El caso de las pequeñas Anna y Olivia todavía me roba el sueño durante muchas noches. Me he puesto en la piel de su madre tantísimas veces que a día de hoy he perdido la cuenta de la cantidad de veces que he llorado de impotencia pensando en esa pobre mujer. Sé que muchas os habéis sentido de esta manera, pero en mi caso quizás es diferente porque por desgracia yo viví ese intento de secuestro a mis hijos por parte de mi ex marido.

Nunca me han gustado las disputas. Soy de esas personas que las evita a toda costa y puede que por eso aquel señor con el que había cometido el error de casarme hizo lo hizo, bueno mejor dicho, lo intentó. Cuando menos me lo esperaba, a pesar de que yo siempre cedía a sus peticiones con respecto a las visitas a nuestros hijos. ¿Por qué quiso hacerlo? A día de hoy sé que no fue más que por hacerme daño.

Me divorcié después de 5 años de matrimonio y 2 hijos en común. Por aquel entonces el más pequeño acababa de empezar la primaria y el mayor estaba ya en tercero. Yo tenía la custodia de ambos aunque su padre venía a menudo a verlos a casa o me llamaba para invitarlos al cine o al burguer y como os digo, pocas veces puse pegas al respecto. Al fin y al cabo yo a los niños los veía felices con su padre y aunque él conmigo no quería saber nada siempre he pensado que eso no tendría que significar no dedicarle tiempo a sus hijos.

Decidí divorciarme harta de los malos gestos de ese señor conmigo. A día de hoy sé que lo que yo sufrí fue un maltrato psicológico en toda regla, pero como jamás se atrevió a ponerme la mano encima yo vivía pensando que simplemente tenía un marido demasiado exigente conmigo. O al menos lo fue hasta el día que me insultó al verme preparada para salir a tomar una cerveza con mis amigas, me miró y me dijo con cara de asco si de verdad pensaba salir a la calle vestida como una puta. Los niños estaban en la salita con nosotros y mi respuesta fue echarme a llorar por la rabia que me provocaban sus palabras. Al día siguiente simplemente le dije que no quería estar más con él y que una de mis mejores amigas, abogada de profesión, estaba ya poniendo en marcha el trámite de divorcio. Su mirada de repulsión volvió a salir y solo fue capaz de llamarme mediocre y salir por la puerta.

Pero como os digo, con los niños era todo lo contrario. A mí me escribía por WhatsApp casi en monosílabos para preguntarme si se los podía llevar aquí o allí y mientras esos planes no se interpusieran en algo importante yo solía ceder. Para las vacaciones nos dividíamos los meses, julio con uno y agosto con otro y todos tan contentos. Por eso lo que ocurrió aquel año me cogió completamente por sorpresa.

Los niños habían disfrutado de 30 días en la costa con su padre. Había hablado con ellos en varias ocasiones y se les notaba felices además de con muchas ganas de verme. Separarme de ellos tanto tiempo era muy complicado y aunque los primeros días agradecía tener algo de tiempo para mí, en seguida empezaba a echarlos de menos y a sentir que me faltaba algo en casa. El día 31 de julio ambos estarían ya conmigo y así podrían empezar mis vacaciones con mis dos tesoros.

El día 30 llamé a mi ex marido para confirmar con él la hora a la que llegarían a casa pero no respondió a mi llamada. Escribí un WhatsApp que, para mi sorpresa, dejó en visto y sin responder. Esperé durante todo el día y volví a intentar llamarlo pero no hubo manera de contactar. Me empecé a poner algo nerviosa, sobre todo cuando ya caía lo noche y todavía no había conseguido que me respondiese ni a los mensajes ni a las llamadas.

A eso de las doce de la noche descolgué ya el teléfono para llamar a mi amiga abogada y sin querer dar la voz de alarma le conté lo que había ocurrido. Ella me tranquilizó diciéndome que quizás estaban ocupados y que esperase al día siguiente, que seguramente aparecería con ellos como había hecho todos los veranos. Me pasé toda la noche dándole vueltas a lo poco que había hablado con mi ex, valorando si algo de lo que le había dicho pudo haberle molestado, angustiada pensando en mis hijos, temiéndome lo peor en ocasiones. Fue una noche eterna.

Ya por la mañana volví a intentarlo pero tras 3 llamadas y otros tantos mensajes decidí poner sobre aviso a mi amiga. Ella apareció en mi piso en cuestión de minutos y juntas empezamos a pensar en qué podía estar pasando. Fue entonces cuando decidí llamar a los que habían sido mis suegros. Mi relación con ellos era prácticamente inexistente, lo poco que hablábamos era sobre los niños. No podían creerse que yo les estuviera llamando y mucho menos lo que les estaba contando. Al principio parecieron estar a la defensiva como pidiéndome que por favor no diera por hecho que su hijo había hecho algo malo, ellos también habían viajado a la costa ese mes y habían estado con sus nietos apenas unos días atrás. Tras esa primera llamada al rato mi ex suegra volvió a llamarme mucho más serena para asegurarme que me ayudarían en todo lo que hiciera falta.

Ya eran más de las 7 de la tarde, la hora límite que tenía mi ex para traer de vuelta a los niños, y seguíamos sin tener noticias de ningún tipo. Mi amiga puso sobre aviso a la policía y yo no podía más con la angustia que tenía dentro. Mis nervios me consumían, lloraba ya imaginándome que aquel señor se había llevado a mis pequeños, que no los iba a ver nunca más, que no estaría a su lado en lo que me restaba de vida. Sufrí un ataque de ansiedad cuando ya era de noche y nada me servía para tranquilizarme. Mis padres se habían venido también a mi casa, continuábamos pendientes del teléfono y del telefonillo del portal pero nada sonaba, era el silencio más absoluto.

Cuando ya era casi madrugada mi madre se levantó y se fue a una de las habitaciones, tras un buen rato regresó al salón, se sentó en el sillón y solo nos dijo que esperásemos unos minutos. Al cabo de un rato su teléfono sonó y la vimos descolgar tragando saliva, estaba hablando con mi ex suegra. Con mucha calma pero visiblemente enfadada la escuchamos responder muy educada, solo con monosílabos hasta que finalmente le dio las gracias y colgó.

‘Los niños están bien, están de camino…’

Mi madre empezó a llorar en aquel instante y allí nadie nos podíamos creer lo que estaba diciendo. Nos contó que no se podía creer que aquel hombre estuviera haciendo él solo todo aquello y que había explotado llamando a mi ex suegra y reprochándole que nos estuvieran engañando. Le puso las cosas claras, recordándole que estaban cometiendo un delito y que no volverían a ver a sus nietos nunca más. Tras esa conversación la que había sido mi suegra colgó el teléfono y volvió a llamar después arrepentida y prometiendo que los niños y su padre saldrían de su casa en aquel mismo momento.

Llegaron a casa pasadas tres horas. Por fortuna mis hijos ni se habían enterado de nada de lo que había sucedido y simplemente no podían entender mis lágrimas al tenerlos al fin entre mis brazos. Mi ex marido tuvo que declarar ante un juez por aquello. No podíamos entender por qué había intentado quedarse a los niños después de varios años cumpliendo estrictamente con las fechas. ¿La diferencia? Que aquel iba a ser el primer verano en el que con nosotros también viajaría mi pareja, lo que no le gustaba en absoluto a aquel señor.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces, dejé de confiar en su palabra y en ceder en las visitas. Aquel intento solo consiguió despertar a la madre leona que llevo dentro y mis hijos siempre serán mi prioridad única.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia REAL.