Cuando me uní a la secta del pelo rizado

 

Mi pelo y mi cuero cabelludo siempre han sido mi desesperación y os voy a aburrir con mi historia:

De pequeña, justo antes de ir al cole, mi madre me cepillaba el pelo a diario. Recuerdo cómo me hacía sentarme en la silla de la cocina y empezaba a «quitarme los enredos» con ahínco, dejándome medio calva en el proceso, con marañas de pelo enredadas en el cepillo, bolas de pelo esparcidas por el suelo y lágrimas escapándose del rabillo de mis ojos entre tirón y tirón.

Nunca fue buena haciéndome peinados, así que sus dotes como peluquera se limitaban a dos tipos de «peinados» (por llamarlos de alguna manera): pelo suelto, o recogido en una coleta alta y tirante que hacía que me doliera la cabeza cada segundo de mi existencia. Por lo tanto, mi pelo siempre era un amasijo encrespado y voluminoso que ella intentaba, en ocasiones, domar con una gomilla de pelo. Parecía una oveja.

La pobre no sabía que su hija tenía el pelo rizado, no dejaba ni una triste onda sin cepillar para que alguna de las dos advirtiera lo que ocultaba la nube seca y áspera que ocupaba mi cabeza, por lo que ninguna de las dos sabía qué cuidados tenía que tener. Ella siempre tuvo el pelo bastante liso (aunque, mientras me cepillaba el cabello, a menudo se quejaba de que yo tuviera que «soportar» tener ese pelo tan parecido al de ella cuando era joven, así que ya no tengo tan claro de que fuera una chica de pelo puramente liso) y, por lo visto, nunca se le ocurrió que su hija pudiera haber sacado la cabellera rizada de su padre.

Siempre tuve que soportar burlas en el colegio y el instituto, ya no solo por estar gorda, sino también por tener pelos de loca o de bruja. El pelo cortado en una sola capa, con forma de A, con menor volumen en las raíces que en las puntas y, conforme iba bajando en la longitud de mi melena, más cargado de electricidad parecía. Tuve varios intentos de «controlarlo»: cortándolo y tiñéndolo como una lesbiana (según mis compañeros de clase), recogiéndolo en colitas y trenzas para disimular su densidad y volumen, alisándolo y recibiendo burlas también por ello (porque según mis compañeras, por mi tipo de pelo, jamás me quedaría tan bien como a ellas un alisado). Yo tendría pelos de bruja, pero otras escondían su bruja interior tras su melena perfecta.

Esta era mi situación hasta que, un buen día, durante el viaje de estudios de bachillerato (en un crucero perdido entre las aguas del Mediterráneo), una compañera de clase se apiadó de mí y vino en mi ayuda como un ángel redentor. Os juro que, ahora al recordarla, la visualizo con túnica blanca, unos perfectos rizos dorados, un halo brillante a su alrededor, y música de arpas a cada paso que daba hacia mí (aunque lo más probable es que llevara pantalones de tiro bajo, sujetador con relleno y una raya del ojo negra y gruesa cual mapache).

Ella, inocentemente, me preguntó un día que por qué me hacía eso en el pelo. Yo la miré desconcertada justo antes de que llegara la gran revelación: tenía el pelo rizado. Obviamente, yo no me lo creí, así que me dijo que fuera a su camarote con el pelo chorreando y recién lavado. Yo, sin esperanza alguna, le hice caso y fui con mi toalla a modo de turbante por los pasillos del barco, entré en su dormitorio y, después de hacer que me sentara en una silla, me echó espuma, la repartió cuidadosamente por toda mi melena, me estrujó un par de veces la cabellera, me lo seco con difusor y me dijo que nunca (jamás de los jamases) se me ocurriera volver a peinármelo en seco. ¿Os imagináis mi cara de sorpresa cuando me miré en el espejo?

A partir de ese momento empecé a comprender mi pelo y a cuidármelo más o menos bien (o eso creía). Siempre que iba a la peluquería, la gente lo «envidiaba» y yo aprendí a amarlo y a verme bien con él. Aunque, de vez en cuando, seguía insistiendo en alisármelo para encajar un poco más con lo que se suponía que era un pelo bonito, peinado y bien cuidado. Ya sabéis, si en los anuncios de champú que sacaban por la tele enseñaban un pelo rizado como ejemplo de pelo descuidado, dañado y encrespado y, milagrosamente, después de usar su gama de productos, obtenías un pelo liso, sedoso y bien peinado…

Mi madre se enamoró de mi «nuevo pelo» hasta tal punto que, cuando me daba por alisármelo, me miraba arrugando la nariz y diciendo que estaba mucho más guapa con mi pelo natural y que dejara de alisármelo y yo, la verdad, es que cada vez estaba más contenta y más a gusto con mi melena rizada. ¿Cuál era el problema? Siempre he sido un poco «alternativa» y siempre he vivido enamorada de los tintes fantasía, así que, en innumerables ocasiones, he tenido mechas rojas, puntas rojas, todo el pelo rojo, todo el pelo negro con reflejos azules, todo el pelo rojo otra vez, naranja, morado… Y, si eso maltrata cualquier tipo de pelo, imaginaros un pelo ya seco de por sí como lo es el mío, unido a una persona totalmente inútil a la hora de cuidárselo. Destrozo total.

Si a esto le sumamos mis problemas de picores y descamación del cuero cabelludo, que los médicos pretendían arreglar con champús petados de químicos que me destrozaban aún más el pelo y que me volvían «adicta» a ellos (el problema se agravaba si dejaba de usarlos, cosa que hay que hacer con esos tratamientos porque no son de por vida), obtenía la nueva receta para volver a tener el rizo deshecho, sin vida, sin forma y seco como la paja.

Estaba harta, había probado de todo, desde remedios naturales hasta, literalmente, medicina capilar… Nada aliviaba el picor, nada me devolvía mi melena rizada, cuidada y brillante. La había cagado pero bien. Recordé a mi ángel salvador, pero hacía ya años que había perdido el contacto con ella. Estaba sola, y nadie vendría a salvar mi pelo como la otra vez… ¿o sí?

De repente, de forma milagrosa, en enero de 2019 (como regalo de Reyes), dos palabras acudieron en mi rescate: método curly. Una chica hablaba de su experiencia con el método curly y nos invitaba a formar parte de un grupo de Facebook en el que todos los miembros eran personas con el pelo rizado y ondulado que ponían en práctica un método de cuidado para pelo rizado que ya llevaba años utilizándose en otros países (principalmente en Estados Unidos).

Sin pensármelo dos veces, allí que fui. El primer post que publiqué en el grupo era uno muy parecido a este escrito que acabáis de leer. Gracias a él, descubrí muchísimas chicas con historias muy similares a la mía y con unos pelazos de infarto. Yo quería ser como ellas, ¡quería tener su pelo! Así que me puse manos a la obra y, con muchas dudas, mucha sobrecarga de información, empapándome de todo lo que se compartía en el grupo, de los numerosos comunicados, de los interminables álbumes de productos aptos y de las recomendaciones de otras compis rizaditas, me adentré en el maravilloso mundo del método curly y, además de conseguir recuperar mi pelo y tener mis ricitos más bonitos que nunca, conseguí librarme de los picores y la descamación del cuero cabelludo gracias a la fantasía que es el cowash (lavado con acondicionador en lugar de champú).

Cada vez que tengo la oportunidad, hablo de las maravillas del método, e intento predicar la palabra de Lorraine Massey (reconocida precursora del método tal y como lo conocemos ahora mismo). Por este, entre otros motivos, se me ha acusado de formar parte de una secta y me han puesto como ejemplos de ello el uso de palabras como «el método» o usar productos «aptos»; pero, ¿qué queréis que os diga? Si esto es una secta, estoy muy orgullosa de formar parte de ella. De momento, los únicos que me están «robando» el dinero son las marcas de productos aptos, ¡y yo se lo doy encantada si con eso consigo este pelazo!

 

Anónimo

 

Envía tus aventuras a [email protected]