Siento tanto miedo al futuro que he bloqueado mi mente. Sigo con el día a día, hago las cosas, ejerzo de profesora con mi hijo, cocino, recojo, juego, doy biberones, cambio pañales, preparo bañeras. Y no me siento ni bien ni mal. Siento como si me hubieran desconectado un cable del cerebro donde están los sentimientos.

Tengo tanto miedo de pensar en lo que va a pasar que a cualquier amago de mi mente de pensar en mi futuro laboral, me paro en seco y la cabeza queda bloqueada. Pero eso anula el problema y me anula como persona. Soy incapaz de pensar en escribir nada. Sería el momento ideal para poder desarrollar esta faceta que tanto me apasiona. Podría anotar miles de ideas y trasnochar un poco dándoles forma. 

Pero mi mecanismo de defensa ha dejado anulada mi creatividad. A lo mejor como castigo por no afrontar la realidad. Y la realidad es que mi negocio se hunde, lleva muchos meses haciendo aguas y ya queda el pico último de proa. Y el coronavirus creo que es la puntilla para matarme definitivamente. 

Estoy como si tuviera encima una nube negrísima y se pusiera a diluviar. Como estoy en casa metida no me mojo, pero si «salgo a la calle» sé que me voy a empapar porque no tengo  paraguas. Y según se abre un pelín la ventana, empieza a entrar agua y tengo que cerrar rápido para no mojarme. 

Es algo tan duro, tan serio, tan complicado de afrontar que sé que está ahí, pero no me veo capaz de hacerlo y entonces mi mente identifica la nube negra pero la deja en pausa y no me deja ni pasar cerca para no afrontarlo.  Cualquier atisbo de pensar en ello me viene tan grande, tengo tanto miedo a hundirme psicológicamente y caer otra vez en depresión que no puedo pensar en más allá de lo meramente cotidiano.

Tengo delante un cisma tan grande. Un cambio tan grande se llevaba avecinando que es como si el Co-vid fuera una súper señal del destino para que deje el mi negocio y busque otro camino. Pero me siento tan indefensa, tan expuesta, tan inútil para cualquier cosa.

No quiero hablarlo con nadie, evado el tema con mi marido, no me apetece hacer videollamada con mis amigas porque la realidad me está dando una hostia tan fuerte en la cara, que prefiero hacer la comida y doblar la ropa limpia como objetivo diario. Como escribir me gusta mi mente me castiga no dejándome  hacerlo por mala. Tengo tanto miedo a empezar a llorar porque no sé ni cuándo ni cómo acabarían esas lágrimas.

Cuando tuve el trastorno ansioso depresivo lo pasé tan mal, me sentí tan abierta en canal. El llorar me llevaba a veces a momentos de descontrol complicados a los que tengo pánico de volver a llegar. No controlarte a ti misma es muy duro así que creo que desde aquella época,  en momentos difíciles me pasa lo del cable desconectado, que me prohíbo a mí misma enfrentarme a las cosas porque tengo miedo de volver allí. Y eso no. Eso no puede volver. Ese monstruo ya esta muerto pero su sombra siempre me va a perseguir, como diciéndome: aquella partida la ganaste, pero puede haber revancha. Y no quiero revanchas. Aunque le gane una vez y podría volver a hacerlo; no quiero jugar.

Mari.