Mi ghosting más surrealista

 

Durante una temporada salí con un británico. Me gustaba el acento inglés y sus supuestas maneras, tan polite y correctísimo todo. También una incapacidad evidente para mostrar las emociones, o al menos como a mí me gustan, sin freno y sin medida. No obstante, en aquel momento yo estaba viviendo una experiencia nueva que me tenía absorbida… debido a un chasco anterior. Sí chicas, el despecho es muy malo, pero a veces actuamos influidas por él sin darnos cuenta. 

Pero bueno, vamos a lo que vamos: el chico me comió la oreja y yo me dejé querer, porque aunque era imposible que sintiera todo lo que sentía sin apenas conocerme de absolutamente nada, cometí el error de dejarme llevar por esa relación por el mero hecho de sentirme colmada de cariños y mimos, aunque fueran telefónicos. 

Llegó el día de conocernos en persona: CHASCO TOTAL, no me atraía en absoluto y se lanzó sobre mí cual ave sobre su presa, a lo que yo me dejé comer la boca pensando en si nos íbamos ya. Ahora os reiréis, pero lo que recuerdo con más cariño de su visita fue lo bien que dormí en el hotel… gracias a que lo hicimos en camas separadas. 

Que no, que la cosa no pintaba bien, no os lo voy a negar. 

El caso es que aparentemente él se enamoró de mí y aunque yo no sentía lo mismo, trataba de corresponderle lo mejor que podía, pensando que menos era nada (queridas, mejor estar sola para estar con alguien a quien no quieres, pero ya he comentado que en ese momento yo estaba cometiendo un error). 

Los meses pasaron y, como no podía ser de otro modo, la cosa se enfrió. Él estaba distante y yo me esforzaba por reavivar algo que nunca hubo, de modo que decidí que tuviéramos una cita especial. Le recordé muchas, muchas veces qué día y a qué hora era nuestra cita, que una es un poco bruja y algo me olía, también os digo.

Bueno, pues yo me arreglé y lo preparé todo haciendo caso omiso de mi intuición (lección aprendida, amigas) y cuando llegó la hora… nada. Nada, pero nada de nada. Que allí no había ni Cristo, vamos. Le llamé y tras varios intentos, me descuelga en una videollamada. Veo que va a paso ligero y le pregunto a dónde va. To the gym. I’m going to the gym, baby. ¿Cómo que the gym? ¡Habías quedado conmigo! Me dice que no, que con quien tiene una cita es con la entrenadora del gimnasio y no puede faltar. La madre que lo parió. Me comieron mis demonios mediterráneos y cuando por la tardía noche volví a saber de él, se la lie parda. 

De repente, se corta la llamada y no puedo contactar. Su número me daba como bloqueado, su cuenta de Facebook no existía, ese pedazo de mendrugo había desaparecido del mapa. Lloré (lágrimas desperdiciadas) y decidí superarlo. 

Tiempo después, me llega un Whatsapp con una foto de perfil sospechosa (era él, pero en una foto que yo le había hecho), con un simple baby como texto y una foto de su panel de control del gimnasio. Eso tras… bueno, poca cosa, queridas, UN AÑO. 

Yo ya con pareja, estable y feliz tras un par de imbéciles más, me llega una foto sin mensaje, solo con una foto estúpida. Le dije que ese mensaje debía tratarse de un error y le bloqueé. Más tonto y no nace. 

EGA