el mejor de su clase, pero iba aprobando. Tenía su grupo de amigos del colegio y jugaba al fútbol. No había nada por lo que debiera preocuparme.

Un día fui a recogerlo a la salida del colegio y, de lejos, vi una escena que me puso en alerta. Había un grupo de niños rodeando a otro. No lo golpeaban, pero sí parecía que había hostigamiento. Mi niño estaba entre ellos, pero no era el niño del centro, sino uno de los del círculo. En cuanto se subió al coche, le pregunté que si pasaba algo y me dijo que no, que nada, y automáticamente encendió la radio. Aquel día, y aquí asumo la responsabilidad, lo dejé pasar. No actué, pero tampoco desactivé la alerta.

Daniel ya tenía móvil por entonces, como todos sus amigos y compañeros de clase. Una tarde lo oí mandar un audio desde su habitación, donde presuntamente estaba estudiando con la puerta cerrada. Me dejó fría. Me cuesta escribir esto porque me despierta mucha tristeza y culpa, pero lo que dijo fue esto: “¿Qué se cree, el mierda ese? Ese se va a enterar. Mañana lo vamos a coger al salir del instituto y le vamos a dejar claras unas cuantas cosas, al hijo de puta. Aunque, a ver, porque a veces sale el primero y se va corriendo, el muy rata”.

Me dejó en tal estado que volví a la cocina llorando, lívida. No pude abrir abruptamente la puerta de la habitación para quitarle el móvil y cantarle las 40. Quizás en otras circunstancias hubiera entrado y le hubiera dado dos hostias, lo que hubiera sido impulsivo, visceral y contraproducente. La violencia no está justificada, y menos en el caso de un presunto acosador. Si la empleas, validas su actitud y proseguirá con ella.

Lo que sentí

Tenía claro que iba a hacer algo. Me llevé toda la tarde buscando información, negada a ser parte de la gente que dicen que esos son cosas de críos. Fue lo que hizo su padre, aunque, en cierto modo, no lo culpo. Te deja en shock enterarte de algo así y la negación es una respuesta habitual. Porque no quieres creerlo y no sabes qué hacer, luego lo más cómodo es ponerlo en duda. Pero no es lo correcto.

Cuando te enteras de algo así, te sientes fracasada como madre. Piensas que un niño con valores jamás lo hubiera hecho, así que la culpa es tuya por no saber educarlo. O que quizás ha visto en casa algo que le ha hecho reproducir esos comportamientos, luego la culpa es tuya también. Si es porque no conoce otra vía para relacionarse con sus pares, o porque necesita usar la intimidación para obtener reconocimiento del grupo, de nuevo, culpa tuya por no enseñarlo mejor.

La confirmación

Me sigue quedando culpa porque no lo supe prevenir. Tal vez le habían calado algunos episodios vividos entre su padre y yo, o no le había prestado la suficiente atención o, simplemente, yo no tenía valores y era mala madre. Pero tengo la tranquilidad de saber que la culpa no me consumió e hice algo determinante para atajar la situación y que mi hijo aprendiera la lección. Actué.

Cuando dije que hablaba inglés y casi me meto en un buen lío

Lo primero que hice fue hablar con él. Lo hice de un modo lo más tranquilo y lo más asertivo posible, intentando no decir nada que lo hiciera sentir mal. Y ya no por él, que también, sino por las represalias que pudiera tomar sobre el otro niño.

Las conversaciones con él me hicieron darme cuenta que reunía algunas características propias de acosador. Me replicaba con frecuencia, algo agresivo. Era líder dentro de su grupo, luego persuasivo. Y no se sentía culpable ante ciertas situaciones, porque creía que el niño acosado se lo estaba buscando. También supe que el chico era examigo del grupo, formaba parte de la pandilla y, a raíz de algo que hizo (que ni cuento para no extenderme porque no tiene importancia), le dejaron de hablar. Luego empezó el acoso. Es un punto de partida muy habitual en estos casos.

Lo que hice

Abrí una vía de comunicación directa y continua en la que trasladara a mi hijo confianza. No quería culpabilizarlo, pero sí que entendiera que lo que hacía no estaba bien y tenía que parar. Quería que se pusiera en el lugar de ese niño. Y yo no dejaba de ponerme en el lugar de su madre.

Mi hijo intentó darme motivos que justificaran su comportamiento, tal vez para librarse de la culpa que empezó a experimentar. Es algo en lo que no se debe caer: la violencia y el hostigamiento NO son opciones.

No era capaz de encontrar los motivos que desataron su comportamiento, así que concerté una cita con una psicóloga especialista en adolescentes, a la que estuvo yendo y que me ayudó mucho. Me hizo sentir menos sola, porque, como digo, el padre se limitó a no hacer nada. Minimizaba cualquier cosa que le contaba y creía que era exagerado llevarlo a terapia.

También me puse en contacto con el centro, sobre todo con el deseo de proteger al otro niño, que no había dicho nada de los episodios de acoso. No se había registrado ninguna queja y, como sé que es habitual que los centros reaccionen de esa forma (“No nos consta”), me limité a poner el foco en mi hijo. Expliqué a la tutora que el niño estaba algo agresivo y “respondón” en casa, así que, por favor, me comunicara cualquier comportamiento suyo en esa línea. Incluyendo, por supuesto, su relación con otros niños.

Fue un proceso largo y duro, pero que había que afrontar. Por lo que sé, los episodios de acoso cesaron, y quiero creer que fue porque mi hijo aprendió la lección y, al ser líder, motivó que los otros niños también depusieran su actitud. Es más, el niño acosado volvió a ser parte del grupo y, por lo que sé, a día de hoy se llevan bien.

Animo a todas las madres y padres a que vigilen estos comportamientos. Porque, generalmente, estamos atentos a las señales que nos pueden indicar que nuestros hijos están siendo acosados, lo que está bien. Pero repito: por duro que sea aceptarlo, también pueden ser los acosadores.