De pequeña siempre he sido una niña delgada.

Soy la hija del medio, tengo dos hermanas más y ellas tienen el cuerpo distinto, han salido más a la familia de mi madre, yo tengo el cuerpo de la familia de mi padre. Soy más alta y más delgada, y eso a veces ha generado malestar, comparaciones y discusiones con mis hermanas. 

Por parte de mi madre, siempre he sentido que en parte me tenía rabia por mi físico, incluso envidia. Siempre criticaba mi ropa, mi físico y durante una época muy larga, se obsesionó con que yo tenía un TCA y por eso estaba así. Cosa que no era cierta. 

Mi relación con ella se perjudicó bastante por todos esos comentarios. Conforme fuimos creciendo, mis hermanas me confesaron que a veces mi madre había intentado ponerlas en mi contra o generar discusiones muy fuera de lugar. Que a veces ellas habían caído, pero que luego se volvieron tan descaradas que ya la veían venir y no dejaban que les comiera la cabeza. 

Mi adolescencia fue sin duda la peor etapa. Todo eran discusiones, faltas de respeto y castigos sacados de la nada. Ella insistía en que sólo se preocupaba por mí y que si yo no aceptaba su ayuda y admitía que tenía un problema, las cosas nunca iban a ir bien. Mi padre nunca se metió, incluso alguna vez que terminé llorando y gritando a mi madre, él ni si quiera se movió o vino a consolarme. Antes esto me dolía, pero ahora, tanto mis hermanas como yo, le tenemos cierta lástima por aguantar todo lo que ha aguantado. Creemos que es una victima más. 

Cuando entré en la universidad, busqué una lo bastante lejos como para que les supusiera un esfuerzo venir, y yo tuviera tranquilidad. Esto cabreó mucho a mi madre, pero yo no reculé. Pensaba salir de esa casa, encontrar trabajo en mi nueva ciudad y quedarme lejos de todo aquel ambiente. Así que me fui. 

Mis primeros meses allí, fueron los más felices de mi vida. Hice amigos nuevos, amistades sanas, vi a mi familia solo para cumpleaños y festivos, encontré trabajo y los estudios me iban bien. 

Cada vez que bajaba a mi ciudad y veía a mi familia, recordaba el por qué me había ido. Mi madre había encontrado otra nueva batalla con mi hermana pequeña y seguía igual de desquiciada, pero mi hermana ya había empezado a ver las orejas al lobo y, de la peor manera posible, en una de las cenas en las que estábamos todas, cuando mi madre empezó a echarle la bronca no recuerdo ni por qué, le gritó a mi madre si pretendía drogarla como a mí. 

Nos quedamos todos helados, mi hermana se levantó y fue a la cocina. Mi madre entró en pánico y se levantó muy violenta para que mi hermana no saliera, mi otra hermana la sujetó y cuando salió la pequeña, traía un bote en la mano. Lo puso de un golpe encima de la mesa y dijo que había visto a mi madre echarle gotas de este bote a mi zumo, todas las mañanas. Solo al mío. Durante años. 

A todo esto, mi madre seguía gritando histérica mientras la contenía mi otra hermana. Mi padre tenía los ojos como platos. Cogí el bote y busqué en internet lo que era: Mosegor, un medicamento para aumentar el apetito. 

Me dio tanta rabia, que le lancé el bote a mi madre a la cara. Empecé a gritarle y a llorar. Mi hermana mayor la soltó, mi madre gritaba que lo había hecho por mí, que era porqué me quería y porqué estaba preocupada por mi enfermedad. 

Mi padre se levantó de la mesa, le dijo que estaba loca, que esta vez se había pasado de la raya y que se acababa la cena. Nos llamó a mi hermana pequeña y a mi y nos subió al coche. 

Mi hermana pequeña no paraba de disculparse, decía que pensaba que eran vitaminas y que hasta que no fue mas mayor, no se dio cuenta, y que como ya me había ido y las cosas se habían relajado, no creía necesario sacar el tema otra vez. Pero viendo el panorama y que ahora mi madre la estaba tomando con ella, no había podido callarse. 

Mi padre estuvo en silencio, nos escuchó a las dos hablar y me llevó a la estación de tren. Me dijo que hablaría con mi madre y que sentía todo lo que había pasado. Que, por el momento, se iba a ir a cenar con mi hermana, para que se tranquilizase el ambiente, y que luego intentarían resolverlo como una familia. 

Yo le dije a mi hermana que, si necesitaba irse, me llamase, que en mi piso tenía una cama y que no dejase que le hicieran daño o que la tratasen de loca. Nos dimos un abrazo y se fueron. 

Ese día me lo pasé en shock, y a partir del siguiente, ya no quise saber nada de mi madre. Llamé a mi padre, se lo expliqué y le pedí que respetase mi decisión. Amenacé con denunciar a mi madre si no me dejaban tranquila. A mi padre le dolió mucho pero no le quedó otra que aceptar. 

Desde entonces, la relación con mis hermanas y con mi padre es mucho mejor. De vez en cuando mi hermana mayor y mi padre me intentan convencer de recuperar el contacto con mi madre. Me dicen que ella está en terapia, que ha empezado a medicarse y que ahora es otra persona, pero no tengo ningunas ganas de comprobarlo. Ella me llama, pero nunca le contesto las llamadas. 

Sinceramente, no creo que vuelva a tener contacto con ella. Desde hace 3 años, vivo muy tranquila y, aunque a veces lo he pasado mal económicamente, no me planteo ni por un momento volver a esa casa.

Creo que hay cosas que no se pueden ni se deben perdonar. 

 

Anónimo

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