Ah, el Método Curly. El gran descubrimiento de esta década. Cuando lo empecé ni siquiera sabía que se llamaba así. 

Todo empezó cuando, tras 6 años de alisados permanentes de bajo coste (no me podía permitir el famoso alisado japonés que en sus comienzos costaba 300 pavos) y mucha plancha todas las semanas, decidí dejarme mis rizos de nuevo. Un rizo de patrón 3C-4A (Casi afro vaya) que no tenía ni idea de manejar y que me había tenido acomplejada toda mi vida. Pero estaba ya cansada de tirarme dos horas de plancha cada vez que me lavaba la cabeza. De joderme planes de playa y piscina por el pelo. De temer a la lluvia. De ver cómo había perdido cantidad con los años. Así que ahí que me lancé a la piscina de la naturalidad.

Empecé a buscar información sobre cómo manejar esta maraña salvaje del infierno. Internet, Youtube. SunkissAlba, FrizzyDesy, Birmabibi, DailyCurlz. Mascarillas caseras naturales. Tangleteezer, (en especial el Thick & Curly, que me ofreceré en sacrificio como tributo a los dioses para agredecer al creador de este peine para desenredar, en serio). Hidratación profunda. Método LOC. Geles y cremas de definición. Toda una maldita enciclopedia se abrió ante mi y yo pensaba sacarme un maldito máster sobre ella. 

Me flipaba usar, comprar, y crear potingues. Los días de método se convirtieron en un ritual. Probé las 2578 formas de definición. Todos los aceites de este mundo y del siguiente.

Pasó el tiempo y yo encantada. Había recuperado mis rizos y hacían furor. Si yo hubiese sabido antes lo que iba a ligar con este pelo no me lo aliso. Pero la adolescencia es una etapa muy chunga.

Me la sudaban los 512 conceptos + 450 ingredientes que tenías que saber. Yo me los aprendí todos: Clarificar, resetear, co-wash, leave-in, Sulfatos, siliconas, low poo, Lauroamphoacetate, Cyclopentasiloxane, susmuertosacaballo.

Me convertí en una friki del método y hablaba de él y de mis conocimientos siempre que podía. Y metía a todas mis amigas y conocidas con potencial curly en la Secturly.

Pero pasaron los años. Y me independicé. Y empecé a trabajar, estando más fuera de casa que dentro.

Y llegó la pereza. 

Y en verdad me tiraba lo mismo definiéndome cada puto rizo de los cojones que planchándome el pelo. Porque si, porque otros rizos puede que sólo necesiten un garbancito de gel/espuma/loquesea, pero este no. A este le tenía que echar las cremas y los geles a garrafazos, y definirlo por secciones porque si no el niño se estresaba y se quedaba hecha una marañita por dentro y algún que otro tirabuzoncito de postureo por fuera.

Y bueno, no hablemos de lo que tarda en secarse esta jodida melena. ME TENGO QUE SECAR EL PELO POR FASCÍCULOS. Y no, no es coña.

Y mucho menos hablemos de echar un pinchito en ese día. Con el trabajo que me ha costado peinarme, NI DE COÑA sacrifico mi peinado por un orgasmo fugaz. Como si quieren ser tres, ME NIEGO.

Además, a mí el pelo se me queda el primer día horrible. Soy como una mezcla de la sota de bastos, Velázquez, y el Sevilla. Así que si tengo algún plan, tengo que planificar mi día de lavado para mínimo dos días antes.

También estoy hasta el coño de gastarme una pasta en cremas. Que con la tontería de que si ingredientes de calidad y tal, te cobran 25/30 pavos por un botecito que a mi al menos me dura para dos o tres veces a lo sumo.

A esto hay que añadirle que se me ha creado como un TOC (el ToCurly) que no me deja dejarlo tampoco del todo porque de pensar en echar siliconas en mi pelo me deja una sensación de sacrilegio que parece que estoy tocando algo chungo con la mano en carne viva.

Total, que estoy hasta el jigo. Y no lo voy a dejar porque no puedo, porque el ToCurly no me deja, pero estoy en fase de rebeldía y ahora solo me lavo la cabeza, me echo la mascarilla apta, me desenredo, me echo el leave-in y un poquito de serum para sellar la hidratación, Y ME HAGO UN PUTO MOÑO. QUE SEPA QUIEN MANDA. QUE ESTOY HASTA EL COÑO YA, HOMBRE.

 

Juana la Cuerda