Salí de noche con mis amigos a la semana de haber cortado con el que había sido durante dos años mi pareja. Necesitaba distraerme, estar con la gente que quería y sentir su apoyo, pero también quería emborracharme mucho y sentirme guapa y sexy con mis tacones y mi vestido ajustadísimo. Estaba tristechonda: triste y cachonda.
No sé si será cosa mía o les pasa a más chicas, pero después de una ruptura me suele subir muchísimo la libido. Pienso que quizá sea un mecanismo de defensa a nivel fisiológico para obligarme a buscar serotonina como si no hubiera un mañana o simplemente me entra ansiedad por suplir una carencia que antes no tenía. Esto último también es relativo porque antes de una ruptura, normalmente, vivo una crisis con mi pareja y tampoco es que follemos mucho y cuando cae algo no suele ser gran cosa.
Así que me decanto más por lo primero; mis instintos toman el control y la química se encarga del resto.
Aquella noche salí dispuesta a comerme lo que se me pusiera por delante, pero a quién quiero engañar, yo más que loba soy Caperucita y no sirvo para salir de caza. Soy más de ligar sin darme cuenta, de enamorar a alguien porque le cuento lo que he soñado la noche anterior y lo que quería ser de mayor cuando era pequeña y aquel viaje en el que me caí por un acantilado. No sirvo para seducir y si lo hago, no me doy cuenta.
Total, volví sola a casa y seguía tan tristechonda como borracha, que no es buena combinación.
Tuve la capacidad de ponerme el pijama, desmaquillarme y ponerme las lentillas. Toda una proeza para alguien que llega en ese estado. Me metí en la cama y me empezó a dar vueltas todo. No soporto acostarme borracha, necesito sudar el alcohol y no me iba a poner una clase de zumba de YouTube, así que tiré de vibrador. Lo siguiente lo recuerdo borroso, solo sé que me desnudé entera de cintura para abajo, que me costó correrme y que caí redonda.
Sobre las siete de la mañana me desperté sobresaltada y resacosa, con la luz encendida, medio destapada, con las bragas por las rodillas y el vibrador en la mano. Me vestí, guardé el cacharro y apagué la luz mientras me reía (aún un poco borracha) porque nunca habría imaginado que me pasaría una cosa de estas.
Otra persona quizá se habría sentido un poco pringada por llegar a casa sola y demás, pero yo lo prefiero mil veces antes que despertarme con un desconocido al lado que ronque o que no tenga ni idea de dónde está el clítoris. Total, no me vio nadie.