Si para la gente es muy difícil entender y empatizar con discapacidades convencionales y/o permanentes, imaginaos cuando se trata de discapacidades que son dinámicas. En este caso no voy a hablar de la gente si no de cómo me siento cada vez que tengo que usar mi carrito eléctrico para ir a cualquier sitio. Me suda el chochete bastante en relación a la opinión pública pero no me pasa igual cuando se trata de mi propia opinión sobre mí, tiendo mucho a machacarme.

Supongo que ya sabéis qué es el Síndrome de Impostora, algunas lo sabréis por experiencia propia, ¿verdad? Bueno pues cada vez que utilizo mi auxiliares de movilidad, o pido alguna adaptación en un sitio público como un restaurante, o utilizo mi permiso de aparcamiento de discapacidad tengo que luchar por no sentirme terriblemente mal. ¿Por qué? Pues porque pienso que hay gente mucho peor que yo a la que le puedo estar quitando su sitio. 

Mujer morena poniendo asumiendo algo de lo que no esta orgullosa.

Tiendo mucho a empatizar. Empatizar no está mal en sí, está mal cuando empatizas tanto que viertes las percepciones/preocupaciones que tienes sobre los otros en ti. Cuando esa amalgama de sentimientos te traspasa y te afecta, entonces es cuando la empatía se vuelve nociva. 

Hay días en los que me siento lo bastante bien para caminar o estar de pie y otros en los que necesito mi silla. ¿Qué ocurre? Bueno que no sé cuando me voy a sentir mal, los brotes no tienen explicación alguna y no puedo estar cambiando planes así como así. 

Os pongo en situación:

Hombre moreno con pelo rizado=o listo para escuchar.

 

Imaginad que tengo un compromiso programado desde hace tiempo pero resulta que llega el día y casi no puedo caminar, sin embargo, no quiero anularlo por lo que elijo ir en mi carrito eléctrico, pues para eso está para darme la libertad en caso de que mi cuerpo decida fallarme. 

Una vez en el sitio, utilizo el aparcamiento reservado para personas con discapacidad. Dentro del sitio en concreto, puede ser el teatro, el restaurante, el supermercado…, utilizo la zona reservada para usuarios en silla de ruedas, por ejemplo, entre otras de las muchas  adaptaciones que ofrecen los sitios. El problema llega cuando pienso que alguien que sufre discapacidad permanente podría necesitar el sitio que estoy ocupando por el mero hecho de no haber decidido cancelar mis planes y dejarlos para cuando me encuentre. ¿Me como mucho la cabeza?

Las personas que sufrimos discapacidades dinámicas oscilamos entre serlo y no serlo por lo que es tremendamente fácil sentirse una impostora en toda regla.

A mis propios juicios morales tengo que sumarle que la gente no lo entienda, las miradas raras cuando de repente me levanto de la silla y me cambio a la silla que el restaurante me ofrece, o por qué me levanto para hacerme una foto, o por qué dejo la silla afuera del bajo y camino hacia el mismo…

 

Con ayuda de mi psicóloga estoy trabajando todo esto. Siempre va a haber alguien que esté peor que yo. Espero que no seas como yo y te fustigues tanto, la discapacidad permanente o dinámica es jodida en sí. No jugamos en la misma liga y eso ya nos legitima a utilizar los recursos que nos permitan llevar una vida lo más cercana a lo normal posible.